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Francisco beatifica este domingo a su predecesor Juan Pablo I, el Papa de la sonrisa

Abolió la silla gestatoria y el uso del plural mayestático, pero la Iglesia elogia también lo que hizo antes de convertirse en Pontífice

Los participantes en la rueda de prensa en el Vaticano, desde la derecha, la sobrina de Juan Pablo I, la religiosa que encontró su cadáver y la vicepostuladora de la causa Copyright: Vatican Media
Javier Martínez-Brocal

Javier Martínez-Brocal

Corresponsal en el Vaticano

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Francisco beatifica este domingo a Juan Pablo I (1912-1978), para reconocer la huella que este Papa dejó en la Iglesia en sólo 33 días de pontificado. La misa se celebrará el domingo por la mañana en la plaza de San Pedro, la misma a la que el nuevo beato se asomó el 25 de agosto de 1978. Su primera reliquia es un folio en el que trazó en 1956 una explicación sobre las tres virtudes teologales, que utilizó años más tarde en sus tres únicas audiencias generales.

Albino Luciani, mejor conocido como Juan Pablo I, tiene muchos primados. Es el Papa que en pocos segundos conquistó al mundo con su espontánea sonrisa, que aparcó para siempre la silla gestatoria y que canceló de un plumazo el uso del plural mayestático «nos» en sus discursos para usar sólo el «yo». Ese nuevo estilo abrió la puerta a la elección de Juan Pablo II, primer pontífice no italiano en casi medio milenio.

El cardenal Beniamino Stella, que fue ordenado sacerdote por él, recuerda su instinto para usar un lenguaje sencillo. «En el seminario le dijeron: 'Cuando hables, debe entenderlo hasta la última vieja del último banco'. Aplicó siempre esta regla y supo hacerse entender por todos», explica.

Stella, que es también el postulador de esta causa de beatificación, lo describe como una persona de «enorme serenidad interior, gran bondad y timidez, que cultivaba la amistad con todos». «Era un obispo que cuando había un problema, rezaba, y reflexionaba mucho antes de tomar una decisión», añade.

Dice que con su vida mostró «el rostro de una Iglesia humilde, laboriosa, serena, preocupada de seguir a Jesús, lejana de la tentación de medir el valor del Evangelio según lo que opina la gente sobre él».

La número dos de la postulación, la periodista e historiadora italiana Stefania Falasca, lamentaba este viernes en el Vaticano que las circunstancias de su muerte hayan «neutralizado la consistencia y el peso de un personaje gigante». Con la beatificación, «la Iglesia reconoce toda su vida, no sólo su papado», subrayó.

Ella ha revisado el historial médico del Pontífice, las declaraciones de los dos médicos que examinaron su cadáver, y de las personas del Instituto de Medicina Legal de la Universidad La Sapienza que en 1978 trabajaron para prepararlo para los días que estuvo expuesto antes del funeral.

En aquel entonces «los médicos del Papa no consideraron necesario hacer una autopsia porque no encontraron nada sospechoso. Tenían claro que se había tratado de un infarto. Muerte imprevista, y por lo tanto, natural», asegura Falasca, que revela que la noche anterior el Papa tuvo un dolor en el pecho, pero no le dio peso porque lo consideró reumatismo.

Para la beatificación, la postulación ha tenido que demostrar un milagro realizado por la intercesión de Juan Pablo I. En este caso, se trata de una curación médicamente inexplicable y repentina que tuvo lugar el 23 de julio de 2011 en Buenos Aires. La paciente era una niña de doce años completamente desahuciada. Ya pesaba sólo 19 kilos a causa de una 'grave encefalopatía inflamatoria aguda', crisis epilépticas diarias y 'shock' séptico por una infección broncopulmonar. Completamente recuperada, iba a estar este domingo en la ceremonia, pero hace unos días se lesionó en el gimnasio y los médicos le han prohibido el viaje en avión para evitar trombos.

Un cónclave exprés

Elegido el 26 de agosto de 1978 en la tercera votación en un cónclave de menos de 24 horas, el hasta entonces patriarca de Venecia Albino Luciani tomó una primera decisión sorprendente, unir el nombre (y así, las prioridades) de los dos gigantes que lo habían precedido, Juan XXIII y Pablo VI.

Albino había nacido en 1912 en una pequeña localidad cerca de Belluno (Italia) llamada Forno di Canale. Su padre era un obrero socialista emigrado a Alemania y Argentina, que regresó a Venecia y trabajó en la industria del vidrio de Murano. Tras ordenarse sacerdote a los 22 años, enseñó Religión en un centro de preparación técnica de mineros. Hablaba con gestos. Dos años antes de ser Papa, había vendido su cruz pastoral de oro, para destinar los fondos a un centro de ayuda para personas con síndrome de Down.

En el momento del cónclave, su hermano Edoardo, que había sido maestro, ya estaba jubilado. Su hermana Nina era un ama de casa casada con un albañil. En el Vaticano contó sus historias Lina Petri, hija de Nina. «Cuando él era cardenal, yo estudiaba Filosofía en Roma y cuando él venía a esta ciudad, me llamaba para comer juntos», asegura. «Se interesaba por mí, me preguntaba si me gustaba más San Agustín de Hipona o Santo Tomás de Aquino. Yo no los conocía mucho. Él me explicaba que sentía más cercano a San Agustín porque de pecador, pasó a ser converso», evoca. «Era muy optimista: no buscaba condenar, veía siempre lo bueno de las personas», añade.

«Durante el cónclave con mi hermano bromeábamos: 'No prepares la cena, iremos al restaurante porque harán Papa a nuestro tío'», recuerda. «Cuando tras la fumata blanca mi madre escuchó su nombre en latín, 'Albinum', cayó de rodillas. Repetía: 'Pobrecillo, pobrecillo'. Con todo el lío, se nos olvidó cenar», asegura.

Sobre el fallecimiento de Juan Pablo I, la sobrina del Papa es tajante: «En nuestra familia no hemos creído en los complots, jamás hemos tenido ninguna sospecha. Pienso que es un insulto a la inteligencia insinuar que fue asesinado», repite.

Dice que en torno a las 7:25 del 29 de septiembre de 1978 su hermano le dio la noticia por teléfono y fue la primera pariente del Papa que llegó al Vaticano. «Me llevaron a la capilla de su apartamento, porque estaban terminando de preparar el cadáver con las vestiduras de Papa. Luego entré en su habitación», recuerda.

«Estaba tumbado. La habitación estaba vacía, sólo la cama y la mesa. Él tenía el rostro sereno…», describe Lina Petri. «Me dieron una silla. Me senté allí unos minutos, quizá diez, quizá más. Y hablé con él, como lo había hecho toda la vida. Le hablé de ese destino que le había tocado de mostrarse así al mundo, él que era tan tímido. Por eso le dije, 'Quizá por suerte para ti, ha sido sólo por poco tiempo y esto es casi un regalo'», asegura.

Desde este domingo, será además de eso, estará a solo un paso de ser oficialmente considerado santo.

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