La fe en el espacio público

«El cristianismo nunca ha buscado que el ordenamiento jurídico se base en la revelación, sino que ha considerado a la razón como fuente del derecho»

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Disparate jurídico, quiebra de civilización

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en su visita a la Conferencia Episcopal, junto al cardenal Juan José Omella EFE

Ahora que estamos en tiempo de agitados debates políticos, no es raro encontrar alusiones a la pertenencia religiosa de algunos protagonistas. Más allá del acierto de cada persona a la hora de profesar su fe y de mostrar sus consecuencias, resulta sorprendente encontrarnos con ... afirmaciones del tipo «la fe de cada cual debe quedar fuera del espacio público en una sociedad democrática como la nuestra». La fe religiosa de una persona da forma a su visión del mundo y además tiene siempre una dimensión comunitaria. Pretender que un creyente se despoje de su fe, como si fuese una chaqueta, a la hora de vivir en el espacio público es hacer violencia a la realidad, y es, además, atentar contra un derecho humano fundamental.

Un creyente se debe atener a las leyes de la ciudad común, como cualquier otro ciudadano. No debe tener una protección especial ni gozar de privilegios, pero tampoco ser discriminado a causa de su fe. Por otra parte, el cristianismo nunca ha buscado que el ordenamiento jurídico se base en la revelación, sino que ha considerado a la razón como fuente del derecho, tal como proclamó Benedicto XVI ante el Bundestag alemán.

A nuestra sociedad le conviene mucho la aportación de todas las realidades vivas que la componen. Excluir la sabiduría teórica y práctica de las grandes tradiciones religiosas a la hora de diseñar nuestra convivencia sería no solo una muestra de intolerancia sino de estupidez, como decía un ilustre agnóstico, el profesor Jürgen Habermas. La armonía y el progreso de una sociedad no se consiguen silenciando su riqueza interna, sino propiciando un diálogo cotidiano en el que se hagan patentes las razones de cada uno para vivir.

Los creyentes estamos cada día en el espacio público, de manera personal y comunitaria. No necesitamos permiso. Tampoco pretendemos avasallar ni conquistar no sé qué espacios. Vivimos en medio del mundo con todo lo que somos, junto a otros con los que acordamos y discrepamos, y ojalá que vivamos con ellos esa amistad cívica que también podemos llamar, con el Papa, fraternidad.

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