La española que bajó 2.600 metros en el submarino que grabó el Titanic: «Abajo el riesgo era de incendio por el oxígeno»

La microbióloga Isabel Ferrera descendió en dos ocasiones en el Alvin para investigar los fondos marinos. «Hubo gente que renunció al viaje», cuenta

La búsqueda del Titan sigue sin descanso a pocas horas de que se agote el aire que garantizaría la vida de sus cinco pasajeros

Isabel Ferrera, al lado del submarino Alvin Imagen cedida

Madrid

22/06/2023
Actualizado a las 19:55h.

La microbióloga Isabel Ferrera estuvo a 2.600 metros de profundidad, entre el frío y la oscuridad, en el submarino que se hizo famoso por grabar el Titanic. Fue una de las experiencias vitales más ricas que ha tenido, reconoce, aunque no ... está exenta de peligros. «Es un riesgo, pero por una parte te puede la curiosidad. Te sientes como un explorador de los primeros», cuenta. Los fondos oceánicos siguen siendo los grandes desconocidos del planeta. «A lo práctico, yo pensaba en cuántos aviones cojo, o que la probabilidad de accidente era mayor en coche, me consolaba con eso», confiesa.

Su primer 'viaje' a las profundidades fue a mediados de la década de los 2000. Ferrera investigaba en la Universidad estatal de Portland (EE.UU.) microorganismo termófilos, capaces de vivir a altas temperaturas, cuando surgió la posibilidad de embarcarse en una expedición que investigaría la dorsal del Pacífico oriental, entre México y Costa Rica, llena de grietas en las que el fluido sale a 400 ºC. Utilizaron el Alvin, el mismo submarino que grabó por primera vez los restos del Titanic y que inspiró a James Cameron para grabar la película.

«Mi preparación fue más psicológica», explica a ABC la científica. «Mi miedo principal era tener claustrofobia, no tanto un accidente», cuenta a raíz de la desaparición del Titan, del que continúa la búsqueda. Les instruyeron para poder reaccionar en caso de que el piloto perdiera el conocimiento y fuera necesario salir a la superficie, pero hubo compañeros de expedición náutica que prefirieron no descender. «Lo primero que te preguntan es si alguien no quiere hacerlo y hubo gente que renunció», asegura Ferrera.

Con tres personas encerradas (el piloto y dos investigadores) en una esfera de titanio de un metro de diámetro, las inmersiones duraban unas ocho horas, condicionadas por el oxígeno disponible. Las horas previas apenas se comía o bebía, en buena medida por los nervios, pero también porque una vez dentro del submarino no había baño. «Era un problema, sobre todo para las chicas», dice la investigadora. Había una botella para emergencias, con un adaptador para ellas, que todos preferían no tener que utilizar.

Abajo, «el riesgo era que ocurriera un incendio». Las reservas de oxígeno, inflamables, estaban muy cerca del aparato electrónico. De hecho, a pesar del frío intenso durante las inmersiones (el agua circundante estaba a 2º) estaba prohibido vestir tejidos sintéticos, por ser inflamables. La norma era llevar fibras naturales, como la lana.

La bajada por el océano fue espectacular. Tras los 200 primeros metros se hizo la oscuridad, pero el fitoplancton bioluminiscente brillaba en su descenso. «Era como ver un cielo estrellado», rememora Ferrera. En los últimos 50 metros antes de llegar al fondo, se encendían los focos del Alvin. Entonces comenzaba el trabajo científico entre las fumarolas, lo que añadía un riesgo adicional.

«En esos momento confías en el piloto, en que han pasado sus controles y todo está bien. Es la misma sensación que en un avión», cuenta. Pero hay que tener claro que «si te metes en un sitio de esos, asumes riesgos». Poco tiempo después, Ferrera volvió a descender en una nueva expedición. Hoy volvería a hacerlo. Sin embargo, apunta a que el suceso con el Titan abre el debate sobre hasta qué punto es adecuado abrir el fondo submarino al turismo.