Los comerciantes del Casco, divididos por el «decreto de los bolsos»

«Estoy de acuerdo con que haya alguna regulación como, por ejemplo, que los locales pudieran hacer uso de su fachada en relación con los metros cuadrados del local», sugiere este comerciante, quien está convencido de que el decreto va a influir en el resultado de las ventas, «ahora nada buenas».

Unos metros más abajo en dirección a la catedral, «Artesanía Herrera», no tiene género en la vía pública para vender. No obstante, uno de sus propietarios, Javier Pérez Herrera, no está de acuerdo con el decreto municipal. «Las bolsas y la ropa, además de otros artículos en la calle, atraen al turista. Que la mercancía ocupe medio metro de la calle, no hace daño», afirma. También aporta una idea: «Debería existir un pequeño control, establecer una tasa, pero no prohibirlo, porque es un punto importante para las ventas». Sin embargo, comprende el «miedo» del ayuntamiento a que el casco, principalmente sus calles más transitadas, se conviertan «en un mercadillo».

Carolina Pinel abrió su tienda, «Filigrana», hace once meses. Ella no ha invadido la acera con su mercancía. «Me parece bien si se sacan cosas en la fachada, pero que no se invada la acera. Esta calle parece un mercadillo», sentencia. «Yo no digo que no sea un reclamo, pero a mí no me merece la pena sacar mis productos fuera -asegura-. Da una mala imagen. No me gusta, y eso que tengo espacio para exponerlo».

En la acera de enfrente, Rafael Jiménez regenta «Regalos Charo», una de sus tiendas de suvenires en el casco viejo. Tiene colgadas trajes de faralaes en la calle, además de otros artículos, caso de imanes, en cestos colocados sobre la estrecha acera. «Para nosotros no es un plato de gusto estar poniendo y quitando los artículos, pero se trata de un reclamo para enganchar al turista con el fin de que compre dos regalos en lugar de uno. Nosotros vivimos del turista que no viaja con la mafia que hay alrededor de los grupos», explica. «Propongo que se permita sacar artículos, siempre que se deje la acera libre, porque esta calle es peatonal», concluye.

En la plaza del Solarejo, María de los Ángeles Bravo afirma que hace dos años se vio obligada a colocar un expositor con fulares en la calle «para llamar la atención de los turistas que pasan por la calle del Comercio», aunque aclara que a ella no le gusta. «Si tengo que quitar los fulares de la calle, los quito», espeta. Y recalca que «no me gusta los excesivos tenderetes que hay. Un poquito, vale, pero el abuso no lo comparto».

Este decreto llegará un mes después de comenzar en Toledo el Año Greco con motivo del IV Centenario de la muerte del artista cretense. Juan Carlos Díaz critica la falta de reclamos comerciales sobre esta efeméride en la calle. «No veo publicidad en la ciudad», se queja. «Podían haber utilizado los comercios del casco como soporte publicitario», sugiere. Por ello, «pongo a disposición del alcalde mis cinco tiendas para exponer carteles». «Entras en Toledo y ¿cómo sabes que se está celebrando el Año Greco?», se pregunta.