El Papa publica un vía crucis, el texto más poético y personal de su pontificado
Es un diálogo místico y profundo con Jesús sobre sus propias dificultades y las cruces de nuestro tiempo
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Iniciar sesiónEl Vaticano ha publicado el texto de las catorce meditaciones escritas personalmente por el Papa Francisco para el Vía Crucis que este Viernes Santo él mismo presidirá en el Coliseo de Roma. Se trata de un texto en forma de íntima plegaria ... de gran belleza poética y mística. El Pontífice evita entrar directamente en cuestiones de actualidad, pero menciona algunas cruces de nuestro tiempo, como la dignidad pisoteada de las mujeres, los insultos en Internet o el abandono de los niños.
Se titula 'En oración con Jesús en el camino de la cruz' y es el escrito más personal de los que Francisco ha preparado desde que fue elegido Papa. Al hilo de episodios de la Pasión de Cristo, habla en primera persona con Jesús y le presenta sus propias dificultades y las de toda la Iglesia.
«No nos pides lo imposible, sino que permanezcamos cerca de ti. Y, sin embargo, ¡cuántas veces me he alejado de ti! Cuántas veces, como los discípulos, en lugar de velar, me dormí, cuántas veces no tuve tiempo o ganas de rezar, porque estaba cansado, anestesiado por la comodidad o con el alma adormecida», comienza el texto.
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En la primera estación reconoce su «desconcierto» ante el silencio de Cristo, que interpreta como «oración, mansedumbre, perdón, vía para redimir el mal». «Jesús, me doy cuenta de que apenas te conozco porque conozco poco tu silencio, porque en el frenesí de las prisas y del hacer, absorbido por las cosas, atrapado por el miedo de no mantenerme a flote o por el afán de querer ponerme siempre en el centro, no encuentro tiempo para detenerme y quedarme contigo; para permitirte a ti obrar en silencio», reconoce. «Jesús, tu silencio me estremece, me enseña que la oración no nace de los labios que se mueven, sino de un corazón que sabe escuchar», concluye.
Francisco se inclina ante las «cruces» que encuentran las personas de la calle, «una enfermedad, un accidente, la muerte de un ser querido, una decepción amorosa, un hijo que se perdió, la falta de trabajo, una herida interior que no cicatriza, el fracaso de un proyecto, una esperanza más que se malogra». Y, ante estas situaciones, lamenta: «Me encierro en mí mismo, rumiando mentalmente, escarbando en el pasado, quejándome, hundiéndome en el victimismo, paladín de negatividad».
También reconoce las dificultades para «confiar» en las personas, para «pedir ayuda»: «Ya sea por miedo a dar la impresión de que no estamos a la altura de las circunstancias o porque siempre nos preocupamos por quedar bien y lucirnos». Aventura que «amar significa socorrer a los demás en las debilidades de las que se avergüenzan» y pide a Dios ayuda para bajar sus defensas y dejarse amar por Él justo ahí, donde más se avergüenza de sí mismo.
Quizá también es autobiográfica la mención que hace a la experiencia de ser insultado por parte de quienes «emiten juicios y condenas, arrojando sobre Jesús infamia y desprecio»: «Sucede también hoy, Señor; basta un teclado para insultar y publicar condenas».
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En otra de las meditaciones, pide ayuda para saber «reconocer la grandeza de las mujeres, las que aún hoy siguen siendo descartadas, sufriendo ultrajes y violencia». Y pide que cada católico se pregunte por la propia reacción «ante la locura de la guerra, ante los rostros de los niños que ya no saben sonreír, ante sus madres que los ven desnutridos y hambrientos sin tener siquiera más lágrimas que derramar». «Sacúdeme por dentro, dame la gracia de llorar rezando y de rezar llorando», pide a Dios.
Menciona también a quienes «están despojados de dignidad», a «los cristos humillados por la prepotencia y la injusticia, por las ganancias injustas obtenidas a costa de los demás y ante la indiferencia general». «¿Rezo sólo para cubrir mis propias necesidades y revestirme de seguridad?», se pregunta, y luego alerta de una religiosidad vivida sólo de puertas adentro, «de un culto hecho de convencionalismo y exterioridad», «de la convicción de que en la vida todo está bien si yo estoy bien».
En vez de perder el tiempo preguntándose qué habría pasado «si yo hubiera tenido mejores padres, si me hubieran comprendido y amado más, si mi carrera hubiera ido mejor, si no hubiera tenido aquel problema, si tan sólo no sufriera más, si Dios me escuchara», invita a escapar de la «recriminación y el victimismo» y a apostar por «vivir el presente con amor».
Pide reconocer y amar a Dios en «los niños no nacidos y aquellos abandonados», en los «jóvenes en espera de que alguien oiga su grito de dolor», en «los numerosos ancianos descartados», en «los prisioneros y en quien se encuentra solo», y en «los pueblos más explotados y olvidados».
La extensa meditación concluye con catorce peticiones del Papa a Dios, que van desde ser «sanados de la amargura y del resentimiento, del prejuicio y de la desconfianza» hasta aprender a «amar y a perdonar, a vencer la intolerancia y la indiferencia», pasando por la gracia de ser liberado «de juicios temerarios, chismes y palabras violentas y ofensivas».
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