Margherita Marin: «Juan Pablo I estaba en la cama, con sus gafas puestas, como si se hubiera dormido leyendo»
La religiosa que ayudaba a Juan Pablo I y que lo encontró muerto en su habitación
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Iniciar sesiónA las 7:30 de la mañana del 29 de septiembre de 1978, el Vaticano informó de que Juan Pablo I, elegido Papa sólo 33 días antes, había fallecido. En el comunicado, ocultaron la verdad sobre quién había descubierto el cadáver.
«Hacia ... las 5:30 de la mañana, el secretario particular del Papa, padre Magee, entraba en el dormitorio del Papa Juan Pablo I», aseguraba. «El médico inmediatamente ha constatado el fallecimiento, ocurrido presumiblemente hacia las 23 del 28 de septiembre, por muerte imprevista de infarto de miocardio agudo», concluía el comunicado.
En realidad, se dieron cuenta dos de las cuatro monjas que se ocupaban de su servicio doméstico, pero en aquel entonces la oficina de prensa consideró poco elegante que dos religiosas hubieran entrado en la habitación del pontífice.
Sor Margherita Marin es una de ellas. La reclutó para el apartamento papal Sor Vincenza Taffarel, quien desde hacía años se había ocupado del servicio doméstico de Juan Pablo I antes de que fuera Papa. Esta religiosa de 81 años de la congregación de Maria Bambina es la última persona que vio a Juan Pablo I con vida. Habla con palabras y con ojos llenos de vida. Le molesta que le pregunten por las circunstancias de la muerte del Papa, «porque esas historias eclipsan la grandeza de su vida», pero acepta contar algunos detalles de las últimas horas del pontificado de 33 días.
—¿Cómo era Juan Pablo I?
—Alegre, sereno. Siempre sonriente. Nunca lo vi ni triste ni enfadado ni impaciente. Era muy respetuoso y amable. Pedía perdón y transmitía coraje. Lo recuerdo que trabajaba con sus secretarios, cómo hablaban y se organizaban. Se les veía serenos. Fue una sorpresa que muriera tan deprisa. Nada, era su hora. No hay nada que decir. Dios quiso que fuera así. Era el día de los santos ángeles. Los santos ángeles vinieron a llevárselo…
—¿Cuándo lo conoció?
—Lo vi por primera vez dos días después de su elección, junto a las otras tres monjas que nos ocuparíamos de su casa. Nos acogió con sencillez, dándonos confianza. Nos pidió que le ayudáramos, y que con nuestras oraciones y la ayuda de Dios llevaría el peso que se le había encomendado.
—¿A usted le dijo algo?
Yo tenía 37 años. Me miró y me dijo: Siento haber quitado a su congregación una monja tan joven.
—¿Cómo era la vida en el apartamento papal?
—Si él necesitaba algo, nos buscaba, pero si no, cada uno hacía su trabajo. Hacíamos lo que teníamos que hacer. Y cuando pasaba cerca, repetía: '¡No trabajéis demasiado!' Como la monja enfermera que le atendió desde que él era obispo, Sor Vincenza, tenía problemas de corazón, el Papa insistía en que usara su ascensor particular.
—¿Qué recuerda de aquellas semanas?
—Los momentos de la misa, la oración. Eran preciosos. Él se levantaba muy temprano para rezar. Rezaba mucho. Nos decía: 'Hermanas por favor, recen mucho que todos llaman a mi puerta, necesito mucha ayuda'. Por la mañana rezaba y luego leía la prensa. Cuando terminaba las audiencias venía a la cocina y nos pedía: 'Hermanas, ¿me hacen un café?' Luego volvía al despacho.
—¿Cómo fueron sus últimas horas?
—Por la tarde, mientras yo planchaba, lo veía caminar por el pasillo. Leía unos folios y de vez en cuando, se detenía y escribía algo. En una de esas, me vio y me dijo: 'No planche tanto la camisa, hermana. Es que hace calor y debo cambiarme a menudo. Usted planche sólo el cuello y los puños, que el resto no se ve'.
—¿Y le hizo caso?
—No, en eso le desobedecí.
—¿Qué más hizo el Papa?
—Después de cenar, habló por teléfono con el cardenal de Milán. Por la mañana había mencionado que tenía pendiente esa llamada. No recuerdo cuánto hablaron, quizá media hora. Luego vino a donde estábamos y fue la última vez que lo vimos.
—¿Qué ocurrió?
—Entró para darnos las buenas noches y me preguntó qué misa había preparado para el día siguiente. Le respondí que la de los ángeles custodios. 'Pues hasta mañana. Si el Señor quiere, celebraremos la misa juntos', nos dijo. Mientras se marchaba, cuando salió por la puerta, se giró y nos saludó de nuevo con la mano, sonriendo. Aún me parece verlo ahí, sereno como siempre. Es la última imagen que me llevo de él.
—Usted fue una de las dos personas que descubrieron el cadáver.
—Nos levantamos como todos los días. Yo debía preparar la capilla para la misa y sor Vincenza le dejaba un café en la puerta de su habitación. Estábamos en la capilla y no venía. Yo le dije a la hermana: «Mira a ver qué pasa»....
—Cuando se acercaron a su cuarto, el café seguía allí.
—Sor Vincenza llamó a su puerta, y como no respondía, la abrió y se le escaparon estas palabras: «¡Pero qué me has hecho!», y es que lo conocía desde antes de que fuera obispo. Yo al oírla entré. La luz estaba encendida. Estaba en la cama, con sus gafas puestas, las manos en el pecho, como si se hubiera dormido leyendo. Tenía unos folios en la mano.
—¿Qué hicieron?
—Llamamos a los secretarios, vino el cardenal Villot (el camarlengo)… Tocamos los timbres que tenía junto a la cama, para ver si es que no habían funcionado, pero nada. Vinieron otros dos sacerdotes que yo no conocía. Les oí que decían que no sabían cómo anunciarlo... Uno repetía, '¿qué decimos al mundo ahora que lo había conquistado con su sonrisa?'
—¿Y usted?
—Yo preparé las vestiduras con las que revistieron el cadáver.
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Javier Martínez-BrocalAbolió la silla gestatoria y el uso del plural mayestático, pero la Iglesia elogia también lo que hizo antes de convertirse en Pontífice
—Fueron momentos muy duros.
Fue muy doloroso para nosotras. Pero el médico nos dijo que el Papa no había sufrido. Tuvo un infarto fulminante. Nos dejó demasiado rápido y demasiado pronto...
—Ahora el Papa Francisco lo va a beatificar. ¿Usted le pide ayuda?
—Una persona así no se puede olvidar. Vale la pena conocer su vida. Era humilde, afable, se preocupaba por nosotras. Siento que me da una mano.
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