Berta, víctima de 'bullying': «Las personas que más sonríen a veces son las que están más rotas»
Berta tiene 17 años. El 'bullying' que sufrió desde la infancia la llevó a un abismo de depresión, autolesiones y anorexia. Los casos de las niñas de Sallent son solo un grano de arena de una epidemia de problemas de salud mental en los jóvenes que no deja de crecer
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'Bullying': síntomas y consejos
Barcelona
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Iniciar sesiónBerta coge el bolígrafo y dibuja con decisión la historia de su vida en forma de línea de tiempo. Coloca allí, con flechas y guiones, los principales hitos de su vida, que son los más dolorosos. La línea es aun más precoz que su ... edad. Tiene 17 años, y entre 2005 y 2023 concentra gran parte de los sucesos de su vida que la marcaron. Posiblemente estén unos encadenados con otros: «Bullying»; «poco soporte emocional en casa»; «cambio de cole»; «anorexia»; «depresión»; «pandemia»; «charla y explosión»; «ingreso clínico por cortes»; «medicación»...La línea se para de golpe en su hoy, 2023. Y Berta se aparece por el pasillo abovedado de su colegio (antiguo convento) de Barcelona sonriente; radiante; con un skate de ruedas verdes y una serpiente roja contoneándose en la base colgando de su mano.
Berta es altísima, mide casi 1,80; pelo rojizo y ondulado; ojos marrones cuidadosamente delineados de celeste, el mismo color de su jersey. No se tapa los cortes que lleva en el antebrazo izquierdo, ya cicatrizados o en proceso…«Ahora puedo confirmar que estoy mejor que nunca, gracias a Dios», cuenta con soltura y sin abandonar la sonrisa en una sala del colegio mientras remueve un café que no se tomará en las dos horas de conversación que quedan por delante. «Me estoy curando», agrega, o matiza, más bien.
Berta dice que para lidiar con sus problemas cuya «raíz» -dice- ha sido el «bullying» que sufrió desde Primaria, ha tenido que poner mucho de su parte: «Esto es un trabajo, no he estado sentada», aclara intentando dar un mensaje a los chicos de su edad. Algunos que ve a diario y a cualquiera que esté leyendo estas líneas. El trabajo lo hace actualmente con una psicóloga que le «salvó la vida».
La terapeuta, y el psiquiatra que la acompaña en la parte de la medicación, llegaron de la mano del nuevo colegio de Berta, al que se cambió en 1º de la ESO. El centro Abat Oliba Loreto, ubicado en el barrio de Sarrià, en la parte alta de Barcelona, fue el que la puso en contacto con su actual psicóloga. El centro pertenece al CEU, que tiene de paraguas a Mentis, un programa enfocado en proteger la salud mental de los alumnos y que trabaja con el colegio, los padres y con los estudiantes que forman una gran red junto a los centros externos de profesionales de salud mental. «Mentis nace hace dos años cuando se observa que los departamentos de orientación de los colegios (formado por psicólogos y pedagogos) empiezan a necesitar abordar temas que van más allá de las dificultades de aprendizaje. Confrmado por tres psicólogas clínicas, se pone al servicio de lo que los departamentos de orientación de cada colegio demandan», explica Sonsoles Gallo, coordinadora pedagógica de los colegios CEU.
Necesidades aparte, hay siete 'líneas rojas' (realidades psicodiagnósticas) que obligan al centro a acudir sí o sí a Mentis: trastorno del estado del ánimo; conducta autolítica o de ideación suicida; trastorno depresivo; trastorno de conducta alimentaria; patrón problemático de consumo a sustancias o no sustancias; sufrimiento clínico con respecto a la identidad de la persona y, por último, detección del abuso sexual. Eso sí, «los docentes no son médicos psiquiatras, tienen que hacer de profesores, precisamente para que el alumno pueda sanar», aclara la experta.
El mecanismo de Mentis se activa cuando el padre ve que su hijo no está bien y pide referencias sobre centros de derivación; cuando lo detecta el propio colegio que entonces propone acompañamiento psicoterapeútico o urgencias psiaquiátricas, y en ocasiones, es el propio alumno que dice: «No puedo más» y entonces se hace un trabajo de mediación para que el alumno pueda verbalizar a sus padres lo que le pasa, explica Gallo.
Los problemas de salud mental en los jóvenes no tienen la misma 'antigüedad' que la atención que se le dio a la misma en la sociedad y en los titulares de los medios. «Desde hace nueve años ya no extraña tener que activar planes individualizados para trastornos del ánimo, consumos problemáticos a pantallas, al alcohol y un largo etcétera. Se estaba viviendo una tendencia que la pandemia destapó y aceleró», relata Gallo. Pero, ¿cuál es la raíz de esos problemas? «Un sistema educativo que fomenta el narcisismo; determinadas estructuras familiares; la no aceptación del sufrimiento de los hijos que termina en sobreprotección y en una falta de estructura del «yo» de los mismos; del sentido de vida que les damos a nuestros niños…», explica Raúl Adames, director del área de colegios del CEU. «Hay un vaciamiento del sentido último de las cosas, se les propone como sistema de valores el éxito, que es entendido de maneras concretas», agrega la experta. Y ante estas señales hay que actuar.
