«Hay una economía que mata»: el Papa que denunció «el dogma neoliberal»
La crítica de Francisco al capitalismo desenfrenado está en todos sus predecesores desde León XIII pero a pesar de eso fue polémica
El pontífice teorizó sobre doctrina social con un estilo directo y poco preocupado por «la precisión del lenguaje», lo que dio pie a «confusiones», apuntan los expertos
La entrevista de ABC con el Papa Francisco en 2022: «A mis sucesores les diría que no hagan mis errores»

La primera aparición de Francisco en el balcón de la basílica de San Pedro -sin joyas, sin mocasines rojos y sin estola- fue la declaración de intenciones de un nuevo pontificado que se proponía renovar el voto de pobreza de la Iglesia y, más ... importante que eso, poner a los pobres en el centro.
Pero su fijación por los desamparados no quedaría en una simple exhortación a la caridad de los ricos: «Ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo», escribió en la encíclica 'Fratelli tutti' (2020). Más bien, fue el punto de partida que tomó el nuevo pontífice para actualizar la doctrina social católica.
El punto de vista del jesuita -y por tanto de la Iglesia de la que fue la cabeza- quedó plasmado por primera vez en 'Evangelii gaudium' (2013), que contiene una crítica al sistema económico global y a «la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera», a la vez que un alegato en favor de la intervención del Estado como provisor del bien común. En esa exhortación apostólica, de lenguaje sencillo y directo -como todo lo que escribiría Francisco-, el pontífice le negó la mayor a Adam Smith al afirmar que «ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado» y que «el crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone, requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución del ingreso».
Esa primera aproximación doctrinal fue recibida con escepticismo en ciertos ámbitos políticos e incluso le valió al papa el calificativo de 'izquierdista' por parte de algunos, uno del que ya no se libraría. El último con mando en plaza en verter esta acusación fue el presidente argentino Javier Milei, aunque luego rectificó y llegó a llamarle «el mayor argentino de la historia».
Como explica a ABC Fernando Fuentes, que es director de la Comisión Episcopal para la Pastoral Social y Promoción humana, este sambenito cae por su propio peso si se tiene en cuenta que tanto Benedicto XVI como san Juan Pablo II, el campeón del anticomunismo, ya condenaron las carencias humanas del capitalismo sin freno. A nadie puede sorprender, pues la doctrina social de la Iglesia siempre ha cargado contra dicho paradigma cuando este no ha puesto en el centro la dignidad del hombre o cuando su referencia ha sido lo material y no lo antropológico.
De hecho, la crítica a las limitaciones del liberalismo ya está en el 'Rerum novarum' (1891) de León XIII, la primera encíclica social de la historia, y en su sucesora, el 'Quadragesimo anno' (1931) de Pío XI. Cada papa, añade este experto, analiza los males de su época, y si León XIII y Pío XI tuvieron que lidiar con la depauperación de las clases obreras, a Francisco le tocó aportar una visión teológica sobre el neoliberalismo o la globalización. También, sobre el paradigma tecnocrático, una vez caído el Muro de Berlín y alcanzado ese 'fin de la historia' anunciado por Fukuyama que, según afirmó Francisco en 'Fratelli tutti', «no fue tal» porque «las recetas dogmáticas de la teoría económica imperante mostraron no ser infalibles».
Si no hubo en el argentino tanta insistencia en condenar el comunismo -aunque lo hizo varias veces- es porque hoy el capitalismo es la ideología dominante, zanja Fuentes.
No obstante, ni en 'Fratelli tutti', ni en 'Evangelii gaudium', ni en 'Laudato si'', en ninguno de sus textos principales pretendió Francisco hacer teoría económica, pero en todos condenó el sistema cuando este se cree capaz de actuar por mera racionalidad económica y rechazando prerrequisitos éticos, que es lo mismo que rechazar a Dios. Como explica José María Larrú, doctor en Economía por la Universidad CEU San Pablo y experto en doctrina social, la obligación de la Iglesia no es proponer nuevas ideologías sino «aportar razones espirituales» para que el Estado, las empresas y las personas actúen en favor del bien común.
