Españoles en la zona cero del terremoto: «Pensé que era un atentado y que todos íbamos a morir»
Muchos turistas españoles tuvieron que hacer noche en la calle. La zona de la medina de Marrakech fue una de las más afectadas por el seísmo
Una falla en el norte del Atlas disparó el terremoto en Marruecos donde nadie lo esperaba
Lur Uribarren acababa de meterse en la cama de su habitación, en el céntrico hotel Ali de la ciudad de Marrakech, cuando escuchó un estruendo enorme y comenzó a ver cómo los muros se movían como si fuesen gelatina. «En cuanto empezaron los temblores ... salí corriendo. No cogí nada. Iba casi desnudo. Al principio, estaba convencido de que era un atentado y que todos íbamos a morir», recordaba ayer el joven vasco, de 36 años, en conversación con ABC. Nada más dejar la habitación, se encontró con todos los demás huéspedes intentando huir a la carrera escaleras abajo, camino de la calle: «El embotellamiento de gente era enorme. Bajando las escaleras, no dejaba de pensar que de esa no salíamos. Lo tenía muy claro».
Lur llevaba apenas unos días en la ciudad marroquí, que fue una de las más afectadas durante la noche del viernes por el terremoto de magnitud 7 en la escala de Richter que sacudió la zona sur del país dejando, según la última actualización, más de mil fallecidos. Antes de llegar a Marrakech, el vasco había pasado cuatro días trabajando como guía para un grupo de jóvenes en la cordillera del Atlas.
Cuando, finalmente, consiguió alcanzar la salida del hotel, todo estaba lleno de escombros, humo y gente gritando. Lur todavía estaba atontado por el shock del momento cuando se dio cuenta de que lo que estaba por venir podía ser incluso peor: «Lo primero en lo que pensé es en que podían caer las comunicaciones. Y eso me daba mucho miedo. Estaba cagado, pero volví a entrar a la carrera en el hotel para coger un teléfono satelital que dejé en la habitación», afirmó el vasco.
«No sabía dónde ir»
El resto de la noche la pasó junto a los cuatro jóvenes con los que pasaba en la calle. Durmiendo en sacos, o, por lo menos, intentándolo, en las proximidades de la plaza de Jemaa el fna, la más grande y céntrica que hay en Marrakech. «Nos hemos apoyado mucho y hemos podido estar bien. Ahora lo que queremos es volver a España lo más rápido posible». Esta es, precisamente, la misma situación en la que se encuentran la mayoría de turistas españoles afectados por el seísmo. Como Lorena, una joven de 29 años natural de Tarragona que apenas llevaba un par de días haciendo turismo en la ciudad junto a su pareja cuando les pilló el seísmo.
«Cuando comenzó el terremoto, mi novio y yo nos escondimos detrás de los marcos de las puertas de la habitación del hotel. La verdad es que no sabría decirte ni qué pensé en ese momento. Todo lo que queríamos era sobrevivir y actuamos por instinto», recuerda en conversación con este diario.
Lorena describe los, aproximadamente, 20 segundos que duró el terremoto como un suplicio. Después, todo era una incógnita. No sabía a dónde ir, las calles de la zona de su hotel, el Riad Marraplace, que está dentro de la medina, son muy estrechas, de un metro y medio de ancho más o menos: «Cuando salimos del hotel, vimos que el edificio de al lado se había venido abajo. Todo estaba lleno de escombros, edificios destruídos y había muchos heridos». Tras pasar la noche en la calle, se dirigieron al edificio del Instituto Cervantes después de ponerse en contacto con el Consulado de España, ubicado en Casablanca.
«Teníamos pensado alquilar un coche hoy y comenzar una ruta que íbamos a hacer por el desierto. La siguiente noche la íbamos a pasar en Ksar Ait Ben Hadu. Hemos llamado al hotel y nos han dicho que la habitación donde íbamos a dormir había quedado destrozada», remata Lorena, que ahora no para de realizar búsquedas de vuelos a España: «Los precios esta mañana se mueven en los 1.000 euros. Esamos esperando a que bajen un poco».
Refugiados en el Cervantes
Mientras intenta conseguir billetes para volver a casa, la joven catalana piensa permanecer en el Instituto Cervantes sin moverse. Dice que los edificios están llenos de grietas y que no se fía de lo que pueda ocurrir. En la institución se encuentra acompañada, aproximadamente, por una docena de españoles que están en la misma situación. «El Instituto está abierto para todas aquellas personas que tengan miedo o que estén desorientadas. Lo que queremos es que no se sientan solos y que estén arropados», explica a este periódico Chelo García Manzano, jefa de estudios del centro.
A la docente, el terremoto la cogió tumbada en la cama, y a punto de dormirse. «Fui consciente enseguida de lo que pasaba. Me levanté y, rápidamente, me puse detrás de la puerta de la habitación pensando que la viga que hay justo encima me protegería», recuerda Chelo García. En cuanto todo pasó, se vistió rápidamente con lo primero que se encontró a mano, cogió el móvil y las llaves y se dirigió a la calle. Todos sus vecinos, del barrio de Gueliz, se encontraban ya al aire libre. Y allí se quedaron, todos juntos, hasta las cuatro de la mañana. «Teníamos miedo a que hubiese réplicas», señala. Cuando volvió a casa, García se encontró con las ventanas rotas y libros caídos por todo el suelo. «Solo daños materiales, nada importante», apunta. La zona en la que vive es de nueva construcción y los edificios han aguantado bastante bien.
En la mañana del sábado, la gente de la zona de Gueliz hacía vida normal. «Sí que llevamos todo el día escuchando ambulancias que vienen de la carretera del sur, donde el efecto del terremoto ha sido más grande y hay aldeas y casas más endebles», zanja la jefa de estudios del Cervantes.
Si a todos los españoles consultados por ABC el terremoto los cogió justo antes de domir, al sombrerero valenciano Betto García le sorprendió cuando su avión acababa de aterrizar en Marrakech, informa Angie Calero. «La gente empezó a gritar y la policía también. Conseguí salir corriendo. Había mucha confusión y la gente estaba llorando» recuerda el valenciano.
Cuando el temblor paró, consiguió coger un taxi y llegó al centro de la ciudad, donde reinaba el caos. Como a Lorena y a Lur, le tocó hacer noche en una plaza. Destaca la hospitalidad de los marroquíes: «Sacaron mantas y comida de sus casas y nos las repartieron para que pudiéramos dormir».
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete