El Papa a la Curia: «Limitarnos a denunciar el mal puede hacernos creer que lo hemos resuelto»

Cuando ha entrado esta mañana en silla de ruedas en la «Sala de las bendiciones», cuyos balcones asoman a la plaza de San Pedro, sus colaboradores más cercanos le han mirado expectantes y sonrientes, tratando de anticipar por dónde llegaría la «reprimenda». Luego, el Papa ha dejado la silla de ruedas en la última fila, y recorrido a pie con el bastón el pasillo central hasta la silla que le habían reservado, mientras le daban un aplauso.

«Si a veces digo cosas que pueden sonar duras y fuertes, no es porque no crea en el valor de la dulzura y de la ternura, sino porque es bueno reservar las caricias para los cansados y los oprimidos, y encontrar la valentía de 'afligir a los consolados' pues a veces su consolación es solo el engaño del demonio y no un don del Espíritu Santo», ha justificado el pontífice este jueves a los cardenales, obispos y un grupo de laicos altos cargos. Se trata de algo más que evitar que no se duerman en los laureles.

Sin citar los casos de corrupción que han salido a la luz a lo largo del año en la administración vaticana, -desde el juicio por malversación al cardenal Angelo Becciu, la trama para despedir al ex auditor general del Vaticano, Libero Milone, y la veloz revocación de la excomunión al sacerdote Marko Rupnik, que había abusado de religiosas aprovechándose de la confesión-, el Papa ha subrayado que «denunciar el mal, también el que se propaga entre nosotros, es demasiado poco. Lo que se debe hacer es decidirse a emprender una conversión».

Con tono serio, Francisco ha explicado que «limitarnos a denunciar el mal puede hacernos creer que lo hemos resuelto, pero lo importante es poner en práctica cambios para no dejarnos enjaular en las lógicas del mal». Su propuesta es «vigilar» para «reconocer y desenmascarar a los «demonios educados» que entran con educación, sin que uno se dé cuenta» en la propia vida.

«Nosotros corremos mayor peligro que todos los demás, porque nos acecha el 'demonio educado', que no llega haciendo ruido sino trayendo flores», ha insistido. Según el Papa, «el primer modo de pecar es marcharse, perderse, hacer cosas evidentemente equivocadas», pero ha alertado a los cardenales y obispos de que «uno se puede perder incluso en casa y vivir infeliz aun permaneciendo formalmente en el lugar del propio deber». Como ejemplo, ha citado «la convicción de ser solamente víctimas, tratados injustamente por la autoridad constituida y, en último análisis, por Dios mismo».

Por otro lado, más adelante, ha aclarado en términos cristianos que «la misericordia es aceptar que los demás tengan límites». «Es justo admitir que personas e instituciones, precisamente porque son humanas, son también limitadas. Una Iglesia pura para los puros es solo la repetición de la herejía cátara. Si no fuera así, el Evangelio y la Biblia no recogerían límites y defectos de muchos que hoy reconocemos como santos».

Tras mencionar la invasión de Ucrania y los otros conflictos armados de nuestro tiempo, les ha pedido una «contribución personal en favor de la paz». Se trata de «extirpar de nuestro corazón toda raíz de odio y resentimiento respecto a los hermanos y las hermanas que viven junto a nosotros».

Así, les ha despedido con una letanía de preguntas: «¿Cuánta amargura hay en nuestro corazón? ¿Qué es lo que la alimenta? ¿Qué es lo que causa la ira que muy a menudo crea distancias entre nosotros y alimenta rabia y resentimiento? ¿Por qué los insultos, en cualquiera de sus formas, se vuelven el único modo que tenemos para hablar de la realidad?»

«No existe sólo la violencia de las armas; existe la violencia verbal, la violencia psicológica, la violencia del abuso de poder, la violencia escondida de las habladurías, que tanto destruye», ha recordado. «Que ninguno saque provecho de la propia posición para mortificar al otro», les ha rogado.

Luego, les ha saludado uno a uno, y les ha regalado dos libros. Estaban tranquilos y sonrientes. Este año, la «reprimenda» ha sido más serena.

Entre sus colaboradores faltaba el cardenal Konrad Krajewski, que ha conducido hasta Ucrania una furgoneta que abría el paso a dos camiones con 40 generadores eléctricos y camisetas térmicas regaladas precisamente por la curia y los empleados del Vaticano. Llegó el martes a Leópolis, y desde allí tenía previsto desplazarse él solo a Zaporiya, Odessa y Kiev para entregar las ayudas.

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