Bandadas hombre-pájaro: una odisea extrema para salvar aves
Helena y Bárbara han guiado en ultraligero a 35 ibis eremitas de Austria a Cádiz. Forman parte de un reducido grupo de personas que busca enseñar nuevas rutas migratorias que ayuden a especies en peligro de extinción
De Austria a Cádiz: la migración guiada por humanos de ibis eremita
Con su largo pico rojo y su plumaje negro, un ibis eremita se adelanta ligeramente en el vuelo. Gira la cabeza y mira a su 'madre'. Se llama Helena Wehner y es una joven geógrafa alemana que vuela montada en los cuatro ... hierros de un paramotor. «Igual que tenemos interacción social con los pájaros en tierra, la tenemos en el aire», cuenta. Ella les llama y sus aves acuden: «Es uno de los mejores momentos. Avanzan como si quisiera comprobar que no has desaparecido: «Está bien, todavía estás ahí, entonces puedo continuar».
Así han recorrido 3.200 kilómetros. Helena forma parte del equipo liderado por el biólogo Johannes Fritz, el Waldrappteam, que ha guiado este verano a una treintena de estas aves en peligro de extinción de Austria a Barbate (Cádiz), en donde se encuentran desde la semana pasada. Un viaje que han hecho con dos paramotores, dos pilotos y dos 'madres adoptivas', Helena y Bárbara, a las que los pájaros seguirían hasta el fin del mundo. El objetivo: enseñar una ruta que estas aves criadas a mano puedan repetir en el futuro y asegure su supervivencia. Es la primera migración guiada que ha cruzado España y una de las pocas que se han hecho a nivel mundial. Es una odisea que solo se utiliza como último recurso.
«Estamos en una extinción masiva de vertebrados por culpa del hombre. Frente a este problema hay que ser muy activo. Si hay que hacer migraciones guiadas, aunque sean caras, hay que hacerlas. La otra opción es cruzarse de brazos», dice Miguel Ángel Quevedo, del zoo botánico Jerez. El veterinario está al frente del Proyecto Eremita que se desarrolla en Cádiz, la otra cara de la moneda de la recuperación de este ave que llegó a extinguirse en la Unión Europea.
Mientras que el grupo austríaco introducía una población migratoria en el norte de Europa, el de Quevedo establecía una población sedentaria en Cádiz. Ahora van a mezclarse. «Se van a querer muchísimo. Son animales sociales, gregarios, muy simpáticos…».
Personalidades diferenciadas
Helena asegura que cada uno tiene su propia personalidad, que evoluciona. «Es como una clase de la escuela. Algunos son muy divertidos y otros más tímidos, algunos quieren probarlo todo y otros lo que quieren es ser abrazados». La joven los vio nacer y compartió las primeras semanas de vida con ellos para que la identificaran como 'madre'. Para hacer esta impronta se vestía con una camiseta amarilla que la distinguiera del resto de seres humanos, la misma que ella y Bárbara han llevado a bordo de los paramotores.
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Es el cuarto año que la geógrafa hace de 'madre adoptiva' de un grupo de ibis, pero la decimosexta que hace el grupo austríaco. Hasta este año, la migración se hacía a Italia. Sin embargo, el aumento del periodo cálido del otoño estaba retrasando la migración de las aves, que cuando iniciaban el camino se topaban con un muro infranqueable en los Alpes por la falta de corrientes térmicas. Y allí, en invierno, no podían sobrevivir.
Cuando en una de las migraciones a Italia, el ibis Ingrid decidió seguir su propio camino e ir hasta Málaga, reveló la que podía ser la solución que los investigadores estaban buscando. No estaba exenta de dificultades. Suponía triplicar los kilómetros de la ruta habitual y complicar la logística.
Helena y Bárbara con sus ibis eremitas
Ha sido un viaje de seis semanas. Tres ibis de los 35 desaparecieron en vuelo y no han sido localizados. Johannes, piloto de uno de los ultraligeros, tampoco olvidará nunca el viento de Levante, que le supuso la etapa más complicada de vuelo, ya en la localidad gaditana de Villamartín. «El pronóstico del tiempo predijo que el viento amainaría, pero se equivocó. Unos 15 km después de la salida nos dimos cuenta de que el viento era mucho más fuerte de lo previsto. Esto nos obligó a realizar un aterrizaje de emergencia bastante arriesgado. Afortunadamente, todo funcionó bien. Pero tras aterrizar tuvimos que trasladar los pájaros en coches hasta Barbate», cuenta.
Impronta humana
Pero, ¿hasta qué punto necesitan las aves aprender a migrar de los humanos? «Esta puede ser una estrategia útil para unas pocas especies que tienen un componente cultural», explica José A. Masero, investigador de la Universidad de Extremadura.
No todos los pájaros funcionan así. Los pequeños, como los ruiseñores, llevan la migración en los genes. «Son autodidactas», explica Jesús Pinilla, de Seo/Birdlife. Pero en otras especies, normalmente de mayor tamaño, la genética se completa con el aprendizaje. «Los jóvenes imitan el comportamiento de los adultos. Aprenden las rutas y esto mejora las probabilidades de supervivencia», cuenta.
Ibis eremitas en su viaje hacia Cádiz
Pero en las reintroducciones de especies que estaban extintas, la posibilidad de aprendizaje desaparece. «Hay que poner en la balanza los costes y beneficios -dice Pinilla- de estos proyectos. Si el riesgo que supone hacer las cosas de forma artificial compensa un posible perjuicio que suponga a la población. Hay controversia», reconoce.
El mayor peligro está en determinados contextos cuando las poblaciones criadas por humanos se mezclan con las silvestres. Las criadas 'a mano' pueden llegar a aportar resistencia a antibióticos, enfermedades, una carga genética con endogamia o haber aprendido un comportamiento antinatural que acabe afectando a la población que se mantenía en la naturaleza. «Si sucede eso, puede causar un deterioro de la población silvestre e incluso la extinción», dice Pinilla.
La 'operación migración' de Bill Lishman y Joe Duff en EE.UU. en los años 2000
Es el problema al que se enfrentó el programa pionero a nivel mundial, que comenzó en 1993 con grullas canadienses y cisnes y que desde los 2000 estuvo guiando grullas trompeteras nacidas en cautiverio desde Wisconsin hasta Florida, en EE.UU. El programa, sin embargo, concluyó en 2015 con cierta polémica. El Servicio de Pesca y Vida Silvestre de EE.UU. calificó su método de «artificial» y alegó que la cría de las aves por parte de seres humanos disfrazados estaba afectando negativamente a la reproducción de las grullas. Decidieron permitir solo la liberación de las criadas en cautiverio por grullas reales. La tesis era que los ejemplares criados por personas perdían algunas lecciones de crianza que les ayudaban a defender a sus propias crías después en la naturaleza. Algo que Bill Lishman y Joe Duff, los creadores del programa, siempre negaron.
«La impronta con el ser humano puede conllevar que no reconozca a los depredadores naturales», ejemplifica Masero. Tras 20 años criando cientos de ibis en Cádiz, Quevedo asegura que sus pájaros no han desarrollado ningún comportamiento aberrante. Y por ahora tampoco han mostrado especial interés en volar hasta Marruecos, donde a unos 800 km se encuentra una de las pocas poblaciones salvajes del mundo de este ave.
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La gran duda es cuántos ibis volverán a Austria en un par de años, cuando alcancen la madurez, y si los ejemplares gaditanos se unirán a la migración. Helena aguarda el momento. «Todavía nos reconocerán», cuenta. Aunque hayan pasado años, esos pájaros se alegran en el reencuentro. «Es un momento muy especial».