Política familiar, ni más ni menos

El Gobierno está ultimando una Ley de Familia que saldrá adelante cuando resuelva sus contradicciones internas. Que dispongamos de una ley dedicada a proteger e impulsar a las familias es, en principio, una buena noticia, más en un país en el que la política familiar ... ha sido bastante cicatera con todo tipo de gobiernos. La pregunta es si esta ley servirá para eso, o será la enésima obra de ingeniería social, como sugiere la patética exposición de 16 tipos de familias que parece contemplar. Una cosa es que el ordenamiento jurídico reconozca diversas formas de convivencia que existen en nuestra sociedad, y otra establecer que todo lo que compone esa amalgama tiene el mismo significado y valor social. Cuando se estira el concepto de familia hasta el absurdo, como hace este proyecto de ley, se llega a la paradoja de que ya nada es familia, porque la palabra se vacía de significado. Quién sabe si eso es parte del objetivo de la nueva norma. El Estado no tiene que definir ni inventar la familia, lo que debe hacer es valorar y apoyar lo que las familias reales aportan a la cohesión y el bienestar de nuestra sociedad, que es mucho. La disolución de la familia es un verdadero suicidio de las sociedades europeas, traducido en individualismo, violencia y pérdida de referencias comunes. Cada uno puede vivir su afectividad como mejor estime, y el Estado debe abstenerse de entrar en nuestra cocina y en nuestra alcoba, cosa que hace cada vez con más frecuencia. Lo que sí debe hacer es respaldar con sus políticas una forma de convivencia basada en la relación estable entre un hombre y una mujer, con vocación de permanencia y abierta a la vida, que ofrece un rendimiento social completamente único. Por lo demás, la belleza, la alegría y la salud de las familias están en sus propias manos, no dependen de las normas y decretos de cualquier ministerio.