Diario de un profesor infeliz: Dickens en el instituto
'Había del verbo a ver' (Pepitas, 2023) es el diario de un docente de secundaria que rápido entendió que cuanto más desgraciado fuera en su trabajo, mejor sería su libro
Lee aquí la polémica carta sobre educación publicada por el autor

Descubrimos que un alumno compraba vibradores en internet y los vendía en el pueblo, que otro llevaba y traía hachís al aula, que un tercero quería suicidarse. A las carencias académicas de unos, sumamos las materiales: el hambre, el frío en casa, la falta de ... higiene... Una buena mañana una niña te dice que le gustaría tener un hijo con síndrome Down, unos meses más tarde su compañera de pupitre, de quince años, se queda embarazada.
Imagino que el panorama en muchos de los centros educativos es similar al que yo he vivido, gajes del oficio se les llama, pero esos gajes en este oficio a mí se me hacían insufribles. Por curiosidad suelo preguntar mucho a la gente por su trabajo, si están bien o mal en él, y casi nadie está satisfecho. Yo también era un hombre descontento en el trabajo, o sea, un profesor infeliz, muy insatisfecho y hasta disgustado con mi desempeño, y comencé a escribir sobre el asunto.
Los pasillos de ESO
«Una buena mañana una niña te dice que le gustaría tener un hijo con síndrome de Down»
Empecé a redactar los primeros párrafos de 'Había del verbo a ver' como un salvavidas que me ayudara a flotar en el oficio y no claudicar. Lo intenté todo: respiración atenta, meditación, estiramientos, flexiones, masajes, psicología de andar por casa... Me inventaba lemas de trabajo que pasaban del humor y el coraje al amor y el cariño, con toda naturalidad, como un publicista, pero ni modo.
Un alumno repetidor de 1º ESO se presenta el primer día de clase delante de ti y antes de que le preguntes su nombre te anuncia: «Yo no voy a hacer nada». Además de no saber qué responder, lo que uno piensa en esos casos es que el chaval va de farol. Dos semanas después, harto de que el muchacho no atienda a indicaciones, no traiga nunca material de trabajo, hable y grite, duerma sobre el pupitre... uno se planta delante del mozo, le canta las cuarenta y el mozo responde: «Ya te dije que no iba a hacer nada».
Demonios laborales
A partir de situaciones como esta relaté la vida de casi todo un curso académico, reproduje un montón de aventuras de mis jornadas en las aulas con el deseo de ventilar mis demonios laborales y personales. Día a día y, a veces, hora a hora, pasé a limpio todos los encuentros y desencuentros imaginables con los alumnos, y también los inimaginables, aquellos que solo creerían quienes los han vivido en un instituto. ¿Alguien puede creer que una alumna pida ir al baño cada mañana a primera hora? A primera hora, nada más llegar, pedía ir al baño, no podía aguantarse, y a segunda hora voceaba: «¡Qué hambre tengo!». A esa niña la levantaban de la cama y sin mear ni comer la traían al instituto, probablemente.
'Había del verbo a ver'
Editorial Pepitas, 2023.

Número de páginas: 166. Fecha de publicación: 25 de octubre.
Si un diario es, como a veces creo, un libro de aventuras que nunca excede la distancia de un cuaderno, aquí casi tuve que poner verjas al cuaderno, igual que a un instituto, para que la aventura no saltara el cercado de las páginas. Algunos de los diálogos que reproduzco y varias situaciones que viví no caben en un texto: de tan excepcionales piden un marco que los haga creíbles, un vallado, pues ciertas escenas las pasarían canutas incluso en la ficción aventurera de un Dickens.
Vivir es ya una aventura en sí, no tengo dudas, de modo que la educación puede entenderse al menos como una aventura doble, cuando no múltiple, por el contacto con el montón de personas y vicisitudes que operan en el acontecimiento, personas que apenas son proyectos de persona (como todos), pero ni siquiera lo saben. Los desencuentros con quienes no saben lo que son, con quienes no saben muy bien lo que hacen ni por qué, suelen ser violentos, así que este es un libro en el que hay violencia, la continua (y visceral en mi caso) del trato humano.
