Vacunas para abejas: la revolución que se prueba en Guadalajara
EE.UU. ha dado luz verde al primer fármaco para inmunizar a insectos tras su ensayo en Marchamalo. Abre una nueva era para luchar contra el declive de los polinizadores
Uno de los miembros del Ciapa muestra una lámina con las celdillas hechas por las abejas
Este verano se derritió por primera vez la cera de los panales. Ahora, en el mes más frío del año, las abejas están criando en lugar de hibernar. Los cambios en las temperaturas están desacoplando los ciclos naturales de las abejas. Las agotan, las hacen vulnerables ... . «Este año habrá una mortalidad brutal por enfermedades, por el propio debilitamiento de la colonia», vaticina el veterinario Mariano Higes, del Centro de Investigación Apícola y Agroambiental (Ciapa) de Marchamalo, Guadalajara. El organismo ha participado en el ensayo de la primera vacuna aprobada en el mundo para abejas o cualquier otro insecto. El fármaco, que por ahora solo tiene luz verde en Estados Unidos, abre una nueva era frente a las enfermedades que han diezmado la población mundial de estos polinizadores. No es un descubrimiento menor: de ellas depende un tercio de la producción mundial de alimentos.
Hasta 2014 nadie sabía cómo hacer posible la vacunación de insectos. Carecen de uno de los mecanismos centrales de la memoria inmunológica de los mamíferos: los anticuerpos. A ello se añadía el reto logístico de abarcar colmenas enteras, con decenas de miles de individuos. Pero en la Universidad de Helsinki (Finlandia), las científicas Dalial Freitak y Heli Salmela descubrieron que la abeja reina era capaz de transmitir inmunidad a su descendencia a través de una proteína, la vitelogenina, presente en la yema de los huevos. Y eso lo cambió todo.
La efectividad de la innovadora fórmula se estudia ahora a 45 minutos de Madrid, en un discreto edificio que en los años 70 era una escuela para ganaderos, con cochiquera incluida. El antiguo almacén se ha convertido en un puntero laboratorio apícola que incluye máquinas de biología molecular, cinco doctores y hasta 300 colmenas.
Los dos doctores en Veterinaria Raquel Martín-Hernández y Mariano Higes, en el laboratorio apícola de Marchamalo
«Si hace diez años me hubieras preguntado si se puede desarrollar una vacuna para abejas, te hubiera dicho que no», reconoce Raquel Martín-Hernández, investigadora del Ciapa, frente a las incubadoras en las que hacen crecer las larvas y los patógenos. Para hacerse una idea, una colmena como las que tienen en Marchamalo cuenta como mínimo con unos 4.000 individuos en invierno y 20.000 en primavera. Una población que se va renovando constantemente, ya que las obreras apenas viven semanas.
Por eso, el mecanismo descubierto en 2014 permite salvar los dos principales obstáculos para la inoculación de las abejas. «La idea de vacunar a las reinas y que esa inmunidad pase a la descendencia es muy buena. Muy novedosa», cuenta Martín-Hernández.
En un mundo en el que millones de colmenas han colapsado abruptamente, un tercio de los polinizadores están en peligro de extinción y ya se están perdiendo entre un 3 y un 5% de la producción de frutas, verduras y nueces por los problemas en la polinización, la oportunidad de negocio estaba clara. Las estimaciones apuntan a que el valor económico mundial de la polinización natural de cultivos supera los 200.000 millones de euros de media y pueden llegar a los 500.000 millones.
Por la comida
Ahora, la empresa estadounidense Dalan AH, de la que Freitak es directora científica, ha utilizado la vitelogenina para desarrollar una fórmula preventiva contra la loque americana, la más extendida y destructora de las enfermedades bacterianas de la abeja. En España, detectar esta enfermedad es una sentencia de muerte: no se pueden utilizar antibióticos -para evitar el riesgo de que lleguen al ser humano- y obliga a quemar colmenas enteras para frenar su rápida expansión. Las consecuencias económicas para los apicultores son devastadoras.
Análisis de un grupo de abejas en el laboratorio
A diferencia de lo que podría estar imaginando, la vacuna no se inyecta. La fórmula se administra a través de la alimentación durante siete días. El patógeno desactivado se introduce en agua y azúcar y, tras ingerirlo, la reina acaba transmitiendo una respuesta inmunológica a su descendencia. Con el paso del tiempo, la colmena entera estará protegida.
«La reina es la madre de todas las abejas y vive entre dos y cinco años», explica Higes. Cuando muere, es reemplazada, por lo que los investigadores creen que habría que repetir el proceso, pero se necesitan más estudios. «Estamos haciendo ahora más pruebas con la empresa para determinar la duración de la inmunidad», explican.
