Torturadas y asesinadas por 'brujería' en el siglo XXI
Cuando algo sale mal en Papúa Nueva Guinea la gente se pregunta quién está detrás. A menudo la respuesta es «una bruja». Los cálculos apuntan a que seis personas mueren cada mes por esta causa y otras 23 son seriamente heridas
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En Papúa Nueva Guinea las tragedias provocan nuevas tragedias. Como el día en que falleció ahogado un muchacho en el poblado de Wanikipa y el padre del pequeño preguntó al adivino del pueblo quién estaba detrás de la desgracia. Este respondió que era culpa ... de una pariente lejana, a la que acusó de supuesta brujería o, como aquí la llaman «sanguma»; entonces la atraparon y la torturaron durante horas, hasta que reconoció el supuesto maleficio. Se calcula que entre los años 2000 y 2020, esto ocurrió a unas 3.000 personas, la mayoría de ellas mujeres, aunque también a niños y a hombres.
El Papa ha conocido este drama durante su viaje por Asia y Oceanía. Se lo describió en pocas pinceladas la monja Lorena Jenal, que ha abierto un refugio donde ha acogido a 250 mujeres y también a algunos hombres acusados de brujería y amenazados por su comunidad. «En el último mes he conocido a 26 mujeres que han sido cruelmente torturadas. Por desgracia, el fenómeno no está disminuyendo», explica a ABC.
«Cuando algo sale mal en Papúa Nueva Guinea, en vez de preguntarse qué ha pasado, la gente se pregunta, ¿quién lo ha provocado? Y a menudo, un adivino responde: ''Ha sido una bruja''. Al principio la sospecha se dice en voz baja, luego se pone nombre a las supuestas 'culpables', engordan los chismes y aumenta el enfado, hasta que personas inocentes son señaladas, atacadas y, a menudo, asesinadas», explica un informe sobre este fenómeno publicado en julio por la profesora Miranda Forsyth, del Instituto Nacional de Investigación de Papúa Nueva Guinea y la Australian National University.
La conclusión es que aquí todos están expuestos a este peligro porque cualquiera puede ser acusado de brujería. Calculan que 6 personas mueren por esta violencia cada mes, y otras 23 son seriamente heridas. Por desgracia, cruzando los datos de los casos publicados y los casos detectados, Forsyth sospecha que «sólo hay información pública de un 8% de los incidentes que ocurrieron con violencia, y de un 17% de los que provocaron alguna muerte».
Hierro incandescente
El desencadenante es un accidente, un fallecimiento inesperado o una tragedia natural. Cegados por el dolor y la rabia, los familiares de la víctima acuden al adivino que señala al chivo expiatorio, que suele ser una mujer que vive sola o que está embarazada. La acusan de ser una bruja y creen a ojos cerrados que ella o el bebé que está esperando han provocado el daño. Luego la torturan con hierro incandescente en la boca o en las manos, le hacen cortes y mutilaciones, o la sofocan, hasta que confiesa que ha hecho un maleficio o da nombres de supuestos cómplices; y si pronuncia alguno, también éste será torturado. En el mejor de los casos, se «limitan» a hacerle la vida imposible hasta que se marcha.
Indígenas durante la visita del Papa a Papúa Nueva Guinea
Según Forsyth, no hay denuncias porque la entera comunidad es cómplice de esa caza de brujas y no tienen escapatoria. «Suele ser un delito oculto porque a menudo están implicadas o son cómplices comunidades enteras. No suelen denunciarse porque quien lo hace tiene miedo a las represalias». Además, a menudo está relacionado con problemas o tensiones previas, por cuestiones de tierras, dinero o propiedades.
«Esto no es como otros países, aquí no es tan fácil denunciar y que la policía actúe e imponga la ley», lamenta sor Lorena. «Aquí la ley no funciona», añade. «Es un drama que no se reduce a la víctima, intenta imaginar cómo lo viven sus hijos y su marido, y en qué situación de sospecha y vulnerabilidad quedan», explica la religiosa.
Dar sentido a la desgracia
El obispo Anton Bal, uno de los más activos del país contra esta violencia, explica a ABC que la raíz cultural de esta violencia era «intentar dar sentido a desgracias o fallecimientos inesperados que no entendían. Ahora conocemos gracias a la medicina por qué fallece la gente, y no hace falta echar la culpa a la brujería».
Dice que ha participado en «rescates» de personas amenazadas. «Recuerdo a unas que fueron torturadas porque había fallecido un joven. Tuve que traerlas a mi casa, esconderlas y alimentarlas durante una semana más o menos. Les aconsejé que si se presentaban sus acusadores, que les amenazaran con hacerles daño», y se aferraran a la superstición que les movía. «Es lo que hubiera hecho yo», explica sonriendo, pero convencido.
El obispo Bal ha diseñado un plan en cinco puntos para contrarrestar este problema. «Lo primero es recordar que la brujería no existe y que no tiene sentido acusar a nadie», aclara. Luego, explica sus cinco puntos: «Primero, actuar rápidamente cuando se señale un caso; segundo, implicar a los líderes para que ellos mismos lo afronten; tercero, aplicar la ley; cuarto, crear redes para resolverlo; y quinto, estar presentes para que se resuelva de un modo amistoso». Sospechoso, alerta también de las organizaciones que se lucran de la lucha contra este problema. «Se ha convertido una cuestión que ayuda a organizaciones y expertos a ganar dinero, pero no a resolverlo», lamenta sin entrar en detalles.
El Papa, durante su visita a Papúa
Por su parte, el italiano Giorgio Licini, secretario de la Conferencia Episcopal de Papúa Nueva Guinea y de las Islas Salomón, cree que la principal causa es «la alta incidencia de analfabetismo, el atraso cultural y social», según explicó a la agencia vaticana de noticias 'Fides', de forma que la solución pasa por mejorar la formación de la gente.
Pero no es suficiente. «También hay un elemento espiritual en este horror. Es pura maldad. Si no reconocemos y abordamos el elemento espiritual, ningún programa podrá tratar adecuadamente este problema», apunta a su vez Donald Lippert, obispo de Mendi.
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«Lo importante es que se afronte el problema. Que la Iglesia transmita esta preocupación a la sociedad e influya la ley. Que de las escuelas pase a las familias y a la sociedad», propone sor Lorena.