La receta de la Iglesia en política
«El progreso se escribe desde la estabilidad institucional y la voluntad de escuchar»
El concilio y el Papa de la unidad

En un momento en el que la degradación institucional de nuestra democracia llega a límites insospechados, y la conversación pública está volcada en el lado oscuro de la política, tramas, mafias, corrupción, es legítimo preguntarse qué están haciendo y diciendo los obispos, por eso de ... que alguien pudiera pensar que están demasiado en silencio por motivos inconfesables. El cristianismo representa, también en sus relaciones con la historia, con la sociedad, la propuesta de un nuevo comienzo. Por lo tanto, además de lo específico de la misión de la Iglesia, -predicación, sacramentos, educación, caridad-, que trae la apertura de horizontes de verdad y libertad en las sociedades plurales y secularizadas, es el momento de recodar los inicios de nuestra democracia reciente, es decir, las bases de lo que hizo posible la Constitución de 1978.
Así ocurrió esta semana en la entrega de lo premios Populorum Progressio de la Fundación Pablo VI, que recayeron en los padres vivos de nuestra Constitución, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón y Miguel Roca Junyent. Ante la presencia de monseñor Luis Argüello, Presidente de la Conferencia Episcopal Española, del cardenal Rouco Varela y del obispo de Getafe, monseñor Ginés García Beltrán, los galardonados dieron una lección magistral de pedagogía democrática y constitucional.
Allí se dijo que no hay concordia verdadera sino se fundamenta en el mutuo aprecio y en una civilizadora y civilizada amistad, que solo desde el respeto a la libertad de todos podemos reclamar la nuestra, que la democracia es voluntad de acordar desde y con la diversidad, que el progreso se escribe desde la estabilidad institucional y la voluntad de escuchar, que los grandes valores que la Constitución reclaman una voluntad firme y sostenida de construir proyectos colectivos compartidos, inclusivos y solidarios.
Y que el consenso que hizo posible la Constitución, y que puede reformarla, no debe ser solo la expresión de un momento de nuestra historia sino la base irrenunciable de su propia vigencia, validez y exigencia. Ideas todas ellas que son eco de la Encíclica «Populorum progressio» de Pablo VI y del rico tesoro de la Doctrina Social de la Iglesia.
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