Dismorfia de selfie, la nueva amenaza para los jóvenes: «En redes soy una impostora, pero prefiero que me conozcan así»
Olivia sufre dismorfia del selfie, un trastorno que provoca que los jóvenes ya no se reconozcan al natural, solo con el uso de filtros
A este trastorno se le suma un pasado con anorexia, depresión y autolesiones
El 70% de los problemas de salud mental en adultos se originan en la infancia
Madrid
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Iniciar sesiónOlivia se mira en el espejo. Lo que ve le genera asco, repulsión. Se le acelera el pulso y siente unas ganas irrefrenables de echarse a llorar y gritar si no aparta la mirada. Siente como si le estuvieran «clavando agujas» o «pegando puñaladas». Es ... su cara lo que le devuelve el espejo, pero esta madrileña de 26 años no la reconoce. Para ella, su imagen real es la que está inmortalizada en sus publicaciones de Instagram. Aquellas a las que dedica horas e incluso días en seleccionar y editar al milímetro, escogiendo el ángulo idóneo, y sobre todo el filtro perfecto. Con dichos filtros no existen los defectos. Tiene siempre la piel tersa, ningún grano ni arruga. En Instagram se muestra segura. «Como yo soy», dice.
Pero Olivia es una impostora, y ella misma lo reconoce: «Yo en redes me siento una impostora. Engaño a todo el mundo. Yo no me veo así en la realidad, pero la perfección que muestro con Instagram es la que quiero que el resto piense que tengo». Olivia padece trastorno dismórfico corporal (TDC), una obsesión excesiva y desproporcionada por la apariencia física, y que se agrava con el uso de los filtros que se utilizan en aplicaciones como Instagram o TikTok.
«Soy una obsesa de la imagen. Si no me veo bien no salgo de casa, ni del cuarto. He dejado de ver a familiares, y me he peleado con amigas por ello. Sentía pánico si algo no estaba bien en mi rostro», explica la joven a ABC, quien ha decidido hablar con un nombre ficticio, en concreto con el que le hubiera gustado tener de nacimiento.
Percepción alterada
Su percepción de la imagen se vio alterada con apenas ocho años, cuando comenzó a vomitar para sentirse mejor y verse más delgada. «He crecido en una familia muy estricta, bajo la exigencia de lucir siempre bien, de mantenerme perfecta, y ahora no consigo apartar esa idea de mi cabeza», lamenta. Durante su adolescencia padeció anorexia, con subidas y bajadas extremas de peso; y varios episodios depresivos y autolesivos, que la llevaron a estar internada durante años en un centro psiquiátrico.
La mala relación con sus padres sumada a los episodios de acoso escolar provocaron que solo se sintiera realizada y «calmada» a través de la validación del resto, normalmente cuando la alababan por su físico. Ahora, se refugia en las redes sociales, donde muestra una Olivia perfecta y los hagalos, en forma de 'likes', son constantes. «Me gusta que me digan que soy un pibón, pero por encima de ello que lo piensen, que la gente que no me conoce en la realidad se forme esa imagen de mí».
«Consumidores de cuerpos»
De hecho, la implicación de las redes en el TDC ha llegado a tal punto que se ha generado un subtipo de trastorno reconocido por el Boston Medical Center: la dismorfia del selfie. Es una variante que se usa para referirse a un nuevo tipo de pacientes que están acudiendo cada vez más a las consultas de los cirujanos plásticos y no tanto a la de los psicólogos. Su petición: parecerse a las fotos que publican de sí mismos en redes sociales con los filtros.
«Las redes sociales, junto con la publicidad, son los medios que más favorecen la exposición pública de cuerpos y la categorización de estos. Y funcionan bien porque, de alguna manera, hemos sido sus consumidores pasivos y lo hemos llegado a normalizar», explica Mireia Cabero Jounou, profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universidad Oberta de Cataluña (UOC). En las redes sociales se publican «nuestras mejores fotos en momentos felices y con poses perfectas», añade, «lo que hace que tomemos una dimensión diferente de nuestros cuerpos».
Cuando Olivia superó la mayoría de edad, su TDC provocó que encadenara tres operaciones estéticas apenas cumplió la veintena. Rinoplastia, aumento de pechos y bichectomía, en ese orden. «Y aún así no me gusto», lamenta Olivia, quien se considera una «tirana de la belleza». Además, se realiza tres veces al año un 'peeling' químico, un procedimiento abrasivo para la piel y para el que se recomienda no más de una sesión al año.
