Obesidad y diabetes, el coste de la dieta 'low cost' que impone la inflación
La subida del precio de los alimentos frescos ha obligado a muchas familias a consumir productos menos saludables
Ultraprocesados ¿sanos?: alimentos que parecen más saludables pero no lo son
Barcelona
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Iniciar sesiónLegumbres, congelados, bandejas de comida procesada, y marca blanca, mucha marca blanca. La inflación ha obligado a muchas familias españolas a replantear su cesta de la compra. Apenas rastro de frutas, verduras, carne o pescado fresco en los carritos de muchos consumidores desde hace ... meses; productos, todos ellos, «básicos en cualquier dieta saludable por su aporte nutricional» según llevan años repitiendo los expertos. La subida sostenida del precio de estos alimentos ha abocado a las familias con menos recursos económicos a nuevas dietas 'low cost', alejadas de las que mantenían antes de que el IPC marcara la alimentación, y, en general, con productos «menos saludables».
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Esther ArmoraSonia Griñán, separada y con dos hijos, ya no pisa la plaza, nutre la nevera con congelados
Los alimentos frescos hace tiempo que han saltado de los carros de la compra del consumidor medio –desde agosto de 2021, en que arrancó la escalada de precios, el consumo de carne ha caído un 13,4 por ciento, el de fruta fresca un 16,2 por ciento, y el de pescado un 21,5 por ciento, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación– para dejar espacio a los packs de comida preparada, los congelados y algunos procesados, según coinciden las estadísticas de diversas centrales de consumo consultadas por este diario.
Efectos a largo plazo
Consideración aparte merece el aceite de oliva virgen, producto estrella de la dieta mediterránea y que debido a su precio prohibitivo (ronda los 8 euros el litro) lleva meses custodiado con candados en los supermercados junto a los licores de primeras marcas. Muchas familias lo han sustituido por aceite de girasol para poder llegar a fin de mes sin descuadrar las cuentas.
Expertos en Salud y Nutrición consultados por ABC advierten del impacto en la salud de estos cambios en la dieta impuestos por la inflación. No son efectos agudos pero sí a largo plazo que «pueden derivar en problemas graves de salud». «Dejar de consumir frutas, verduras y hortalizas, así como producto fresco en general, supone reducir la ingesta de nutrientes básicos, vitaminas, antioxidantes, y otros aportes nutricionales imprescindibles», advierte en declaraciones a este diario el catedrático emérito de la Facultad de Farmacia y Ciencias de la Alimentación de la Universidad de Barcelona (UB), Abel Mariné. Recuerda, a colación, la frase de un nutricionista británico: «Una buena alimentación es la mejor de las medidas de salud pública». «Es evidente que comer peor empeora la salud», sostiene, y subraya la necesidad de ingerir cinco piezas de fruta y vegetales al día para tener una ingesta saludable.
Ante la imposibilidad de cargar el carro con productos frescos, una opción «aceptable, aunque peor que la original», son, a su juicio, los alimentos congelados. «Si está bien congelado, es decir si un producto fresco se congela al momento y después se descongela correctamente no pierde prácticamente las vitaminas y propiedades», dice Mariné. «Otra historia –añade– son los productos precocinados a los que recurren muchas familias, bien porque no pueden comprar fresco o por falta de tiempo». «Si una verdura fresca se congela al momento conserva muchas propiedades. Otra cosa es el sabor y la textura», señala Mariné. Reconoce, no obstante, que «como lo fresco no hay nada» y advierte de que «dejar de consumir frutas y verduras es claramente un factor de riesgo para padecer cáncer, diabetes, obesidad o alguna patología cardiovascular».
Menos fruta, más cáncer
«Investigaciones sólidas realizadas en estos últimos años constatan que en las zonas de Europa en las que se consumen más frutas, verduras y hortalizas, la incidencia del cáncer es menor. Esto es una evidencia», añade el catedrático emérito de la UB.
La profesora del Departamento de Nutrición, Ciencias de la Alimentación y Gastronomía de la UB Carmen Vidal también lo sustenta. «Hay una regla básica para tener una alimentación saludable, que es aumentar la ingesta de fruta y verdura y reducir la de procesados. Ir en contra de esta recomendación puede tener impacto en la salud», señala Vidal y advierte de que ese giro en la dieta marcado por la subida de precios «tiene especial incidencia en aquellas famlias más vulnerables». «Los efectos de la inflación no son los mismos para todos», coinciden los especialistas.
«Hay presupuestos familiares para los que el problema no es llegar a final de mes sino poner un plato en condiciones en la mesa», precisa Mariné. Estudios de la Fundación Pau Gasol advierten, por ejemplo, de que en las familias más vulnerables desde el punto de vista socioeconómico, el porcentaje de obesidad infantil ronda el 16 por ciento, frente al 11,2 por ciento de media de los hogares españoles. «Esa situación de base ha ido a peor con el encarecimiento de los alimentos y no hay visos de que mejore», reconocen. Vidal advierte de que abandonar la dieta saludable supone un factor de riesgo para sufrir las denominadas enfermedades crónicas no transmisibles; entre ellas la diabetes, la obesidad, la hipertensión, el cáncer o los trastornos cardiovasculares.
«Aparecen cuando ingieres alimentos que conllevan un exceso de energía, sal, grasas saturadas, etc...», explica la experta en nutrición y pide medidas compensatorias que ayuden a aquellas familias que se ven obligadas a «dejar de comer sano» a «preservar la salud». Mariné y Vidal apuntan que la dieta mediterránea «hace tiempo que dejó de seguirse y que la inflación desbocada la ha alejado aún más de algunos hogares».
«Un problema de salud»
Gemma Navarro, experta en Nutrición del Hospital de Sant Pau de Barcelona, hace un matiz a los congelados y señala que «aunque son un mal menor no tienen, en la mayoría de los casos, el mismo aporte en vitaminas y nutrientes que los productos frescos y de proximidad». «La subida del coste de los productos frescos es un problema que impactará sin duda en la salud de la población, advierte la experta. «La verdura se puede ingerir congelada, aunque tiene menos propiedades, la fruta no. No hay manera de suplirla y es importante no desterrarla de las dietas», alerta Navarro. Para sobrellevar de la menor manera esta situación, los especialistas ofrecen alternativas.
Para compensar la ausencia de verduras y hortalizas frescas recomiendan la opción del congelado (siempre que el proceso de congelación y descongelación sea el correcto); sugieren el uso de aceite refinado de oliva o el de girasol alto oleico en lugar del aceite extra virgen, excesivamente caro, y también los refrigerados para suplir la ausencia de pescado.
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«Perderemos textura y sabor pero será un mal menor», precisan. Como reflexión final al problema reclaman medidas compensatorias y «una mejor educación nutricional para las familias». «Si tienes poco dinero pero conocimiento de cómo optimizarlo para poner en la mesa un plato más barato pero saludable tienes mucho ganado», concluyen.
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