Se buscan psicólogos que sean padres para acoger a niños con problemas de salud mental
La iniciativa que ya se ha ensayado en Guipúzcoa se extenderá a toda España
Miriam Villamediana
Melani Cendoya tiene 33 años y es psicóloga. En apenas cuatro años su matrimonio se ha convertido en familia numerosa. Poco después de que naciera su hijo mayor, que ahora tiene cinco años, se animó a ser madre de acogida especializada. Desde entonces ... vive con ellos un niño que ahora tiene 14 años. El año pasado nació su segunda hija que llegó a completar una familia de cinco. Para ella, esta experiencia es una mezcla entre «profesionalidad y maternidad». «Es un revoltijo de emociones que te enfrentan a lo más crudo y a lo más humano a la vez», describe.
Porque estas familias, las de acogimiento especializado, no son familias de acogida al uso. Se hacen cargo de menores que arrastran una problemática psicosocial profunda. Son niños que tienen problemas de conducta y adaptación derivados de las experiencias traumáticas que han vivido. En ocasiones también sufren discapacidades o problemas de salud, como puede ser un trastorno del espectro autista. «Es muy difícil que consigan quedarse con una familia de acogida al uso y en los centros de menores tampoco pueden recibir la atención necesaria», explica Alberto Rodríguez, director del Programa de Acogimiento Especializado de Guipúzcoa.
58 niños a la espera
El programa se creó en 2007 como forma para dar una respuesta a esos niños con necesidades especiales. En estos casi 16 años han atendido a 103 menores de todas las edades. En la actualidad son 19 los que permanecen en esta modalidad de acogida aunque Rodríguez apunta que hay otros 58 niños y niñas «esperando una familia».
El problema es que no es fácil encontrar familias voluntarias que quieran participar. No basta con cumplir las condiciones que se exigen para un acogimiento al uso. En los casos de menores con necesidades especiales al menos un miembro de la familia tiene que tener formación relacionada con la pedagogía, la psicología o la medicina, y además una experiencia mínima de dos años en ese ámbito. «Debemos comprobar que tiene conocimientos y capacidad para trabajar con el menor en casa», explica Rodríguez. A menudo, estos profesionales incluso se piden una excedencia en sus trabajos para atender a los niños.
Cristina (nombre figurado) ha accedido a contarnos su experiencia, «intensa» y «maravillosa», en primera persona. Trabajaba en una academia y hace dos años vio en este programa una «oportunidad de ayudar» y a la vez «combinarlo con un factor laboral. «Lo veo como una actividad positiva desde el punto de vista profesional y humano».
No tenía hijos y de la noche a la mañana se hizo cargo de una niña con necesidades especiales. «Hay que hacer piña para sostener y acompañar a una menor con un daño considerable», explica. Y es que el día a día de estas familias se parece mucho al de cualquier familia con hijos. Les llevan al colegio, les apuntan a actividades extraescolares, hacen los deberes y tienen ratos de ocio. Pero a esas rutinas diarias se añade una labor de intervención psicosocial, siempre supervisada por los especialistas de la Diputación guipuzcoana. «Hay que elaborar un plan de intervención y aplicarlo», explica Rodríguez.
Ese plan incluye actividades y reuniones semanales con todas las familias, pero también un trabajo individualizado, día a día, en cada casa. Así, en casa de Nerea, otra madre acogida al programa, tienen un termómetro para medir el nerviosismo a través del cual el menor de 9 años que tiene acogido explica cada día cómo se siente.
En todas las esquinas de la casa se reparten mensajes positivos dirigidos a él y han desarrollado un sistema de tarjetas con dibujos donde el niño explica qué emociones siente y qué puede hacer para gestionarlas. Melani, por ejemplo, siempre recibe con una chocolatina o un mensaje especial a su hijo de acogida de 14 años cuando vuelve a casa después de pasar una noche fuera. «Tienen un daño emocional tan grande que necesitan ayuda para tener una vida normalizada», explica.
Baches emocionales
Se trata de un camino que no está exento de baches emocionales que afectan a toda la familia, pero Cristina destaca que todos los progresos, «por muy pequeños que sean», llenan de alegría a las familias. Es el caso de B., un menor que llegó al programa con diez años. Al principio era incapaz de verbalizar sus sentimientos, pero acabó encontrando en los dibujos una forma de expresarse. «Los dibujos me ayudan a decir palabras que normalmente no puedo decir», asegura ahora, después de meses de trabajo con su familia de acogida.
Es solo un ejemplo de las decenas de casos de éxito que acumula esta experiencia pionera en Guipúzcoa y que ahora trabaja para implantarse en toda España. Alberto Rodríguez lidera el programa piloto que ya está en marcha a través de la iniciativa Redes SAFE, que a través de su página web (redesafe.org) busca familias de acogida especializada para Madrid, Cataluña, Navarra y Álava. «Merece la pena», aseguran todas las familias guipuzcoanas. «Ver crecer a un menor dentro de una familia y que tengan una vida lo más normalizada posible creo que es una de las mejores decisiones que se pueden tomar», resume Cristina.
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