De Bergoglio a Francisco
Anclado en su fe y sostenido por la oración, fue un peregrino que, con la mochila del Evangelio, llevó al corazón de la humanidad el sencillo y necesario bálsamo del cuidado con los más olvidados
Los cardenales empiezan a perfilar al nuevo Papa: «Espero un cónclave largo»
Un comunicador de masas que supo hablar con gestos

Una de las imágenes más evocadoras sobre la Iglesia y su misión es la de la barca. Los escritos de los Padres refirieron a la Iglesia y su misión conocidas escenas de los Evangelios que hablan de llamada y tempestad, de enseñanza y de pesca ... abundante: en las orillas del lago de Galilea comienza una travesía, en la que el Señor enseña, socorre en las tempestades y hace fecundo y abundante el esforzado bregar. Al entrar en la basílica de San Pedro en Roma, en su atrio, antes de traspasar la puerta de los Sacramentos, si volvemos la mirada hacia la plaza, descubriremos, sobre la cancela central, los restos (reconstruidos) del famoso mosaico de la 'Navicella' del Giotto, obra salvada de la anterior basílica medieval: los apóstoles en plena tempestad guardan el equilibrio en la frágil barca y observan como Cristo, caminando sobre las aguas, sostiene con su mano a Pedro para que no se hunda.
En esa obra del genial Giotto pensaba cuando, en estos días, se ofrecen análisis, valoraciones, detalles e historias que pretenden relatar con propósito de verdad casi «dogmática» y retratar con brocha gruesa o pincel fino todo lo que se pueda referir al Papa Francisco: sus intenciones y proyectos, sus afirmaciones y sus silencios, sus gestos y sus palabras. No podemos olvidar que, en los renglones torcidos de nuestra vida, Dios escribe trazos que nos van mostrando caminos a transitar y retos a realizar que van perfilando las opciones tomadas, sean aciertos u errores, fortalezas o fragilidades.
Y los renglones y trazos de la vida de Francisco requerirán que el paso y el poso del tiempo nos permitan describirlos con lucidez, sabiendo que ninguna biografía podrá agotar la inmensidad de cualquier vida, desde las más reconocidas a las más discretas.
Desde que la mañana del lunes de Pascua nos sorprendió con la noticia de la muerte del Papa Francisco, y cuando la emoción y la conmoción iniciales dejan paso al sereno momento de los tiempos de Dios, surge el recuerdo personal de aquellos momentos que impactaron la memoria y el corazón desde que el cardenal llegado desde Buenos Aires fue llamado a ser el nuevo Pedro con el nombre de Francisco. Desde este recuerdo me atrevo, sobre todo, a describir impresiones que han ido sembrado mi memoria acerca del sucesor de Pedro.
Una de las primeras fue cuando, recién elegido Papa, el 13 de marzo de 2013, se asomó al balcón de la Logia de la Bendición en la fachada de la basílica de San Pedro, y nos regaló el saludo espontáneo, cordial y cercano, de aquel que venía «casi del fin del mundo»: «Fratelli e sorelle. Bonna sera» (Hermanos y hermanas, buenas tardes). Era, de nuevo, Pedro entre nosotros con el nombre de Francisco, el mismo Pedro que nos saludó en «el sencillo y humilde trabajador de la viña del Señor» con Benedicto XVI, o se presentó como el obispo de Roma «llamado de un país lejano» en la voz de san Juan Pablo II. En cada momento, con la voz de cada Papa, resuena siempre la misión que Jesús encomendó al pescador de Galilea: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16, 18).
Otra de sus huellas imborrables fueron las palabras que el aún cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, ofreció en una de las congregaciones generales antes del cónclave del año 2013, en concreto en la penúltima, que tuvo lugar en la mañana del sábado 9 de marzo. Horas antes de ser elegido Papa, el cardenal Bergoglio regaló al entonces cardenal Ortega, arzobispo de la Habana (Cuba), el manuscrito con las palabras allí pronunciadas sobre el perfil del Papa, del nuevo obispo de Roma que habían de elegir: «un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de «la dulce y confortadora alegría de la evangelizar». Al leerlo de nuevo, asoman a nuestra comprensión como una descriptiva autobiografía del mismo Papa Francisco: anclado en su fe y sostenido por la oración, fue un peregrino que, con la sola mochila del Evangelio, llevó al corazón de la humanidad el sencillo y necesario bálsamo del cuidado, de la ternura y del compromiso samaritano con los más olvidados de una humanidad que se mueve con demasiada prisa sin importarle el precio a pagar.
El revelador texto manuscrito del Consistorio de 2013 nos evidencia que es preciso conocer a Bergoglio para comprender a Francisco y las propuestas desarrolladas ampliamente en su exhortación apostólica Evangelii gaudium: es toda una hoja de ruta para esta nueva etapa evangelizadora, de cara a señalar «caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años». Entre los que están la invitación a cada cristiano «a renovar ahora mismo el encuentro personal en Jesucristo»; recuperar «la dulce y confortadora alegría de evangelizar»; emprender «la reforma de la Iglesia en salida misionera»; llevar a cabo «la inclusión social de los pobres» y la búsqueda de «la paz y el diálogo social».
Todo un cambio de hondo calado, no mera cosmética, desde dentro y no sólo en las formas, que el Papa Francisco concebía como un sueño que va precedido de una honda y sincera conversión personal, pastoral y misionera «que no puede dejar las cosas como están», una profunda renovación de la Iglesia en fidelidad a su propia vocación, lo que exige también «la reforma de estructuras eclesiales» para que «todas ellas se vuelvan más misioneras».
El pontificado del Papa Francisco, esquivando los extremos que polarizan y las orillas enfrentadas que lo han querido encasillar, conviene entenderlo como un camino de humildad, tomando el bordón peregrino de una humildad razonable y las sandalias de una razón humilde. En numerosas ocasiones se ha referido a esta condición peregrina del ser humano como una «dinámica del éxodo», un salir de uno mismo y caminar para ir siempre más allá de toda etapa alcanzada. Dice incluso que «la intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante». La Iglesia siempre ha sido peregrina, y hoy más que nunca, debe asumir de nuevo el riesgo de «salir de la tierra» de las rutinas, de las comodidades y las seguridades, advertir y de apreciar, con Don Quijote, que «vale más camino que posada», o que «el camino es mejor que la posada». Por eso nos decía, y nos sigue diciendo con rotundidad, que «prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades».
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