La religiosidad popular alivia la crisis de fieles en las parroquias
Procesiones y romerías son vistas ahora como el «único cordón umbilical» de muchos creyentes con la Iglesia
Mientras 29 millones de españoles participan en la Semana Santa las bodas y bautizos bajan drásticamente
De espaldas y en latín: el rito tradicional sobrevive en España pese a las restricciones del Papa

«La religiosidad popular, hay que confesarlo, tiene ciertamente sus límites. Está expuesta frecuentemente a muchas deformaciones de la religión, es decir, a las supersticiones. Se queda frecuentemente a un nivel de manifestaciones culturales, sin llegar a una verdadera adhesión de fe. Puede incluso conducir a la formación de sectas y poner en peligro la verdadera comunidad eclesial».
En contra de lo que pudiera parecer, estas palabras tan claras y contundentes sobre la piedad popular no pertenecen a un enemigo de la Iglesia católica sino al propio Papa Pablo VI, quien las escribió en su exhortación apostólica 'Evangelii Nuntiandi' en 1975.
Aunque el Pontífice también explicaba que «cuando está bien orientada» contiene «muchos valores» e incluso refleja «una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer», lo cierto es que el texto del Papa expresa, de forma bastante fidedigna, el sentir de muchos obispos y sacerdotes en los primeros años del postconcilio. Parecían dibujarse dos formas contrapuestas de vivir la fe: la vinculada a la celebración sacramental en parroquias y congregaciones religiosas, y la de los «pobres y sencillos», refugiados en romerías, procesiones y peregrinaciones.
Unas ideas que no sólo se reflejaban en los documentos papales, sino que se trasladaban a toda la Iglesia universal. Es curioso comprobar como en los planes pastorales de la Conferencia Episcopal Española (CEE) de los años 80, la religiosidad popular apenas aparece o, si lo hace, es siempre para pedir que viva una «necesaria purificación», e incluso, en el año 1976 se la vinculaba al mundo rural y se planteaba como «un sector especialmente necesitado de una renovación pastoral que le capacite para la evolución actual y futura».
Un contexto que contrasta por completo con la realidad actual. Hace unas semanas, cuando la Conferencia Episcopal presentó su memoria de actividades, destacó sobremanera la importancia de la religiosidad popular. Por una parte, al señalar el más de un millón de cofrades que la Iglesia moviliza cada año en las 4.856 cofradías inscritas en el Registro de Entidades Religiosas, y otras tantas con un ámbito exclusivamente parroquial.
Por otra, destacando el impacto social y económico que las 418 fiestas populares –procesiones de Semana Santa, romerías, Corpus Christi– con interés turístico que se celebran en España que, junto a la gestión de los bienes de interés cultural, generan «un impacto global de más de un 3% del PIB de España», según la directora de la Oficina de Transparencia de la CEE, Ester Martín.
Lo cierto es que el millón de personas que la semana pasada se congregó en El Rocío, los cientos de miles que agrupan otras romerías igual de populares aunque menos mediáticas, los sesenta mil valencianos que salieron a la calle para celebrar el centenario de la coronación de la Mare de Déu dels Desamparats, o los casi 29 millones de españoles que, según el CIS, participaron en alguna procesión la pasada Semana Santa, configuran un creciente sentimiento popular religioso que contrasta con la crisis que la Iglesia católica afronta con el descenso drástico en la celebración de sacramentos y el menguante número de españoles que ya son poco más de la mitad de la población, un 52,8% según el último dato del CIS.
En 2021, último dato conocido, sólo el 17,33% de los matrimonios celebrados fueron por la Iglesia, y el porcentaje de niños bautizados en relación a los nacidos se quedó en un 44,37%. Y ello a pesar de que ambos porcentajes mejoraron en relación al año anterior, en el que la coincidencia del confinamiento y las restricciones de aforo por el Covid coincidieron con la 'temporada alta' de bodas y comuniones, lo que obligó a retrasar un año muchas celebraciones.