Berta dio las primeras después de un test de 'bullying' que le hicieron con 13 años, cuando estaba en 3º de la ESO (2019) y cuyas respuestas dice no recordar bien. «Te preguntaban si habías pensado alguna vez en lesionarte o en desaparecer o qué cosas clasificarías como 'bullying'. Algo le alarmó a mi tutora, que también era la psicóloga del colegio, y decidió hablar conmigo», cuenta Berta. Se sintió aliviada hablando con la profesional, pero entonces llegó la pandemia y el confinamiento. «Nos encerraron y toqué fondo, no me movía de la cama. Apenas me duchaba, comía muchísimo, lloraba cada noche y tenía 'flashbacks' de mi antiguo colegio, en el barrio de Montserrat, donde sufrí 'bullying'». Es la etapa que en su línea de tiempo Berta define como «depresión». «Sentía que no merecía la pena vivir, que nadie me quería. No complacía a nadie y tampoco me complacía a mí misma. Y sumada toda la experiencia que tuve de pequeña me miraba al espejo y me daba asco».
Pero antes de la pandemia, la mochila de Berta ya venía cargada. Tenía lo que ella llama «terrores nocturnos» y pesadillas. Algunas siguen. «Hace unos días soñé con una chica de mi antiguo colegio: me invitaba a esquiar y de repente se iba y la perdía. Después, ella aparecía abajo de la pista con un grupo de gente a su alrededor riéndose de mí y juzgándome; yo seguía sola arriba del todo». Era precisamente lo que le pasaba en el colegio. Pero no cuando dormía. «Sufrí 'bullying' psicológico, no físico como el de mi hermano que llegaba a casa con moratones; yo tenía compañeras que hacían ver que eran mis amigas pero luego me trataban mal, no me respetaban, me excluían y se reían de mí. Hacía muchos comentarios sobre mi cuerpo. Me hacían sentir un monstruo».
La metáfora del tren
Berta recuerda otra pesadilla recurrente: un tren que no llega o al que no consigue subirse. Para ella, la metáfora de una vida, la suya, de la que no forma parte o de la que perdió el control. «Recuerdo estar en la estación de tren de Sarrià, mirar el reloj y ver que no avanza el tiempo; era muy estresante porque hacer esperar me sabe mal. Es una forma de respetar a la gente, algo que yo siento que no he tenido. Intentaba ir en bus pero tampoco llegaba. Buscaba mil maneras para huir, pero estaba encerrada en mí misma o en ese universo y no podía salir», relata. Otras noches el tren aparecía pero «iba demasiado rápido y no podía frenarlo, veía gente subida riéndose. En un vagón estaba mi familia, en otro estaban las chicas del 'bullying', en otro mis actuales compañeros y yo estaba fuera. Lloraba, agarrada al vagón suplicando que alguien me abriese la puerta».
A la depresión y la pandemia le sigue en su línea de tiempo otra piedra: la alimentación. En el verano de 2020 dejó de comer: «Sustituí el alimento por agua». Los comentarios sobre su peso, dice, no se produjeron solo en el colegio sino también en casa. «Me sentía juzgada», relata. La falta de «soporte emocional» vuelve a salir de su boca, pero Berta dice que optó por sonreír, y no pedir ayuda. «Las personas que más sonríen a veces son las que están más rotas», avisa. El tren finalmente explotó al año siguiente, en 2021, en el último curso de Secundaria de Berta. «Me acuerdo de ese día perfectamente. Había una charla de sexualidad y escuchaba comentarios homófobos. Yo ya estaba mal y empecé a pensar: «No puedo más, qué gente de mierda». El profesor notó que no estaba tomándome bien los comentarios, me buscó para disculparse por ellos y exploté. Le dije: «Es que no es sólo esto». Es que no podía levantarme de la cama, no tenía energía y me pasaba las horas en el baño del colegio llorando o estaba en clase intentando atender y no podía».
Fue en ese momento cuando Berta verbaliza que no es que no quiere seguir con el curso, es que no quiere seguir con su vida. «Entonces el profesor se alarmó y llamó a la psicóloga». A los tres meses la derivan a un profesional para empezar una terapia que, dice Berta, no la ayudó. Ella cuenta que por aquél entonces conoció a un chico que pensó que le daría lo que tanto reclamaba: amor, atención...«Por fin alguien me quería», pensaba. Hoy dice que conocerlo fue la «peor decisión de su vida» porque se aferró a alguien que la «maltrataba psicológicamente».
Asegura, aún así, que en ese entonces pudo salir adelante, pero sola: «Sobrevivía sola, me caía y me levantaba, no quería hacer sufrir a la gente de mi alrededor», relata. El problema es que Berta pensaba que podía, pero no. El tiempo pasaba y ella otra vez jugaba a impostar la sonrisa del 'Joker' pero el agujero se iba haciendo cada vez más grande.
Ingreso en el hospital
Aguantó hasta junio de 2022, cuando finalmente se la llevaron a urgencias psiquiátricas al encontrarla en el baño del colegio haciéndose daño en el brazo.
A fines del año pasado la medicación y la terapia la ayudaron a reflotar. Sonsoles Gallo la ayudó a romper la relación tóxica que tenía y sigue en terapia, una vez a la semana, con una profesional fuera del centro. A Berta se la ve contenta, segura de sí misma, con nuevo novio y sacando adelante los exámenes. Es educada, dulce y empática. Escribe poemas para ponerle nombre a lo vivido. Uno de ellos, se llama 'Crisálida', posiblemente otra metáfora de ella misma. Porque, como Berta reconoce, sigue trabajando para salir de la oscuridad y hacer la 'metamorfosis'. El equipo del colegio deja claro que aquí no hay historias de éxito, que queda mucho por recorrer. No solo para ella sino para tantos chicos que están en su lugar, algunos más silenciosos, otros más al límite aún.
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