Miguel Ángel Barrio
Humano contra máquina: ¿se puede hackear un cerebro?
«La tecnología está ayudando a científicos de todo el mundo a profundizar en el conocimiento que tenemos sobre nuestro cerebro y su funcionamiento. Un órgano que, curiosamente, guarda sorprendentes similitudes con los ordenadores más avanzados, ¿o es al revés?», reflexiona el autor

El impacto de la tecnología en nuestra era está llegando a niveles nunca antes imaginados y cada día son más los ejemplos de cómo puede ayudar a impulsar sectores tan diversos como el comercio, la logística, la medicina o la investigación científica. En este sentido, ... los progresos que logra a diario la ciencia están comenzando a desdibujar, en algunos casos, la frontera entre máquina y humano y en esta transformación la Inteligencia Artificial, el Big Data, el Machine Learning o la Realidad Virtual están siendo claves.
Entre otras aplicaciones, la tecnología está ayudando a científicos de todo el mundo a profundizar en el conocimiento que tenemos sobre nuestro cerebro y su funcionamiento. Un órgano que, curiosamente, guarda sorprendentes similitudes con los ordenadores más avanzados, ¿o es al revés? Aunque esta integración de ciencia y tecnología está haciendo que la investigación acelere más que nunca hacia el futuro, las sorprendentes capacidades de algunas IA hacen que surjan cuestiones importantes que abordar.
¿Nos enfrentamos a una era en la que los algoritmos tecnológicos serán capaces de superar a los algoritmos bioquímicos de nuestro cerebro? ¿Llegará el momento en el que la tecnología llegue a conocer, e incluso manejar, nuestros deseos y pensamientos? Entonces, ¿podemos llegar a una batalla humano vs máquina? ¿Alcanzarán los robots con IA la capacidad cognitiva de las personas?
Ante este tipo de cuestiones, la comparación directa entre ordenador y cerebro humano es inevitable. Nuestras neuronas procesan datos y los almacenan mientras ejecutan tareas, al igual que un procesador electrónico. Aunque las diferencias son abismales, los científicos tratan de hallar un denominador común: el algoritmo.
Esta similitud en la programación interna de humanos y máquinas acerca más que nunca el lenguaje de ambos, lo que hace que surja otra cuestión esencial: ¿Tiene un cerebro las mismas posibilidades de ser «hackeado» que un ordenador? Es posible que sí, pero la clave es cómo. Las redes sociales y plataformas de Internet empiezan a conocernos a la perfección. Saben de nuestras preferencias, de nuestras necesidades, de los cambios en nuestros gustos y de los planes que tenemos en marcha.
La Inteligencia Artificial y el Big Data procesan cada vez mejor toda esta información para, además de almacenarla, interpretarla y evaluarla para conocer mejor a los usuarios y elaborar complejas simulaciones basadas en modelos predictivos y, por supuesto, patrones de conducta que evalúan y que podrían dirigir nuestras necesidades.
En el año 2018, durante la campaña electoral norteamericana, salió a la luz el escándalo de Cambridge Analytica, una empresa con sede en Londres que utilizaba, de forma poco ética y fraudulenta, el análisis de datos para desarrollar campañas políticas y cambiar el comportamiento de la audiencia. A través de un test de personalidad en formato de aplicación en una conocida red social, llegaron a acceder a los likes, mensajes privados y demás comportamientos de más de 50 millones de usuarios sin su consentimiento.
Además, Cambridge Analytica aprovechó esta información para dar forma al contenido y al tono en base a los gustos del usuario, personalizando al máximo la publicidad y difundiendo «fake news» para influir en la campaña presidencial. Esta misma técnica se utilizó posteriormente en la campaña de Reino Unido a favor del Brexit y la compañía fue multada posteriormente por violar la ley electoral británica.
Llegados a este punto, podríamos decir que nuestro cerebro, nuestra opinión y nuestros sentimientos pueden ser «hackeados» en cierta medida, entendiendo este «hackeo» como esa capacidad para influir en nuestros pensamientos y decisiones sin que seamos conscientes. De hecho, la neurotecnología es el ámbito de la ciencia que investiga cómo influir sobre el cerebro humano con herramientas externas.
Un claro ejemplo de ello es el proyecto BRAIN, liderado por el español Rafael Yuste , director del Centro de Neurotecnología de la Universidad de Columbia (Nueva York). Centrado en desarrollar métodos y técnicas completamente nuevas, su objetivo es conseguir interferir e interactuar con el funcionamiento del cerebro mediante algoritmos de Inteligencia Artificial en pacientes con lesiones neurológicas.
Por supuesto, este fin es totalmente justificable, ya que busca ayudar a pacientes médicos. Sin embargo, esas mismas herramientas podrían llegar a utilizarse para alterar cognitivamente a seres humanos con fines políticos, religiosos o militares. Es por ello que la comunidad científica está intentando incluir en la declaración Universal de Derechos Humanos la creación de neuroderechos que respeten la privacidad mental.
Ante este escenario, al igual que la ciberseguridad protege la tecnología y el mundo digital, la mejor forma de evitar un «hackeo» de nuestro cerebro pasa por poner el foco en la formación y la concienciación de las personas y de las organizaciones para que conozcan mejor esta realidad y sean capaces de usarla a su favor.
A nivel personal, debemos asumir este nuevo contexto y aprender a identificar aquellos contenidos y estímulos de confianza para evitar caer en los intentos de «hackeo» que traten de engañarnos. Por su parte, las empresas más grandes, que antes se centraban en mitigar los efectos de un ataque una vez ocurría, están cambiando su manera de atajar estas brechas cada vez más frecuentes y comunes introduciendo programas de concienciación para sus empleados, pues el 95% de estos incidentes prosperan a consecuencia de un error humano.
En definitiva, las máquinas y las personas somos vulnerables a ataques que pueden manipular nuestra forma de actuar pero, a diferencia de un ordenador, nosotros podemos aprender a convertirnos en nuestro propio cortafuegos.
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