Cáritas se ahoga en su montaña de ropa usada

Recoger un kilo de ropa cuesta 0,46 céntimos y venderlo apenas genera 0,27. La cuenta no sale y los números rojos amenazan con retirar los contenedores. «O pagan o estamos muertos», afirman desde la entidad

Cáritas alerta de que la mitad de las personas que atiende tiene problemas para mantener una vivienda

El gerente Félix Sánchez(centro) junto a dos empleados del almacén de Cáritas Mallorca en el polígono de Son Castelló de Palma donde se gestiona la recogida de ropa usada Jordi Avellá

Un torito eléctrico serpentea entre montañas de bolsas hinchadas como cadáveres textiles. Lo conduce Julio, cara amable y brazos de acero. Levanta 800 kilos por viaje: camisetas, vaqueros, vestidos de boda de poliéster. Ropa que fue. A pocos metros, Eva, cincuenta y pico, separa prendas ... con el gesto aprendido. En otra vida, vendía arepas en una 'food truck' en Caracas. Hoy, en Palma, ha cambiado la freidora por la furgoneta de ropa usada de Cáritas. «Aquí me siento útil. Estoy trabajando. Es otra oportunidad».

La nave de Cáritas Mallorca, 350 metros cuadrados en el polígono de Son Castelló de Palma, ya no da más de sí. No cabe una bolsa más. Está al borde del colapso. Igual que todo el sistema de recogida de ropa usada en Baleares. Desde el 1 de enero de 2025, una reforma de la Ley estatal de Residuos obliga a los ayuntamientos a hacerse cargo de la recogida selectiva de textil, tratándola como una fracción más. Pero mientras la ley ha entrado en vigor, la financiación no ha llegado. Cáritas y Deixalles –las dos entidades que durante años han gestionado este servicio en la isla sin coste para los consistorios– han tocado fondo. «Nos hemos reunido con todos los ayuntamientos», explica Félix Sánchez, gerente de Eines x Inserció, la empresa de Cáritas que gestiona la actividad textil en Mallorca. «Algunos han empezado a licitar, como Calvià o Manacor. Pero Palma sigue sin pagar».

Y Palma es el corazón del problema. Aquí se recoge el 60% de toda la ropa usada de la isla. Emaya, la empresa municipal de aguas y residuos de Palma, mantiene un convenio con Cáritas y Deixalles hasta 2026, pero no remunera el servicio. Y hasta entonces seguirá prestándose «con normalidad», responde el Ayuntamiento de Palma, que asegura haber iniciado reuniones con las entidades sociales para trabajar en las bases del futuro convenio y «mejorar las condiciones de la colaboración». En otras palabras: hasta que no venza el contrato, no habrá un euro. La réplica de Félix Sánchez es seca como un portazo: «O nos pagan, o estamos muertos». Y muertos –en su argot– significa despidos, contenedores retirados, programas de inserción social desmantelados. Menos de todo.

Cáritas gestiona parte de los 162 contenedores de ropa en Palma. El resto los gestiona Deixalles o están rotulados por EMAYA. Si no hay financiación, advierten, podrían empezar a retirarlos. «Quitarlos sería el último recurso, pero no podemos seguir sin cobertura económica», insiste Sánchez. Esa retirada afectaría de lleno a la recogida textil en la capital. La ropa volvería a terminar en vertederos o quemada, justo lo que la ley pretende evitar.

Recoger un kilo de ropa cuesta 0,46 euros. Venderlo, apenas genera 0,27. Hagan cuentas; ellos ya las han hecho: «En nueve meses hemos dejado de ingresar 9.500 euros al mes», resume el responsable del área textil de Cáritas con amargura. En los primeros cuatro meses de 2025, la organización acumulaba ya 48.000 euros en pérdidas.

Albert Alberich, director de Moda-Re de Cáritas, advierte de la grave crisis que atraviesa el sector de la ropa usada a nivel mundial, con especial incidencia en Europa. La quiebra reciente de gigantes como SOEX –el mayor operador mundial– y Texaid –el tercero en Europa–, que juntos gestionaban unos 200 millones de kilos anuales, evidencia la magnitud del problema.

Entre las causas, señala el aumento imparable de volúmenes de ropa de baja calidad derivados del ultra fast fashion, la falta de sistemas de reciclaje textil a escala industrial, la caída de precios en los mercados internacionales por la irrupción de ropa usada china y, en España, la escasa implantación de tiendas de segunda mano. «El impacto ya es visible: en algunas ciudades se ha dejado de recoger ropa usada y en Francia organizaciones sociales han llegado a depositar cientos de miles de kilos frente a las grandes cadenas textiles en señal de protesta».

