El Papa Francisco, un comunicador de masas que supo hablar con gestos
Se hizo entender por los más poderosos y los más débiles, por todas las culturas e incluso por los no creyentes
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Francisco es sin duda el Papa que ha concedido más entrevistas, pues no parecía temer a las preguntas incómodas. Las concedió a los medios más importantes del mundo, pero también a un periódico escrito por personas sintecho o a boletines de diócesis argentinas.
Consideraba a ... los periodistas como intermediarios y al principio del pontificado les solicitó honradez profesional. A veces, los intereses económicos o ideológicos de los medios lo pusieron difícil, y entonces Francisco avisaba de «los tres pecados de los periodistas: la desinformación, la difamación y la calumnia».
A los medios les entusiasmaba escuchar a un Papa que hablaba de lo divino y de lo humano: del fútbol, de las suegras, del maquillaje, del cine, de la comida, de las mascotas. A veces esa espontaneidad le jugó malas pasadas, pues eran declaraciones informales que en un discurso habría matizado o incluso eliminado ya que no eran unívocas o podrían resultar ofensivas.
Por ejemplo, cuando en un encuentro a puerta cerrada solicitó a los obispos italianos que no ordenen sacerdotes ni admitan en el seminario a personas homosexuales, y lamentó que «hay demasiada 'mariconería' en ciertos seminarios». Un día después pidió disculpas. La filtración era interesada pues Francisco estaba usando la misma palabra que su interlocutor le había planteado en una pregunta.
También a muchos extrañó que dijera en una rueda de prensa que «algunos creen que, para ser buenos católicos, tenemos que ser –perdonen la expresión– como conejos», respuesta que más adelante matizó. Cuando tras los atentados de Charlie Hebdo un periodista le preguntó sobre los límites de la libertad de expresión, dijo que «no se puede reaccionar violentamente, pero, si un amigo ofende a mi madre, se lleva un puñetazo. Es lo normal. No se puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás, no se puede ridiculizar la fe». Naturalmente, no estaba justificando los atentados.
Gestos con simbolismo
Pero igual que Benedicto XVI, Francisco no se dirigía a los medios de comunicación, sino a las personas. Como hizo Juan Pablo II, también Bergoglio esculpió su magisterio con gestos llenos de simbolismo: vivir en una residencia, desplazarse en el automóvil más pequeño que encontró en el garaje, salir del Vaticano sin escolta, o subirse a los aviones llevando en mano su propio maletín con los efectos personales. «Tenemos que acostumbrarnos a la normalidad», explicó.
El corazón de su mensaje era la fuerza de la cercanía y de la ternura, que identificaba con el estilo de Dios. Según expertos en comunicación, la fuerza de su mensaje se fundaba en la coherencia. Hablaba de misericordia, pero, sobre todo, saludaba y acariciaba cada semana a cientos de enfermos, escuchaba muchos viernes a víctimas de abusos sexuales, visitaba cárceles, en su cumpleaños desayunaba con personas sintecho. Mostraba paciencia, sencillez y mansedumbre, pero sin dejar de reñir o de tomar decisiones impopulares cuando hacía falta, sin miedo a perder simpatías.
En el Capitolio de Estados Unidos le escucharon con interés porque sabían que antes había estado en Lampedusa, Albania, Sri Lanka, Sarajevo, Bolivia o Paraguay, por citar lugares desconcertantes como tantos otros que vendrían después: la República Centroafricana, Sudán del Sur, Papúa Nueva Guinea, Myanmar, Bangladesh, Irak…
La «escuchaterapia»
El primer gran «secreto» de su estrategia comunicativa estaba al alcance de todas las fortunas, pues consistía sencillamente en escuchar mucho. Ha sido un «gran comunicador», uno de los mejores del mundo, porque era antes un gran escuchador. Recomendaba la «escuchaterapia» como medicina para los enfermos, tristes o desconcertados, y la practicaba con paciencia y generosidad. Hasta que estalló la pandemia, cada mañana, al terminar la misa de las siete, saludaba uno a uno a quienes habían participado, procedentes de cualquier lugar del mundo, que le hacían los comentarios más variados. Después, hasta el final, recibió por las tardes a decenas de invitados y visitantes en su casa, fuera de la agencia oficial de las mañanas que preparaba la Prefectura de la Casa Pontificia.
Durante años, escuchaba cada semana a cientos de personas sencillas o poderosas, sin estudios o con doctorados, descreídas o piadosas… Leía decenas de cartas y respondía personalmente con breves notas o con una llamada telefónica.
Tenía instinto para llegar hasta el corazón de sus interlocutores. Como la bendición Urbi et Orbi en el peor momento de la pandemia del Covid-19, cuando las víctimas diarias rozaban los mil pacientes, el 27 de marzo de 2020, ante una plaza de San Pedro desierta y bajo la lluvia. O sus ceremonias del Jueves Santo en cárceles y centros de refugiados, en las que de rodillas lavaba los pies a prisioneros o a personas marginadas.
Pedía perdón cuando se equivocaba
Los gestos y palabras de Francisco llegaban a millones de ciudadanos también porque su mensaje era positivo, porque invitaba a cada persona a dar lo mejor de sí, pedía perdón en público cuando se equivocaba y no se amargaba por las críticas.
Reveló su idea sobre la comunicación durante uno de los últimos grandes encuentros, el Jubileo con periodistas el 25 de enero de 2025. «Comunicar es salir un poco de uno mismo para compartir lo mío con el otro», les dijo. «Comunicar construye, hace avanzar a todos, siempre que sea verdadero. Pero no es sólo decir cosas verdaderas, sino ser verdadero. Esa es la gran prueba».
Partidarios y detractores del Papa pueden estar de acuerdo en que es la prueba del algodón de Francisco. Fue escuchado por personas de todos los continentes y cultura porque no cayó en la tentación de reducir sus gestos a una campaña de marketing. El mensaje y el mensajero estaban plenamente identificados. No era un vendedor de humo.
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