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La superviviente de la rotura de la presa por la que nadie pagó: «Todos sabían que el agua se escapaba a chorros por el muro de hormigón»

A los diez años, María Jesús Otero vio como ocho millones de metros cúbicos de agua arrasaban su pueblo, Ribadelago (Zamora) y segaban la vida de 144 vecinos. 66 años después, exige memoria, responsabilidad y justicia para las víctimas y los obreros

Desde Forata a Mequinenza: tres de cada cuatro presas estatales en España no cuentan con un plan de emergencia en funcionamiento

Un museo para que Ribadelago no caiga en el olvido

María Jesús Otero, superviviente de la catástrofe de Ribadelago Ignacio Gil
Javier Palomo

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María Jesús Otero recuerda vivir a sus diez años en un «pequeño paraíso». Ribadelago era un pueblo de casas de piedra, madera y pizarra rosada de cultivos de lino y cereal. Escondido entre la montaña y el lago de Sanabria, agricultores, ganaderos, padres, ... madres y niños vivían a la espera del prometido progreso que traerían los embalses y la presa de Vega de Tera que se acababa de estrenar. Un pueblecito sencillo, «de paz», donde las carreteras finalizan y conducen a ninguna parte. «Lo que nunca supimos, hasta que ya fue demasiado tarde, es que la presa era un regalo envenenado», dice Otero cuando rememora lo que sucedió el 9 de enero de 1959.

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