Cuando lo imposible se hizo posible
En el valle de Fornela, la vocación de servicio y la solidaridad de bomberos, brigadistas, militares y voluntarios contuvieron las llamas y salvaron el esfuerzo de generaciones. Gracias a ellos, el valle sigue en pie
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Iniciar sesiónEl camión rojo avanza en silencio por la autovía. Dentro viajan tres bomberos de Aranda del Duero: Francisco Ramos, Javier Puente y Jesús María García. Se han ofrecido como voluntarios para reforzar el operativo en León y el puesto de mando aceptó su ayuda. ... Durante el camino les confirman el destino: el valle de Fornela. Visten el uniforme reglamentario y apenas hablan. Saben que su oficio es estar donde más falta hacen.
A la altura de Ponferrada dejan la A-6 y toman la carretera que se adentra en las montañas. El asfalto se retuerce en cada curva del camino que les conduce a Peranzanes. Con cada kilómetro, el humo se hace más denso y el paisaje revela laderas ennegrecidas, manchas de bosque arrasado, un valle que respira ceniza. En el ayuntamiento de Peranzanes está el puesto de mando. Allí reciben las primeras instrucciones.
La orden inicial los envía a San Pedro de Paradela, que amanece exhausto tras una noche de lucha desesperada y nervios. Varios vecinos se han jugado la vida improvisando cortafuegos con palas y azadas para frenar el avance de las llamas. Cuando los bomberos de Aranda llegan, el alivio es inmediato. Juan, vecino del lugar, abre su casa para que puedan aprovechar la escasa señal de móvil —las comunicaciones están casi caídas— y les ofrece agua y comida. Otros vecinos se acercan con lo que tienen. La presencia de los bomberos devuelve calma a quienes llevaban horas en vilo, convencidos de estar abandonados a su suerte.
La calma dura poco. Un aviso urgente los llama al frente más crítico: el fuego avanza hacia la carretera LE-4212, la línea que no se puede perder. Si las llamas cruzan ese asfalto, el incendio arrasará el valle y se internará en los Ancares. El camión se detiene junto a otras dotaciones que ya trabajan en la zona. No hay diferencias entre cuerpos ni provincias: bomberos de Navarra, Segovia y León; brigadistas de la Junta; militares de la UME; agentes forestales; voluntarios. Todos bajo las órdenes de Luis, el jefe de operaciones. No hay egos. Cada cual se coloca donde hace falta. Lo único que importa es que el fuego no cruce. Si la carretera cae, salvar las comunidades de Cariseda, Peranzanes y el propio San Pedro de Paradela será imposible.
El viento cambia nuevamente. Francisco, Javier y Jesús despliegan mangueras mientras que hacen de equipo nodriza dando agua al resto de unidades que combaten el fuego. Se mueven como un engranaje perfecto: uno controla el flujo, otro vigila el flanco y el tercero se coordina con el resto de equipos. No necesitan hablar; los años juntos enseñan a entenderse con un gesto.
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Agua, mantas, comida
En Fabero, los evacuados del valle esperan noticias. La tristeza es compartida, también la solidaridad: agua, mantas, comida. En el frente, los hidroaviones atacan las lenguas más violentas, aunque el humo y el aire caprichoso complican cada pasada.
En San Pedro de Paradela, Juan cierra un momento la puerta de su casa y mira el monte. La señal sigue yéndose y viniendo, pero el pueblo ya no se siente solo. La llegada de dotaciones de todas partes —bomberos, brigadistas, militares y voluntarios— ha devuelto confianza a un valle que se creía abandonado. Su compromiso y vocación de servicio han permitido salvar algo mucho más que unas casas: han protegido el esfuerzo de generaciones, el trabajo de toda una vida y la memoria de quienes han levantado estos pueblos con sus manos. Gracias a todos ellos se ha hecho posible lo que parecía imposible: contener el fuego en el valle de Fornela.
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