El problema, según apuntan los psicólogos, radica en que la joven confunde problemas mentales con problemas físicos. «Los pacientes con TDC mezclan mejoras estéticas con dismorfias. Una cirugía nunca va arreglar aquello que tu mente deforma, porque el cerebro siempre buscará un detalle con el que no se sienta a gusto», explica Marta Gago, psicóloga y directora del centro Maradam.
La UOC advierte de que estos pacientes «suelen estar infradiagnosticados», por lo que optan por someterse a procedimiento quirúrgicos. «Este es el riesgo: que la operación se entiende como un medio para la resolución del problema cuando el problema es psicológico», afirma Mireia Cabero Jounou, docente colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la UOC.
«Una versión imposible»
En las últimas dos décadas, las operaciones estéticas han dejado de ser una opción para unos pocos para convertirse en una elección que está al alcance de la amplia mayoría. No tanto porque se hayan reducido sus costes, sino porque el tabú alrededor de modificarse se ha ido diluyendo progresivamente. «Ayudó mucho la divulgación por redes, que creadores de contenido o clínicas de estética muestren todo el proceso de la operación, recuperación incluida, sin tapujos», apunta Isabel de Benito, especialista en cirugía plástica y presidente de Secpre (Sociedad Española de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética).
Sin embargo, también explica que ha permitido que casos como el de Olivia sucedan, y personas que padecen un trastorno acudan a las consultas con peticiones irreales, hasta el punto de ir con sus propios selfies para pedir modificaciones iguales. «No quieren una mejor versión de ellos mismos. Buscan una versión imposible». Se ha topado con pacientes que querían cambiar el ángulo de sus ojos, afilar las orejas, alargar el mentón o 'crear' una nariz enana, anatómicamente imposible. «En muchos casos son limitaciones del propio paciente, de su propia estructura anatómica y de tejidos, pero también de lo que nosotros realmente podemos hacer con nuestras técnicas. Los filtros ignoran todo y parten de cero, y es peligroso», advierte de Benito.
Miedo a su «cara de bebé»
Rodrigo tiene 21 años, pero en su mente se percibe «como un bebé». Le obsesiona su baja estatura, pero sobre todo que no le crezca barba. En el instituto se metían con él por «medir lo mismo que una chica» y las burlas constantes le provocaron depresión y una fijación extrema por su rostro y por lucir «más adulto». Cuando no se siente bien, utiliza mascarilla, gorro e incluso gafas de sol. «Para que la gente no me mire», explica. Cruzar miradas con una persona le acelera el pulso. Intenta llevar siempre zapatillas con plataforma y no recortar en exceso su vello facial, que pese a que no es muy frondoso, es difícil de categorizar como «pelos de preadolescente», como los llama Rodrigo. «En cambio, los filtros de Instagram han conseguido que parezca un hombre de verdad», explica. En su cuenta hay más de cien publicaciones, detalla el joven gallego, todos 'selfies' de su rostro con filtros que le ponen una barba tupida o una barbilla prominente. Cuando se le pregunta si es consciente de que padece dismorfia del selfie, duda si responder afirmativamente. «Mi psicóloga, que trata mi depresión, me lo ha comentado. Pero yo le digo que es una bobada. Para mi es una añadido más, como el maquillaje».
Trabajar la aceptación
Pero la realidad es que Rodrigo no se acepta tal y como es, y el amor propio y quererse a uno mismo es el primer paso para reconocer que uno sufre dicho trastorno y superarlo.
El TDC necesita terapia psicológica, trabajar profundamente en la aceptación y alertar de los peligros de los filtros para nuestros pacientes, dicen los expertos. Gago es clara al respecto: «Tenemos la responsabilidad social de protegerlos de los riesgos de estas tecnologías. Aprender a aceptarse es vital, y las redes sociales en este sentido pueden generar insatisfacción. Hay que cuidar la salud mental y aprender a gestionar los filtros en internet como lo que son, un mundo de apariencias». Los expertos en salud mental también abogan por trabajar la mente crítica en todos los ámbitos de la sociedad, priorizando las etapas de la niñez y adolescencia. «Hay que hacerles entender que son más importantes su habilidades, conocimientos, valores cultura y logros que su apariencia o atuendo», defiende Gago.
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