La droga de la tristeza

Wegovy es un ejemplo de la virtud capitalista: los diabéticos se habían quedado sin el Ozempic que necesitaban para tratar su grave enfermedad, de modo el mercado creó Wegovy, con sus dosis más altas y eficaces para la pérdida de peso y sin estar patrocinado por la Seguridad Social. Quien necesite Ozempic, que lo tenga, y gratis. Quien quiera adelgazar sin esfuerzo, que se lo pague. Wegovy cuesta al mes 292 euros, muy cerca de la cuota también mensual del gimnasio Ársenal, el más caro de Barcelona, que está sobre los 300 euros.

El resumen práctico de Wegovy, como Ozempic, es que ayuda a adelgazar sin tanta fuerza de voluntad como la que se requiere para hacer una dieta durante seis meses. Provoca sensación de saciedad mucho antes de cuando solíamos comer lo que se nos antojaba. Es una sensación real, pesada, desmoralizante y te impide comer más hasta si eres uno de esos que come con el cerebro, estirando los límites del hambre. Con Wegovy te sientes tan hinchado, tan a punto de estallar que sólo pensar en comer te da asco. Es un medicamento eficaz pero incómodo. Los primeros días provoca una muy desagradable sensación de náusea, que poco a poco desaparece. Perdura la hinchazón y el reflujo. Es habitual despertarse de madrugada con esa muy desagradable sensación —y sabor— de ardor en la garganta. Una pastilla de Nexium cada mañana reduce el ácido en el estómago y evita tan funestos despertares.

Pero el principal efecto secundario de Wegovy no es físico. Es la tristeza. Wegovy es la droga de la tristeza. Cuando tú a un hombre que basa su alegría en comer y en beber y en la sobremesa conversativa, todo esto se lo arrebatas para postrarlo en la apatía y la desgana, destruyes no solo la grasa que le sobra, sino también la alegría con que cada día aborda sus retos y sus esperanzas. Este medicamento que es cierto ayuda y mucho en la tan necesaria pérdida de peso es igualmente deprimente, hiriente y negador de la luz que solíamos propagar cuando estábamos contentos y todo lo importante lo discutíamos y lo celebrábamos alrededor de una mesa. Y el hambre física era hambre moral, y con la misma euforia con que comíamos, escribíamos, amábamos y cerrábamos negocios.

Cuando tenemos sobrepeso —cuando estamos gordos— tenemos que adelgazar. Es engañarnos no reconocer que todo se hace mejor si estás en tu peso adecuado. Todo te sale mejor. Piensas mejor, escribes mejor, por supuesto haces mejor cualquier deporte, pero no solo es el deporte, también eres un mejor abogado si estás delgado y un mejor economista y un mejor CEO de cualquier empresa. Estar gordo no es una alternativa. Hacer una dieta razonable y duradera es difícil y no siempre nos hallamos en el modo. La ciencia avanza y tenemos fármacos que nos hacen gran parte del trabajo sucio. Pero todo tiene un precio y con Wegovy no solo son los 300 euros sino la inevitable tristeza de los que al fin no tenemos más remedio que sucumbir con un pacto con la realidad que por mucho que disimulemos es una enmienda a la totalidad a lo que creíamos que podríamos ser para siempre.