La sala de las lágrimas
Recuerdo las palabras de Chesterton: «El cristianismo ha muerto y resucitado muchas veces porque tenemos un Dios que sabe salir del sepulcro»
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Iniciar sesiónTras la elección de cada Papa, justo cuando la tan esperada fumata blanca se ha elevado a los cielos, pero su nombre aún no se conoce, el nuevo pontífice se retirará a una pequeña salita en la Capilla Sixtina, justo bajo el Juicio Final, llamada « ... la sala de las lágrimas». Allí, los Papas visten una de las tres sotanas blancas preparadas (en talla pequeña, media y grande), y rezan y lloran, antes de tomar su cruz, en los que serán los últimos momentos de intimidad de sus vidas, sintiendo sobre sus hombros el peso del inconmensurable proyecto en el que se van a embarcar: convertirse en instrumentos de Cristo para la redención de toda la humanidad.
Y digo bien humanidad, y no sólo fieles, porque la Iglesia que se repliega sobre sí misma son doce hombrecillos encerrados y aterrorizados, mientras que la que se da a sí misma, hasta entregar su vida, transforma el mundo y las almas de generaciones.
Extraño éxito electoral ese que no culmina con una borrachera de ego, sino con lágrimas, pero así se maneja la barca de San Pedro: aplicando medidas que hundirían cualquier otra empresa humana. Ninguna multinacional aguantaría un balance contable en el que se deja a 99 ovejas para rescatar a una descarriada, y ningún Ministerio de Defensa firmaría un plan de choque donde se ofrece la otra mejilla a quien te abofetea. Y, sin embargo, la Iglesia Católica es, tras 2.000 años, la estructura social organizada más longeva y extendida de la historia de la humanidad. No languideciendo, como creen algunos, sino aumentando el número de católicos en los cinco continentes (también en la vieja Europa) hasta alcanzar los 1.406 millones, el 17,1% de la población mundial, según el Anuario Pontificio.
La Iglesia es, también, la mayor entidad benéfica del planeta, con más de 140.000 escuelas, 1.360 universidades, 18.000 clínicas, 16.000 residencias de ancianos y 5.500 hospitales, proveyendo el 26% de toda la asistencia médica mundial y realizando el 65% de todo ello en los países más pobres.
Y la fría estadística esconde, palpitante, un fenómeno inexplicable para el logos humano: es la única estructura social en la historia que, cuanto más perseguida ha estado, más fortalecida ha salido. Frente al silencio de tantos políticos y medios ante los 380 millones de cristianos perseguidos en todo el mundo y los 4.476 cristianos asesinados en África, es en este continente donde se da el insólito resultado de que es, también, donde más crece el número de católicos, con un aumento del 3,31% anual.
También el primer papado de la historia comenzó con lágrimas: las de un San Pedro arrepentido tras haber negado a Cristo tres veces. Y, sin embargo, a pesar de sus fallos, Él lo eligió como piedra para construir su Iglesia. Y aquí seguimos, dos milenios después. Por eso, cada vez que me anuncian el fin de la Iglesia, recuerdo las palabras de Chesterton: «El cristianismo ha muerto y resucitado muchas veces porque tenemos un Dios que sabe salir del sepulcro».
Es profesor de Relaciones Internacionales y Derecho Internacional público de la Universidad de Zaragoza
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