Visión antropológica y discernimiento pastoral

«La Iglesia asiste en nuestros días a una grave crisis de la humanidad… y tiene ante sí misiones inmensas»

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El Papa saluda a los fieles congregados en Castel Gandolfo a su llegada este domingo para sus vacaciones EFE

En su discurso a los obispos de la Conferencia Episcopal Italiana, el Papa León XIV identificó el centro de todos los esfuerzos y de las múltiples iniciativas que la Iglesia debe llevar a cabo, con estas palabras de san Juan XXIII: «infundir a Cristo ... en las venas de la humanidad». Son palabras tomadas de la Constitución apostólica Humanae Salutis, escrita por el Papa Juan en el lejano 1961. En ella anunciaba que «la Iglesia asiste en nuestros días a una grave crisis de la humanidad… y tiene ante sí misiones inmensas, como en las épocas más trágicas de la historia». Como se ve, «el Papa bueno», más allá de tantos estereotipos, no se andaba por las ramas.

Pues bien, León XIV ha hablado a los obispos italianos en esa misma clave al referirse a los grandes desafíos actuales que cuestionan el respeto a la dignidad de la persona humana: la inteligencia artificial, la biotecnología, la economía de los datos y las redes sociales. Todos estos fenómenos «están transformando profundamente nuestra percepción y experiencia de vida». En este escenario, ha dicho el Papa, «la dignidad humana corre el riesgo de verse aniquilada u olvidada, sustituida por funciones, automatismos y simulaciones, pero la persona no es un sistema de algoritmos: es una criatura, una relación, un misterio».

Y en este punto, señaló una cuestión trascendental: teniendo siempre presente que Jesús es el centro de su misión, la Iglesia necesita «la visión antropológica como herramienta esencial para el discernimiento pastoral». La indicación del Papa me parece decisiva para este momento histórico, cuando no pocos documentos y constructos eclesiásticos pecan de abstracción, ya sea de espiritualismo desencarnado, o de una encarnación sin anclaje en el misterio de Cristo presente. León ha vuelto a mostrar su profunda sabiduría (teológica y pastoral) al advertir que «sin una reflexión viva sobre lo humano (en su corporeidad, en su vulnerabilidad, en su sed de infinito y su capacidad de conexión), la ética se reduce a un código y la fe corre el riesgo de desencarnarse».

Esta reflexión viva sobre lo humano, a la luz de Cristo presente en su Iglesia, es una de las tarea más urgentes y apasionantes de este momento, y sin ella no se puede entender la misión, dicho de otro modo, será una misión superficial y poco incidente. No es una «frase bonita»: infundir a Cristo en las venas de la humanidad es aclarar con su luz y enderezar con su gracia todo lo que bulle a diario en nuestra carne y nuestra sangre.

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