Benedicto XVI no ha sido trasladado al hospital y permanece en su residencia habitual
Las alarmas sobre el estado de salud de Benedicto XVI de 95 años saltaron cuando el Papa Francisco pidió una «oración especial» por su antecesor y avisó de que estaba «muy enfermo»
Victoria Isabel Cardiel
Ciudad del Vaticano
Las alarmas sobre el estado de salud de Benedicto XVI de 95 años saltaron a primera hora de ayer por la mañana. Fue el Papa Francisco, quien tras la catequesis pública de los miércoles celebrada en el aula Pablo VI del Vaticano, despertó la ... inquietud general al pedir una «oración especial» por su antecesor y avisó de que estaba «muy enfermo».
«Querría pediros a todos vosotros una oración especial para el Papa emérito Benedicto XVI, que en silencio está sosteniendo la Iglesia: recordadlo, está muy enfermo, pedimos al Señor que lo consuele y lo sostenga en este testimonio de amor a la Iglesia hasta el final», señaló con rostro compungido tras levantar la mirada de las hojas que tenía preparadas.
Sus palabras generaron una ola de preocupación que fue confirmada poco después por la oficina de prensa del Vaticano. En un escueto comunicado, su director, Matteo Bruni, constató el deterioro progresivo de sus condiciones físicas y lo atribuyó a la longevidad de Joseph Ratzinger. «Respecto a las condiciones de salud del Papa emérito, para quien Francisco ha pedido una oración al final de la audiencia general de esta mañana [miércoles], puedo confirmar que en las últimas horas se ha producido un agravamiento debido a su avanzada edad. Por el momento, la situación está bajo control, bajo seguimiento constante de los médicos», recalcó Bruni que ha tenido que regresar de urgencia de sus vacaciones navideñas.
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El Papa pide rezar por Benedicto XVI: «Está muy enfermo»
Victoria Isabel Cardiel
Benedicto XVI no fue trasladado a ningún hospital y permanece en el monasterio Mater Ecclesiae, situado en los placenteros jardines del Vaticano. En esa fortaleza protegida y hermética se instaló en mayo de 2003 tras un breve período en el Palacio Apostólico de Castelgandolfo, la residencia veraniega de los Papas situada a las afueras de Roma y hoy convertida en museo. Al no haberse movido de allí, todo hace pensar que su situación es estable y está controlada a pesar de la gravedad.
Hasta allí se desplazó Francisco ayer nada más terminar la audiencia general para visitarle, en un gesto de cercanía fraterna que repite con frecuencia. Han sido muchos los intentos de una parte de la Curia romana por instrumentalizar la figura de Benedicto XVI para atacar a su sucesor, pero ambos mantienen una relación de respeto y afecto mutuo. En su reciente entrevista con este periódico, Francisco lo calificó de «santo», alabando su «alta vida espiritual». «Salgo edificado de su mirada transparente. Vive en contemplación… Tiene buen humor, está lúcido, muy vivo, habla bajito pero te sigue la conversación. Me admira su inteligencia. Es un grande», reveló.
Aunque el Papa emérito conserva intacta la lucidez intelectual que caracterizó su pontificado, sus fuerzas se han ido apagando poco a poco, como ha explicado en varias declaraciones su secretario personal, Georg Gänswein, quien ha permanecido a su lado todos estos años. Prueba de su relación de afecto es que, a mediados de junio, mientras glosaba su figura y explicaba de qué manera afrontaba el Papa alemán esta última etapa de su vida, en un encuentro de la Fundación Joseph Ratzinger en Múnich, se conmovió hasta las lágrimas durante un discurso en esta ciudad. En esa ocasión explicó, por ejemplo, que vivió la misión de ser pontífice no sólo como una carga sino también como una alegría del alma, «y ha conservado esta alegría del alma, más allá de todas las dificultades y decepciones. Es como una luz que le acompaña interiormente».
También señaló que, aunque «los últimos años han minado sus fuerzas, mantiene intacto ese sentido del humor» y afronta el día a día con humilde serenidad. «Estaba feliz como un niño cuando le informaron de la ceremonia de hoy. Y me pidió que envíe de su parte un cálido saludo y bendiciones a todos», añadió.
La familia de Benedicto
Un compañero leal que –junto con el grupo de laicas consagradas que lo asisten en sus actividades cotidianas- se han convertido en su familia en estos últimos momentos. Ellos fueron su burbuja durante la pandemia.
La salud de Benedicto XVI se convirtió en un motivo de preocupación cuando sorprendió al mundo al anunciar en febrero de 2013 que abandonaba el liderazgo de la Iglesia católica porque no se sentía con fuerzas suficientes para continuar en el cargo. Una situación anómala, que no se producía desde 1415, cuando Gregorio XII dio un paso al lado tras la huella de Celestino V, el primer obispo de Roma que abandonó la sede petrina en 1294.
Sin embargo, más allá de los naturales achaques de un anciano que el 27 de abril cumplirá 96 años, la única enfermedad que se le conoce es una infección que le afecta a la mitad derecha de su rostro. Se trata de un herpes zóster, que además de ser muy doloroso, provoca fiebre, según reveló el periodista alemán Peter Seewald, quien está considerado su biógrafo, al diario alemán 'Passauer Neue Presse' tras visitarlo en 2020.
Los médicos le trataron esta erupción cutánea, que también comprometió sus ganglios linfáticos, con una buena dosis de antibióticos. Desde que renunció al pontificado, hace ahora nueve años y medio, Benedicto XVI –que por los problemas que arrastra casi no habla y necesita una silla de ruedas para desplazarse– ha adoptado un perfil muy discreto, con contadas apariciones públicas y una agenda de visitas muy reducida. Una vida de retiro espiritual, «escondido del mundo», según explicó él mismo, y dedicado principalmente a la oración y al estudio.
