La suerte contraria
Ansiedad
No recuerdo algo peor, ni siquiera la muerte de un ser querido. Sin dudarlo, en esos momentos habría firmado perder un brazo
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Durante una época de mi vida tuve problemas de ansiedad, una palabra cada vez más común, pero que entonces no lo era tanto. En mi caso llegó con 22 años y se manifestó como un trastorno generalizado. Hoy lo recuerdo como una anécdota, como quien ... tuvo un juanete o sarampión. Pero nada de eso. Aquello me tuvo varios años sufriendo mucho y con un miedo atroz a sufrir ataques de pánico en las situaciones más inverosímiles, especialmente en lugares cerrados o desplazamientos en transporte público. Para la gente que no lo haya sufrido, debo aclarar que esto no tiene nada que ver con ser muy nervioso, con agobiarse con facilidad o con ser un inmaduro incapaz de hacer frente con normalidad a la vida. Tampoco se cura gritando y exigiendo a esa persona que se tranquilice -qué más quisiera-, haciéndole sentir culpable o repitiendo que todo eso son gilipolleces de niñatos y que antes no había ansiedad ni cosas raras y que lo que único que pasa es que la gente de ahora es muy débil.
Nada de eso. Un ataque de pánico es otra liga, algo que no deseo a nadie. No hay nada en el mundo comparable con una depresión acompañada de ataques de pánico constantes, el fámoso 'burn-out'. Quien lo ha sufrido, lo sabe. Y a quien no lo ha sufrido no se lo aconsejo. Conviene aclarar que estar deprimido no es estar triste. Es otra cosa. Pero que estar deprimido debido a sufrir ataques de pánico constantes es, directamente, estar enfermo, lleno de dolor, creerte loco, sin escapatoria y sin un hálito de esperanza. Cuando eso pasa, la cabeza deja de funcionar, se da literalmente la vuelta, falla el sistema y pierdes las ganas de vivir. En mi caso comenzó sin una causa clara, pero aquella tarde acabé en urgencias con 180 pulsaciones por minuto, lo cual es lo mismo que mirar a la muerte a la cara. Lo pasé tan mal que generé un miedo enorme a que me volviera a pasar y, paradójicamente, eso hacía que me pasara. Yo mismo me generaba los ataques, es decir, se convirtió en un miedo circular que se retroalimentaba y acabé por generar la peor fobia, que es la fobia a la propia fobia. No quiero insistir más en ello, pero quiero subrayar que no recuerdo algo peor, ni siquiera la muerte de un ser querido. Sin dudarlo, en esos momentos habría firmado perder un brazo si con ello hubiera tenido la certeza de recuperar la cabeza.
Pero un día se fue. Y se fue para siempre. Sigo incómodo en ocasiones, pero no he vuelto a tener ningún problema en casi veinte años. Cuento esto porque hoy es el día de la ansiedad y creo que hay que visibilizarlo para que el que lo sufra entienda que no es el único, que sí que hay esperanza y que se debe poner en manos de un psicólogo cuanto antes. Yo no lo hice y me equivoqué.
Aunque no todo fue malo. Cuando uno ha sufrido comienza a ver la ausencia de sufrimiento como un regalo. Eso te convierte en alguien agradecido. Y algo más: cuando has sentido el dolor, comienzas a reconocerlo en los demás. Y de ahí a la verdadera humanidad solo hay un paso.