Una noche apostando en el juego prohibido de León
Esta práctica solo está permitida durante Semana Santa. El resto del año es una actividad ilícita
Dos siglos de persecución contra el juego prohibido al que la ley solo permite jugar en Semana Santa
Álvaro Pardo
En la noche del Miércoles Santo se empieza a escuchar un rumor por los bares con más solera del barrio Húmedo de León. Los más viejos del lugar lo saben de sobra. Los miles de turistas que inundan la ciudad estos días son ... ajenos. En el León antiguo las familias que ya han tomado el vino y van de recogida dan al relevo a los jóvenes y no tan jóvenes para los que la noche aún acaba de empezar. Un grupo de hombres de mediana edad avanzan en procesión tras sus señoras. La noche de vinos en víspera de festivo ha provocado que suelten la lengua. Hablan en un tono elevado sobre aquello de lo que no se suele hablar si no se pregunta. «Muchísimo dinero, muchísimo dinero ha movido aquí» relata uno de los caballeros camino al coche. «Decían que uno llegó a jugarse hasta a su mujer» sube la apuesta otro. Hablan de las Chapas, un juego de apuestas muy arraigado en la provincia de León que a las 12 de la noche verá levantada durante tres días su veda legal.
El juego de las Chapas nada tiene que ver con ese al que jugaban los militantes de la EGB en su tierna infancia. Este es un juego de apuestas a cara o cruz, ni más ni menos. Se juega en círculo, de ahí que a los lugares en los que se juega se les llamen corros. Los jugadores se disponen alrededor del corro, normalmente delimitado por unas tablas, para hacer sus apuestas. Como todo buen juego necesita de un maestro de ceremonias. Aquí se llama baratero. El baratero es el encargado de dirigir los turnos y de cobrar y pagar las apuestas. Laudelino González, conocido como 'Nines', ejerció como tal durante 40 años en el bar Miserias, uno de los templos de las chapas en la capital.
¡Arriba las perras!
La mecánica del juego comienza por la mano o tirador que sigue un turno como cualquier juego de cartas. El tirador realiza una apuesta, pongamos que de 200€ a caras. Antes de lanzar, el baratero debe igualar -casar se dice por estos lares- la apuesta de la mano. Entonces busca entre el resto de jugadores una apuesta contra la jugada de la mano. No es necesario que un solo jugador asuma toda la cantidad. En nuestro ejemplo, sería factible que un jugador apostara 100 contra la mano, otro 50 y otro 50 más . Una vez se iguala la apuesta de la mano pueden lanzarse las monedas al grito de ¡Arriba las perras!. «Una vez las chapas están en el aire el jugador tiene un 50% de posibilidades de ganar y un 50% de posibilidades de perder» comenta Nines que dice no conocer «ningún otro juego de apuestas en el que las posibilidades de ganar sean tan elevadas». Se lanzan dos a la vez con suficiente altura y deben caer dentro del perímetro del corro. Si el baratero considera que el lanzamiento es defectuoso anula la jugada con un seco y nítido «no».
Se juega con perras gordas de la época de Alfonso XII. Las dos monedas lanzadas deben caer del mismo lado: o dos caras o dos cruces. Si salen caras nuestra mano doblaría la cantidad que apostó y ya tendría 400€. De lo contrario serían aquellos que jugaron en contra los que doblarían.
La mano puede continuar tirando todos los turnos que quiera, pero siempre tendrá que apostar a la misma faz de la moneda que en su tirada inicial. Si vas a caras, vas a caras hasta que pierdas o hasta que te retires. De las apuestas que se ganan la casa se lleva un 10% de comisión. Sin embargo al ser preguntado Nines sostiene que «al final no es tanto porque hay que hacer muchas astillas: para el lugar donde se hace, para los camareros, para el baratero, para los ayudantes del baratero…».