Número de creyentes
En % sobre el total de población
73,4
71,0
71,0
70,9
70,4
70,0
68,7
68,2
67,3
61,7
58,9
58,9
56,4
52,8
(*) En abril
Los sacramentos
Entre paréntesis, porcentaje de bautismos y matrimonios católicos sobre el total de nacimientos y matrimonios
Bautizos
Matrimonios
Primeras comuniones
Unciones de enfermos
Confirmaciones
2021
Fuente: CEE, INE, CIS y elaboración propia / ABC

Número de creyentes
En % sobre el total de población
2010
73,4
2011
71,0
2012
70,4
2013
71,0
2014
70,9
2015
70,0
2016
68,7
2017
68,2
2018
67,3
2019
61,7
2020
58,9
2021
58,9
2022
56,4
2023
52,8
(*) En abril
Los sacramentos
Entre paréntesis, porcentaje de bautismos
y matrimonios católicos sobre el total de
nacimientos y matrimonios
Bautizos
Matrimonios
Primeras comuniones
Unciones
de enfermos
Confirmaciones
349.820
(71,89)
280.654
2010
100.006
74.289
(43,59)
292.143
(61,89)
250.916
2011
109.275
67.313
(41,21)
268.810
(59,12)
245.427
2012
110.065
62.847
(37,29)
254.222
(59,72)
249.526
2013
118.069
54.149
(34,61)
23.425
240.282
(56,19)
244.252
2014
116.787
52.495
(32,29)
23.624
231.254
(55,02)
240.094
2015
115.764
51.810
(30,67)
25.354
226.125
(55,07)
238.671
2016
128.832
50.805
(28,97)
24.637
214.271
(54,50)
229.602
2017
136.503
46.556
(26,81)
25.471
193.394
(51,88)
222.345
2018
121.171
41.975
(25,04)
25.663
175.844
(48,76)
204.618
2019
124.258
36.650
(22,13)
29.627
100.222
(29,36)
161.950
2020
79.447
12.679
(13,98)
25.122
149.711
(44,37)
182.760
2021
103.584
25.762
(17,33)
27.045
Fuente: CEE, INE, CIS y elaboración propia / ABC
Rechazo a lo institucional
Juan Carlos Carvajal Blanco, profesor de Evangelización y Catequesis de la Universidad San Dámaso, explica este contraste desde la idea de que «la religiosidad popular es refractaria a cualquier control institucional externo a ella, por tanto, en un momento en que las instituciones –también la Iglesia– no gozan de buena reputación, muchos se refugian en esa religiosidad donde expresan su vivencia del misterio al margen de cualquier vinculación y control».
Para Daniel Cuesta Gómez SJ, jesuita y experto en religiosidad popular, también ese «rechazo a lo institucional» que vive nuestra sociedad, unido «a la búsqueda de la espiritualidad, de la entraña de la fe, de lo que se nos han transmitido desde en niños en familias más o menos cristianas», justifica ese aumento de la piedad popular.
Una realidad que también reconocen los obispos, quienes en su último plan pastoral olvidan aquella «necesaria purificación» de hace décadas para alentar al «cuidado de la piedad popular como único cordón umbilical de relación con la Iglesia, hoy, de muchos hombres y mujeres, jóvenes y adultos». Incluso para el secretario general del Episcopado, César García Magán, «la religiosidad popular es un gran potencial que tenemos como Iglesia, un gran potencial de evangelización», según explicó a preguntas de ABC.
García Magán también defiende que «hay muchas personas que viven su fe a través de esta religiosidad, a través de cofradías y hermandades». «No es sólo ponerse el hábito de nazareno el día de la procesión sino que durante el año hay un proceso continuado de formación, de celebración de la fe y de compromiso solidario», justifica. Una idea en la que redunda el profesor Carvajal, que señala que «la Iglesia está llamada a descubrir y potenciar esa interrelación» entre ambas formas de vivir la fe.
Pero, más allá de la necesidad de acogerse a la religiosidad popular para salvar la crisis de vida sacramental que vive la Iglesia, ¿qué ha llevado a la jerarquía eclesial a cambiar su visión sobre las manifestaciones de piedad popular? Para el jesuita Daniel Cuesta Gómez el punto de inflexión en España lo marcó el viacrucis que la diócesis de Madrid organizó para la Jornada Mundial de la Juventud en 2011. Las estaciones estaban compuestas por quince pasos procesionales de un alto valor histórico y artístico, provenientes de toda España, que antes de situarse en el paseo de Recoletos, había recorrido la ciudad, procesionados por sus cofrades.
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Los madrileños, y los más de seiscientos mil jóvenes que participaron en el acto, se encontraron en las calles con imágenes como el Cristo de Mena, al que la Legión acompaña cada año en su desembarco en Málaga, la murciana Santa Cena de Salzillo, el popular Cristo de Medinaceli de Madrid o la Virgen de Regla de La Roldana, procesionada por sus propios costaleros de «Los Panaderos» llegados desde Sevilla. Madrid vivió una Semana Santa en pleno agosto, arropada por los jóvenes , «esperanza de la Iglesia» como los han denominado los últimos Papas. Una realidad que a Daniel Cuesta le lleva a concluir: «Fue el día en que la Iglesia se reencontró con la Iglesia».
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