El director de Moda-Re recuerda que la responsabilidad ampliada del productor, clave para ordenar este flujo de residuos, no entrará en vigor en España hasta 2027, por lo que reclama soluciones inmediatas y conjuntas para evitar el colapso del sistema de gestión textil.

Son las once de la mañana y las furgonetas no paran de entrar en la nave de Cáritas en la capital balear. Llevan horas en ruta, vaciando los emblemáticos contenedores marrones que hoy corren peligro de extinción. Descargan las bolsas, que se apilan hasta rozar el techo del almacén, y comienza el proceso. «Se prensa en big bags –una especie de bolsa contenedor– y se mandan en camiones a las plantas de Cáritas en Valencia o Barcelona. Allí se clasifica: la ropa buena se ozoniza y va a tiendas. La otra se recicla: se desfibrila y se convierte en hilado para ropa, en aislante de pladur, en mantas de Iberia o en colecciones de Mango; y si no vale, en combustible», explica Sandro Becerra, técnico de producción de Cáritas.

Según datos de Moda Re, solo el 54% de la ropa recogida en España se puede recuperar. El 37% se recicla. El resto se quema para generar energía. «Y cada vez reciclamos menos. La calidad cae en picado», aseguran los técnicos. «Mientras tanto, se alquilan naves sólo para almacenar ropa que no tiene salida», asegura Becerra sobre otros territorios en la península. Más espacio, más gasto. Más deuda.

En las plantas de reciclaje de Cáritas en Valencia y Barcelona, el panorama es igual de sombrío que en Mallorca. «Los almacenes están saturados. Ropa que antes se exportaba al norte de África u Oriente Medio, ahora está bloqueada por guerras o por la mala calidad de la ropa, que muchas veces no vale ni para segunda mano, ni para trapo», lamenta Félix Sánchez haciendo hincapié en el ultra fast fashion de marcas como Shein, que ha creado un nuevo tipo de residuo todavía «más inservible».

Pero detrás de cada bolsa que alguien deja en un contenedor hay algo más que tela. Hay vidas enteras intentando reconstruirse. Cáritas Mallorca mantiene hoy en pie un programa de inserción laboral que da empleo a 14 personas en situación de vulnerabilidad extrema, desde exreclusos hasta solicitantes de asilo, pasando por personas con adicciones, trastornos de salud mental o mayores de 60 años descartados por el mercado laboral.

A todos ellos se les forma. «Si no saben trabajar en equipo, se les enseña. Si no son puntuales, se corrige. Si necesitan un carné de carretillero o de camión, lo financiamos nosotros. Todo lo que les ayude a construir un currículum y a mantenerse en un empleo», explica Soledad Vidal, educadora social de Cáritas Mallorca, que siempre insiste en lo mismo: «Encontrar trabajo es fácil. Lo difícil es mantenerlo».

Muchos lo logran. Vidal recuerda a una chica muy joven que pasó tres años en el programa, perdió a su madre por el camino y hoy trabaja en El Corte Inglés. O a un hombre mayor que llegó desde la calle y ahora cotiza lo suficiente para jubilarse con pensión. «Vuelven y nos dicen: 'gracias a vosotros he cotizado lo suficiente. No voy a depender de una ayuda'», cuenta la educadora social.

Eva lo resume aún mejor mientras dobla camisetas sin dejar de mover las manos: «Aquí también nos reciclamos nosotros». Soledad, a su lado, asiente en silencio. De las 14 personas en inserción: dos son latinoamericanas, el resto mallorquines. «Por eso decimos que quedarse sin trabajo le puede pasar a cualquiera».

A las afueras de la nave, una furgoneta serigrafiada con el logo Moda-Re en Ruta despliega su toldo en un mercadillo. Dentro, ropa limpia, clasificada, doblada con esmero y a buen precio. Lo que hace semanas parecía basura, hoy se ofrece como una segunda vida.

Dentro, en la nave, Julio apaga el torito, se seca el sudor con el antebrazo y observa la montaña de bolsas que nunca parece menguar. Y suspira: «Lo que hacemos aquí vale la pena. Pero necesitamos ayuda. Porque si esto cae, cae todo lo demás».

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