Lo que sí tienen claro es que, durante los meses en los que desarrollaron el primer ensayo, la diferencia entre la descendencia cuya madre tomó placebo y la que tomó la vacuna era patente. «Nosotros lo que veíamos es que unas larvas se morían mucho más que otras», explica Higes. La resistencia de las abejas a la enfermedad aumentó hasta un 50%, según los datos finales del estudio en laboratorio. En colmenas reales está por ver. Las pruebas de campo siguen en marcha.
La población de polinizadores está siendo diezmada por la pérdida de hábitat, el abuso de pesticidas, las enfermedades y el cambio climático
La elección de un pueblo en Guadalajara para realizar el ensayo de un fármaco estadounidense no es casualidad. El centro de Marchamalo tiene fama internacional. En 2006, Martín-Hernández y Higes fueron los primeros en identificar el patógeno que estaba aniquilando misteriosamente a las colmenas de todo el mundo: el síndrome del colapso de las colonias. Desde entonces, «colaboramos con medio mundo, y no es una exageración», dice Higes.
Colapso de colmenas
La desgracia sirvió para que la sociedad tomara conciencia del grave problema que suponía la desaparición de los polinizadores. De pronto, un tercio de las abejas de EE.UU. había desaparecido y, con ellas, también cayó el rendimiento de los cultivos. «En zonas donde tenían seis o siete millones de producción de almendras, de pronto no tenían ni uno», asegura el veterinario. Los almendros, pero también la mayoría de frutales, dependen casi por completo de las abejas para su polinización. Y esta era solo una de las consecuencias más inmediatas del declive de las abejas, pero no la única. De estos insectos depende la diversidad de plantas silvestres, la calidad del aire o el ciclo del agua. Sustentan la propia vida en el planeta.
Cuando los apicultores entraron en pánico en los 2000, en el laboratorio español estaban preparados para descifrar la repentina desaparición de abejas. Habían sido muchos años previos de pelea contra la incomprensión, en los que lograron proyectos pese a que les llegaron a decir que «no tenía sentido investigar los virus de las abejas».
«La vacuna es un punto de inflexión. Es muy importante», reconocen los dos científicos sobre el nuevo fármaco preventivo, aunque también matizan que son necesarias más pruebas. Por ahora, es el más avanzado, aunque existe una segunda línea de investigación con ARN mensajero para luchar contra otros patógenos en abejas. Por supuesto, también participan en ella.
Toda la ayuda es necesaria para salvar a los polinizadores. Son demasiados los factores que están incidiendo en la muerte de las abejas: la pérdida de hábitat, la agricultura intensiva, la contaminación ambiental, el abuso de los pesticidas, las enfermedades y el cambio climático, según el Ipbes, un panel de expertos internacionales vinculado a la ONU.
En las colmenas del Ciapa, la variación del comportamiento de las abejas por el aumento de las temperaturas se ve perfectamente. «Hace 30 años, cuando yo empecé, las abejas en noviembre hacían una pelota, la reina dejaba de poner huevos y pasaban el invierno consumiendo la energía justa para mantener la temperatura y para no desgastarse físicamente. Eso ahora no pasa», explica Higes. En diciembre, la colonia se comporta como en primavera. La consecuencia: la reina envejece más rápido y a la colmena, esta actividad le supone un estrés energético. Cualquier factor al que tengan que enfrentarse después, un plaguicida o un patógeno, será potencialmente devastador.
Uno de los trabajadores del Ciapa, con las colmenas
Futuro
Dalan AH ha comunicado que espera utilizar la vacuna contra la loque americana como mapa para producir vacunas para otras enfermedades que afectan a las abejas. Existen unos 15 patógenos que pueden hacerlas enfermar, entre ácaros, virus, hongos y bacterias.
«Esperamos poder desarrollar también una vacuna contra otras infecciones, como la loque europea y las enfermedades fúngicas. El plan es poder vacunar contra cualquier microbio», dijo Freitak recientemente.
En opinión de los investigadores españoles, si este sistema es eficiente con la loque americana, posiblemente todas las enfermedades infecciosas se puedan abordar con este sistema. «Pero si funciona o no, no lo sabemos», matiza Martín-Hernández, que cree que tendrá más posibilidades con unos patógenos que con otros. Por ahora, continúan los estudios. Hay que ampliar las pruebas para que la Agencia Europea del Medicamento dé su visto bueno y la revolución se extienda al Viejo Continente.