Última aparición oficial
La última aparición oficial de Benedicto XVI fue el pasado 27 de agosto, cuando el Papa Francisco fue hasta su residencia para presentarle a los nuevos cardenales que acababa de nombrar en un gran consistorio. Sin embargo, no pudo entablar una conversación con ellos y se limitó a saludarles con afecto y darles su bendición.
La Fundación Vaticana Joseph Ratzinger-Benedicto XVI suele publicar de forma puntual las fotografías de algunos de estos encuentros. El pasado 4 de noviembre recibió a la pintora rusa, Natalia Tsarkova, que le entregó un cuadro en el que le retrató junto a su hermano, Georg ya fallecido, y a las personas que le atienden.
En la última de esas instantáneas, tomada el pasado 1 de diciembre, Benedicto XVI está reunido con los ganadores de un premio de Teología que lleva su nombre y aparece sentado sin fuerzas en un sofá con una apariencia extremadamente frágil. El premio Ratzinger –que este año ha recaído en el párroco francés P. Michel Fédou y en el jurista judío Joseph Weiler– es una prestigiosa distinción que destaca las contribuciones más señaladas cada año en el diálogo entre la fe y la razón y será el encargado en el futuro de mantener su legado teológico y espiritual.
Sin duda, la muerte de su hermano mayor Georg, con el que estaba muy unido en julio del 2020 supuso un duro golpe. Benedicto XVI sorprendió entonces con un viaje a Múnich, ciudad en la que nació, para acompañarle en su lecho de muerte.
El último que hizo Ratzinger viaje para visitar a su hermano mayor Georg
Fue un viaje sorpresa que nadie se esperaba. Primero porque la pandemia de coronavirus había irrumpido hacía tres meses en Europa. Y, segundo, porque eran conocidos los problemas de movilidad del Papa emérito. Pero las razones del corazón no entienden de límites físicos o restricciones. Por primera vez desde marzo de 2012, cuando realizó la última gira internacional de su pontificado con etapas en México y Cuba, Benedicto XVI dejó Italia para trasladarse a la ciudad alemana de Ratisbona, donde visitó a su hermano Georg, de 96 años y gravemente enfermo, con el que siempre estuvo muy unido. Entonces, el Papa emérito tenía 93 años. En el periplo, le acompañó su inseparable secretario personal, el arzobispo Georg Gaenswein, además de un médico, un enfermero, una de las laicas consagradas que le asisten y el vicecomandante de la Gendarmería vaticana.
La intención del antecesor de Francisco era despedirse de su hermano moribundo con el que compartió momentos entrañables. Entraron casi de la mano en el seminario de Múnich en 1947, con el país todavía destruido por la guerra, y fueron ordenados el 29 de junio de 1951 en la catedral de Freising, aunque luego sus carreras eclesiásticas se separaron al dedicarse el mayor a la música y el menor a la teología. Durante la visita de Benedicto XVI, que se extendió durante cuatro días, pudieron celebrar misa juntos en la residencia de Georg.
Desde que Benedicto XVI renunció al pontificado en 2013, Georg ha pasado largas temporadas junto a su hermano en el monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano, donde fijó su residencia el Papa emérito tras pasar dos meses en el Palacio Apostólico de Castelgandolfo. Cuando se hizo efectiva su renuncia, el Pontífice alemán decidió trasladarse durante un tiempo a la residencia estival de los Papas, situada al sureste de Roma, para no interferir en el cónclave del que salió elegido su sucesor, Jorge Mario Bergoglio.
En los años del pontificado de su hermano, Georg era un visitante asiduo de Castelgandolfo, hasta el punto de que el Ayuntamiento de esta localidad a la orilla del lago Albano le ofreció la ciudadanía honorífica en 2008. Benedicto XVI celebró el gesto destacando que para él su hermano no sólo era un «guía en el que se puede confiar», sino también un «punto de referencia por la claridad y la determinación de sus decisiones».
Una de las últimas intervenciones públicas de Georg Ratzinger fue en una entrevista publicada en febrero de 2018 por la revista alemana 'Neue Post', en la que dijo que Benedicto XVI sufría una «enfermedad paralizante» que afectaba a capacidad de desplazamiento, obligándole a estar cada vez más tiempo postrado en una silla de ruedas. «Rezo cada día para que mi hermano y yo tengamos una buena muerte», comentó entonces Georg, que también añadió que hablaba todos los días con su hermano.
En una emotiva carta de despedida, que fue leída el 8 de julio en la catedral de Ratisbona, durante el funeral de su hermano mayor, el Papa emérito escribió: «Que Dios te pague, querido Georg, por todo lo que has hecho, sufrido y me has dado». Además, se mostraba seguro de que la separación con Georg era meramente temporal porque «Dios (…) también reina en el otro mundo y nos dará una nueva unión».
Cuando falleció, Georg tenía 96 años, tres más que su hermano Joseph, pero habían compartido toda la vida sacerdotal. En realidad, los tres hermanos Ratzinger entregaron su vida a la Iglesia, pues María, que era la mayor, dedicó buena parte de su vida a acompañarlos en sus respectivas residencias sacerdotales hasta su fallecimiento en 1991. Georg Ratzinger fue maestro de capilla en Traunstein y sucesivamente, desde 1964 a 1994, director del famoso coro de la catedral de Ratisbona, los «Regensburger Domspatzen», con el que dio conciertos en todo el mundo y grabó numerosos discos.
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