El Papa reclama en Baréin acabar con el 'ojo por ojo': «Significa hacer justicia con las mismas armas del mal»

En una multitudinaria misa ante 30.000 católicos del Golfo Pérsico, les recuerda que «la grandeza del cristiano es no usar la fuerza de la violencia sino la debilidad del amor»

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El Papa, este sábado en el Estadio Nacional de Baréin Efe/ VATICAN MEDIA | ABC Multimedia

Javier Martínez-Brocal

Enviado especial a Manama (Baréin)

Unas treinta mil personas han participado en la misa del Papa Francisco este sábado en el Estadio Nacional de Baréin, muchos venidos también desde Arabia Saudita, EUA y Qatar. Aunque algunos trabajan en cargos operativos en compañías petrolíferas y consultoras, la mayoría son ... emigrantes de Filipinas y la India contratados como empleados de la construcción y del servicio doméstico, que consiguieron unas horas libres para esta ceremonia.

«Son emigrantes con los problemas habituales de los emigrantes: distancia de la propia familia, soledad, provisionalidad, futuro incierto, y la fe es uno de los puntos de contacto que mantienen con sus raíces», los describía el vicario apostólico Paul Hinder, que hace las veces de obispo para esta zona del mundo. «Están conmovidos porque ven el viaje del Papa como una confirmación de que conoce su situación y sus problemas, que son importantes para él», aseguraba antes de la misa.

Los cristianos desaparecieron prácticamente de esta región probablemente desde el siglo VII, en tiempos del profeta Mahoma. En los años treinta del siglo XX había unos 500 católicos en Baréin, atendidos por un sacerdote que viajaba Bagdad. El descubrimiento de pozos de petróleo en aquel entonces atrajo a miles de emigrantes del Líbano, Irak, India y Filipinas, entre ellos muchos católicos. Por eso, el jeque de Baréin regaló un terreno para que construyeran una iglesia, con la condición de que en Italia se supiera que había sido generoso. Por su parte, los católicos pagaron la construcción de la Iglesia y el mantenimiento del sacerdote.

Se trata de la iglesia que el Papa visitará el domingo, y que fue inaugurada en Navidad de 1939. Es la primera iglesia católica del Golfo Árabe, y está dedicada al Sagrado Corazón. Aunque no hay cifras oficiales, de los 35 millones de habitantes del Golfo Pérsico, unos 3 millones serían católicos, emigrantes que proceden de 100 países.

Este sábado a primera hora Francisco recorrió en papamóvil el estadio para ver muchos de sus rostros, y se detuvo para bendecir a algunos bebés que sus guardaespaldas le acercaban desde las primeras filas, entre gritos de entusiasmo.

Quizá pensando en las duras condiciones de trabajo —en ciertos casos no tienen días libres, les retienen el pasaporte para presionarles o no pueden cambiar de trabajo sin el permiso de su empleador—, en su homilía, el Papa les ha asegurado que también Dios «sabe qué experimentamos cuando, a pesar de tantos esfuerzos generosos, no recibimos el bien que nos esperábamos, sino que, incomprensiblemente, sufrimos un daño. E, incluso, ve y sufre observando en nuestros días, en tantas partes del mundo, formas de ejercer el poder que se nutren del abuso y la violencia, que buscan aumentar su propio espacio restringiendo el de los demás, imponiendo su dominio, limitando las libertades fundamentales y oprimiendo a los débiles».

«Permanecer en el amor, incluso ante el mal y el enemigo»

Unas palabras dirigidas, en principio, a los católicos presentes en la misa, pero que bien podrían describir algunas de las situaciones de los países del entorno del viaje papal. El Pontífice ha añadido que frente a esas situaciones «la propuesta de Jesús es sorprendente, es atrevida, es audaz. Él pide a los suyos la valentía de arriesgarse por algo que aparentemente parece la opción perdedora. Pide que permanezcamos siempre, fielmente, en el amor, a pesar de todo, incluso ante el mal y el enemigo».

En ese sentido, ha incidido en que «reaccionar de una forma simplemente humana nos encadena al 'ojo por ojo, diente por diente', pero eso significa hacer justicia con las mismas armas del mal que recibimos. Jesús se atreve a proponernos algo nuevo, distinto, impensable, algo suyo: «Yo les digo que no hagan frente al que les hace mal; al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra»

Pero que «la grandeza del poder de Jesús es no usar la fuerza de la violencia, sino la debilidad del amor. Y nos confiere ese mismo poder: amar de manera incondicional, no sólo cuando todo va bien».

Con gran realismo, el Papa les ha dicho que la propuesta cristiana no es «que soñemos con un mundo idealmente animado por la fraternidad, sino que nos comprometamos en primera persona, empezando por vivir concreta y valientemente la fraternidad universal, perseverando en el bien incluso cuando recibimos el mal, rompiendo la espiral de la venganza, desarmando la violencia, desmilitarizando el corazón».

«Esta invitación de Jesús no se refiere en primer lugar a las grandes cuestiones de la humanidad, sino a las situaciones concretas de nuestra vida: a nuestros lazos familiares, a las relaciones en la comunidad cristiana, a los vínculos que se cultivan en la realidad laboral y social en la que nos encontramos», ha añadido. «Habrá fricciones, momentos de tensión, conflictos, visiones distintas, pero quien sigue al Príncipe de la paz debe buscar siempre la paz. Y no se puede restablecer la paz si a una palabra ofensiva se responde con otra palabra todavía peor, si a una bofetada le sigue otra. Es necesario quebrar la cadena del mal, romper la espiral de violencia, dejar de albergar rencores, dejar de quejarse y compadecerse de sí mismo«, les ha propuesto.

«Queridos amigos, quisiera daros las gracias por vuestro sereno y alegre testimonio de fraternidad, para ser en esta tierra semilla de amor y de paz», les ha dicho a modo de despedida. «A quienes han venido desde Kuwait, Qatar y Arabia Saudita y de otros países del Golfo, les traigo hoy el cariño y la cercanía de la Iglesia universal, que los mira y los abraza, los quiere y los alienta», ha concluido.

Llevar un crucifijo en el cuello «por primera vez»

Entre los participantes, estaban Mari Carmen y su marido, de Colombia. Desde hace nueve años trabajan en la compañía petrolífera de Arabia Saudí, y han viajado desde allí sólo para la misa del Papa. Ella mostraba orgullosa un crucifijo en el cuello, que no podría llevar tan ostensivamente en Arabia. «Aquí sí puedo llevarlo, por eso me lo he puesto», explicaba. Asegura que, aunque no puede haber iglesias en Arabia, la compañía para la que trabajan garantiza que puedan recibir asistencia espiritual. Además, cada fin de semana viajan cientos de personas desde Arabia Saudí para escuchar misa en Baréin.

El vicario apostólico confirma que en la catedral que se inauguró el año pasado y en la parroquia católica de Manama hay más de diez misas en idiomas diferentes, cada día de viernes a domingo, para asegurar que todos los que lo necesiten puedan ir a misa. «La nueva catedral tiene la ventaja de que cuenta con un aparcamiento enorme para recibir a muchas personas», explicaba satisfecho.

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