Familia Francini Dejar Valladolid para ser misioneros en Japón
En 2005, la pareja adquirió un compromiso con los cristianos del Camino Neocatecumenal que cambió sus vidas. Ahora quieren emprender una aventura «de agradecimiento» junto a sus dos hijas, Arantxa y Saray
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Iniciar sesiónHace diecisiete años, Liliana Figueroa había decidido separarse de su marido, José Francini. Los dos colombianos llevaban una vuelta al sol viviendo juntos en Valladolid, pero las cosas iban mal. Sólo «un papelito«»fue capaz de cambiarlo todo, evoca ella. La invitación en cuestión era ... un folleto de las comunidades cristianas del Camino Neocatecumenal, a las que se adhirieron ambos, algo que propició un cambio «personal y sentimental» que les llevó a arreglar sus problemas y salvar su matrimonio. A día de hoy siguen juntos y tienen dos hijas, Arantxa y Saray, de 12 y 8 años. Ese es el motivo de que ahora quieran embarcarse en una aventura «de agradecimiento» para la que ya tramitan visados. Han dejado trabajo, colegio, instituto. Los cuatro pondrán pronto rumbo a Kobe, una ciudad de millón y medio de habitantes en Japón, donde serán, ante todo, una familia misionera.
«Si lo piensas desde un punto de vista humano, es una auténtica locura», admite José. No obstante, coincide con su esposa; la gracia y su fe bien merecen «romper con la comodidad» para anunciar la palabra de Dios. La familia habla de su experiencia con motivo del Domingo Mundial de las Misiones (Domund) –que se celebró el pasado día 23– y explica que la decisión de ofrecerse la había tomado la pareja hace ya una década. Sin embargo, ha sido ahora cuando se les ha reclamado, a raíz del llamamiento del obispo de la diócesis nipona. Ellos no supieron dónde colocar la chincheta en su mapa hasta su encuentro con otras familias «levantadas en misión» en Italia, hace unos meses. «Vamos a buscar nuestro destino», les dijeron entonces a las niñas.
Pequeñas que ya no lo son tanto y que, por tanto, fueron reticentes al principio a dejar su hogar en Arroyo de la Encomienda. Ahora, ambas han aceptado «la importancia» de la mudanza y han empezado a estudiar japonés. «Yo escribo mejor y Saray destaca en la pronunciación», sonríe Arantxa, intrigada por la caligrafía, lo 'kawaii' o el sushi. Su hermana pequeña también comienza a hacerse a la idea y puede imaginarse durmiendo en el suelo, en una de esas camas que ha visto en Internet.
Pero más allá de samuráis y otros imaginarios, el matrimonio confiesa que espera un fuerte contraste. «Voy sin expectativas y sabiendo que será un cambio complicado y que tenemos que ver cómo afecta a nuestra familia», refiere Liliana. Puede que se queden para siempre, o que vuelvan. En Valladolid, José se dedicaba a las reformas y ella trabajaba en cocina y, aunque ya emigraron una vez, saben que echarán muchas cosas de menos.
Además, no todos sus seres queridos se han tomado bien la decisión. José cuenta que «la pregunta típica es '¿Qué se os ha perdido a vosotros allí?'». Pero ellos muestran un compromiso inquebrantable. Si bien les «sorprendió» el país asignado, aseguran que van «de forma totalmente libre». El arzobispo de Valladolid, Luis Argüello, justifica el envío en que, a pesar de la riqueza de Japón, su primer ministro destacó recientemente sus graves problemas con la soledad y el suicidio. «Tenemos arraigada la idea de que la misión cuelga de la percha de la pobreza, pero la tarea fundamental es la evangelizadora», apuntó el delegado de misiones, Javier Carlos Gómez. En ese sentido, Argüello concluyó que la tarea más valiosa de Liliana, José, Arantxa y Saray será su testimonio: «Ellos van allí a plantarse, ese es el gran desafío de todas las familias cristianas, aquí y en Japón».
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