Un botón de muestra
«Cada uno de los doscientos cincuenta mil profesores de secundaria podría escribir su libro. me temo que muchos serían tristes»
'Había del verbo a ver' es por todo ello un libro triste y duro, pues no poder acercarte a un alumno por lo mal que huele lo es, tanto o más que descubrir que a una niña le ha contado al pediatra que quiere suicidarse por el trato que recibe de sus compañeros o que otra envía vídeos sexuales en los chats... Cada uno de los doscientos cincuenta mil profesores de secundaria que se emplean en España podría escribir su libro y me temo que muchos de esos textos serían tan tristes y duros como el mío o más, igual que ocurriría con los de cada uno de los cientos de miles de profesores que se desempeñan en todo el mundo. No pienso que el de la educación sea un problema español en exclusiva, por así decirlo, aunque tampoco sé con exactitud cuál es su jurisdicción.
El libro está dedicado a la memoria de Samuel Paty, el profesor francés al que un fundamentalista degolló el 16 de octubre de 2020. Cierto que en este caso entra en juego la irracionalidad del fanatismo, pero también lo circundan cuestiones aledañas que tienen que ver con la educación, por ejemplo, con el trato de los alumnos y sus padres, y con la relación que unos y otros mantienen con los centros y profesores, por no hablar del señalamiento a cambio de dinero del que unos adolescentes son responsables... El juicio comienza ahora. Veremos qué nos depara.
Si todas las épocas tienen sus características, con sus problemas, esta no ha de ser menos y padece los propios. Quién sabe cuánto se parecen a los pasados o a los venideros. Generalmente, tendemos a pensar que en la nuestra son más graves y acuciantes, aunque quizá lo sean tanto como en cualquier otra.
¿Quién puede aclararlo? ¿Cómo hacerlo? Este libro intenta aportar, por la vía del retrato, un botón de muestra con las historias de un pequeño instituto, en un estrecho espacio de tiempo, casi un año escolar. Lo que veía en las aulas y también -e igual de importante- lo que no se veía, lo que se hablaba en los pasillos, en los departamentos y en los despachos, lo que se dirimía en el patio, en los baños, en el café, en las escaleras… sin ficción, más allá de la que acarrea el manejo con la realidad propia y la ajena, el paso que va de la percepción a la memoria y de ahí al lenguaje, sin imaginación.
Toda la imaginación, toda la ficción -valga la paradoja- del libro está en los nombres propios de los protagonistas (algunos tirados con mala leche; otros, con cariño; siempre con humor, quizá con el que le falta por obligación al periodista cuando noticia): Delicias, Pastora, Mafalda, Socorro, Esperanza, Pármeno... Por un lado, lo decidí para proteger sus identidades (y en ocasiones para burlarme); por otro, para protegerme a mí, aunque no sé muy bien de qué. Quizá de la propia idea de escritor pues, aunque uno quiera pasar aquí por reportero, no lo es.
Puede que algo de esa tensión también se desprenda del texto: el fantasma del que se desempeña en una actividad que no lo colma, pero es la que lo sustenta para poder aspirar a la otra que ansía, la de escritor, que no termina de alcanzar. Quizá donde uno menos lo espera es donde más habla de sí, allí donde cree hablar de la comunidad, de los otros, de los alumnos, del instituto... Quizá porque el diario y el instituto son terrenos bien pertrechados para la contradicción.
El diario también está dedicado a los que fueron mis dos profesores de Literatura en el instituto, Carmen y Miguel Ángel, con quienes nunca más he vuelto a coincidir. En las páginas hay pues lugar para el homenaje, para el amor a una profesión, para la compasión, para las risas... Lo que a ratos es un ajuste de cuentas, a ratos es un chiste o un diálogo disparatado y luego un encuentro o un desencuentro entre personas, según el caso. A veces es todo eso a la vez.
Legión de insatisfechos
A veces pienso en los alumnos a los que retrato e imagino que me dan una paliza, la misma que yo les habría dado a ellos, y entonces escurro el bulto, me alivio, pues sé que, aunque lo son, ellos no solo son ellos: hay Pármenos, Zetas, Zailos y Zoilos en todos los centros, y tampoco yo soy solo yo. Somos legión los alumnos y profesores infelices, insatisfechos, descontentos, disgustados... un verdadero problema, bien serio, que atañe en profundidad a nuestras vidas y solo superficialmente a la literatura, que nos mira tantas veces desde su atalaya.
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