Si el discurso de Francisco fue malinterpretado, explica el profesor del IESE Antonio Argandoña en su artículo '¿Es comunista el papa Francisco?', se debe en parte a que al argentino nunca pareció preocuparle la precisión del lenguaje, lo que ha llevado a «algunas afirmaciones que han generado confusión».
Los expertos, en fin, coinciden, ha muerto un pontífice valiente, que bajó al barro y se atrevió a hacer diagnósticos sobre cosas tan concretas como el papel del Estado, el crecimiento del PIB, la economía financiera, la evasión fiscal o la legitimidad del pago de la deuda pública.
«El mercado solo no resuelve todo»
Francisco nunca se opuso a la libertad de mercado, pero sí a la confianza «burda e ingenua» en lo que llamó «los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante» y en que todo crecimiento económico logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social, lo que consideró algo así como un pensamiento mágico, una fe casi religiosa en el «derrame» o «goteo» de la riqueza. Estas afirmaciones -contenidas en 'Fratelli tutti' y 'Evangelii gaudium'- le valieron las críticas de muchos economistas que le recordaron que el crecimiento ha sacado de la pobreza a muchos países. Sin embargo, y como explica José María Larrú, con este comentario el papa no hacía más que insistir en la visión económica tradicional de la Iglesia, que señala que «el capitalismo puede generar beneficios que excluyan a algunos».
«Mientras tanto, los excluidos siguen esperando»
El papa argentino identificó la enfermedad moral -en sus propias palabras- que padecen las sociedades que lo fían todo a la solidez de sus teorías económicas y solo se fijan en los resultados agregados. «No puede ser que no sea noticia que muera de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa»; con esta cita, que es una versión actual de la parábola del buen samaritano, Francisco denunció que la confianza ciega en el sistema y la bondad de quienes lo controlan ha anestesiado la compasión para con el prójimo, «como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe», escribió en 'Evangelii gaudium'. Y esto, a lo que Francisco llamó «globalización de la indiferencia» y san Juan Pablo II «las estructuras del pecado», puede ser incluso una mera excusa para el más puro egoísmo, advirtió el papa.
La especulación financiera o la «adoración del becerro de oro»
Francisco interpretó la crisis financiera de 2008 como una crisis antropológica, una «negación de la primacía del ser humano» que lleva a crear nuevos ídolos; es «la adoración del antiguo becerro de oro», dijo. Esto no significa que condenara por entero la economía financiera, porque, como explica José María Larrú, la Iglesia siempre la ha admitido cuando tiene por objetivo satisfacer una necesidad, como la salida a Bolsa de una empresa que le permite ampliar su capital para invertir. Más bien, el jesuita cargó sus tintas contra la especulación que asume «la ganancia fácil como fin fundamental» y el dinero que se convierte en un fin en sí mismo, evocando el pasaje evangélico que recuerda que en el corazón que se satisface con el lucro no hay espacio para Dios: «No se puede servir a Dios y al dinero».
No pagar impuestos, un pecado
En pocos temas el último pontífice fue tan contundente como con la evasión de impuestos o la existencia de paraísos fiscales, que en un discurso de 2020 incluyó entre «las estructuras del pecado». Es más, incluso condenó «los repetidos recortes de impuestos a los ricos» a la vez que pidió a estos que paguen más «para proteger la dignidad de los pobres».
Sobre la deuda pública
En repetidas ocasiones Francisco defendió la moralidad del pago de la deuda pública de los países, pero también advirtió de que no es lícito «exigir o pretender su pago cuando este vendría a imponer de hecho opciones políticas tales que llevaran al hambre y a la desesperación a poblaciones enteras. No se puede pretender que las deudas contraídas sean pagadas con sacrificios insoportables. En estos casos es necesario -como, por lo demás, está ocurriendo en parte-encontrar modalidades de reducción, dilación o extinción de la deuda». Y otra vez, en esta ocasión estaba citando literalmente a san Juan Pablo II en su 'Centesimus Annus' (1991).
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