Los corros tienen una legislación específica de la Junta de Castilla y León desde el año 1998. Para organizar una partida es necesario obtener una licencia, cumplir unos requisitos y someterse a unas reglas de juego. La ley tan solo permite jugar tres días al año: Jueves, Viernes y Sábado Santo. Hasta la aparición de la norma estaba prohibido jugar, pero las autoridades levantaban la mano en Semana Santa y en festividades locales. «En los 80 y 90 el gobernador civil de turno hacía la vista gorda, pero si había algún incidente en la partida y venía la policía se levantaba el corro» cuenta el histórico baratero. A pesar de las garantías jurídicas que da la regulación, muchos continúan organizando partidas clandestinas. Todos los años la Guardia Civil levanta algunos corros ilegales.
El corro de los jugadores serios
El corro del Casino del Conde Luna se celebra en el sótano del propio edificio en el corazón de León. Una nube de humo empapa el ambiente y una pequeña barra con bebida convierte al juego en fiesta. La media de edad es elevada y la mayoría de los que juegan son hombres. Son pocas las mujeres que miran y una o dos las que están sentadas en el corro. Una jugadora que prefiere no revelar su identidad señala que «en los corros de los pueblos sí hay más mujeres, pero en León capital es un monopolio de los hombres». Ella juega desde hace más de 20 años y es prudente a la hora de hablar sobre el tema. «Hay corros en los que nunca recomendaría jugar por el ambiente tenso que se respira». Nuestra mujer lleva varios años jugando en el corro del Casino: «yo juego lo que llevo: unos 300€ ni más ni menos. Si se me acaban me voy». La dinámica del doble o nada hace difícil dominarse, provocando que algún jugador haga varios viajes al cajero cercano.
Este es un corro grande: en dimensiones y en cantidades. La apuesta mínima son 50€ y dependiendo del estado de la partida puede subirse a 100€. Nines dice no ser partidario de los corros con apuestas mínimas porque se define como «defensor de la chapa popular». «Yo he empezado partidas con apuestas de 5 euros que han acabado calentándose hasta llegar a los 500» relata el que fuera baratero del Miserias. El suelo de baldosas blancas pierde su lustre a medida que avanza la noche. Aunque es difícil fijarse en las baldosas cuando hay tantos billetes tirados. En algunas rondas llegamos a contar más de 5000€ en el suelo. Y es que en este juego el piso hace las veces de mesa y las apuestas se depositan en él, a la altura de la posición del apostador.
En el corro que visitamos tan solo habla el baratero y los que apuestan. Y solo se habla para y por la partida. Los saludos entre jugadores son escuetos y entre murmullos. No hay lugar para las bromas ni para la conversación. Se viene a ver o a jugar, a nada más. Los jugadores son desconfiados por concentración, superstición, o por recelo… Y puede entenderse cuando se observan los fajos de billetes que portan. Las sillas de metal dorado tapizadas en terciopelo azul se van ocupando con más personas a medida que la madrugada se cierne sobre la capital leonesa. Aunque tras su tirada algunos se levantan, bien porque ya han ganado lo suficiente o bien porque ya han perdido demasiado, generalmente el que se sienta pasa varias horas jugando.
Días de pasión
La noche del Jueves Santo es la de mayor afluencia. La partida engorda en jugadores y cifras. Es una de esas noches en las que León se viste de gran metrópoli para no pillar la cama. La procesión pagana de Genarin congrega esa noche a miles de borrachines en las calles del Húmedo. Calles que son puestas a punto en hora récord para la procesión del Viernes Santo que pone en la calle a 13 pasos desde las 7 de la mañana. Penitentes que salen de casa para sacar la procesión se juntan con aquellos trasnochados que regresan penitentes.
La Semana Santa en León es recogimiento y pasión. Sobriedad y silencio, emoción y tradición. Pero en esa tradición no solo se incluyen las procesiones y los actos religiosos. La tradición también pasa por las costumbres mundanas, por los Genarines y las limonadas, por el juego como vía de escape. Hubo un tiempo en el que la semana de pasión paralizaba la vida diurna y nocturna de los leoneses. En el que la vigilia era moralista y se hacía también de puertas para afuera. Y ahí estaban esos agujeros en los que ayer, igual que hoy, el hombre daba rienda suelta a sus bajas pasiones. Porque hoy, igual que ayer, tiene todo el sentido del mundo jugarse la vida a cara o cruz.
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