Alejandro Baer: «En España, sólo lo que suena a nazi es considerado antisemita»

Este sociólogo plantea cómo la guerra árabe-israelí ha provocado que resuenen los ecos de un prejuicio milenario

La discreta vida de los 45.000 judíos que viven en España

Alejandro Baer es investigador del CSIC y especialista en estudios judíos contemporáneos ISABEL PERMUY

Alejandro Baer (Buenos Aires, 1970) es investigador del CSIC, sociólogo, y la persona que mejor conoce las formas que ha ido tomando el antisemitismo en nuestro país. Es especialista en estudios judíos contemporáneos y fue director del Center for Holocaust and Genocide Studies en la ... Universidad de Minnesota. En su ensayo 'Antisemitismo. El eterno retorno de la cuestión judía' (Catarata) plantea que los debates sobre el Estado de Israel afloran antiguos hábitos de pensamiento y hacen que resuenen los ecos de un prejuicio milenario.

—¿Es España un país especialmente antisemita?

—Lo que hace especial a España es el desconocimiento y a la vez la negación del problema. Nadie se considera antisemita, pero eso no impide que mucha gente –incluidos periodistas, políticos y académicos– puedan reproducir tópicos o formas de pensamiento antisemitas. Aquí, el antisemitismo se propaga sin filtro y además es inmune a toda crítica.

—¿Tiene algo que ver nuestra ausencia en la Segunda Guerra Mundial?

—Es un factor importante. En el resto de Europa occidental la memoria del Holocausto levantó barreras de contención contra las formas más explícitas de antisemitismo. En la España de Franco se siguió propagando un antijudaísmo tradicional y castizo en iglesias y escuelas. En la Transición, se dejó este tema bajo la alfombra y el sustrato cultural del antisemitismo español quedó prácticamente intacto.

—La comunidad judía en España se reduce a unas 45.000 personas. ¿Es posible el antisemitismo sin judíos?

—Sí, porque frente a otras actitudes o prejuicios contra minorías, se caracteriza casi siempre por su carácter abstracto y desvinculado de relaciones intergrupales reales. En España, la historia de hostilidad anti-judía continuó sumando capítulos mucho más allá de la expulsión de 1492. Leyendas de crímenes rituales y de profanación de símbolos cristianos, los estereotipos de la usura o la maldad o las cábalas de judíos socavando la fe o la nación permanecieron arraigados a través del lenguaje, la literatura, la liturgia y las tradiciones populares. En la primera mitad del siglo XX, la población judía era insignificante pero esto no impidió que circularan masivamente las teorías de la conspiración más disparatadas.

—¿Se explica bien en nuestras escuelas la dimensión del genocidio judío?

—Hay más conocimiento del Holocausto y esto es muy positivo. Pero al mismo tiempo esto tiene consecuencias inesperadas. Por un lado, que sólo aquello que se asemeja al ideario nazi o fascista sea considerado antisemitismo. Por otro, la memoria del Holocausto en España ha servido para dirimir disputas memoriales propias. Para elevar demandas de reconocimiento, desde la izquierda; o para bloquearlas bajo el lema de la incomparabilidad, desde la derecha. Esto ha dificultado una mirada más profunda y autocrítica.

¿Ha influido nuestra enraizada tradición católica y clerical?

—Sin duda. El antijudaísmo cristiano que atribuye una maldad intrínseca a los judíos (por el mito del pueblo deicida) ha sobrevivido como matriz cultural más allá de esta tradición religiosa. Cada sociedad ha visto en lo judío una amenaza para el orden moral o social. Y esto es políticamente transversal y aparece allí donde menos te lo esperas. Cuando Ione Belarra publica un tuit en Navidad en el que escribe que aspiramos al bien pero que Israel encarna el mal absoluto, está reproduciendo este esquema. Esto no significa que Israel no sea merecedor de críticas, pero sí debería llamar a la reflexión porque amplios sectores de la sociedad se han insensibilizado ante el antisemitismo cuando aparece en el contexto del conflicto israelí-palestino. Un ejemplo reciente es el chupinazo de los Sanfermines, que comenzó con 'Free Palestine' (y no con 'Slava Ucrania', o 'Kurdistán libre'). ¿Por qué de todas las violencias de Estado, ninguna provoca la indignación moral que suscita Israel.

«Nadie lo reconoce, pero el antisemitismo no ha cambiado tanto desde 1942»

—¿Ha cambiado el antisemitismo de bando?

—Parece que sólo existe el antisemitismo del otro. La extrema derecha de Vox denuncia el antisemitismo en la izquierda mientras reproduce argumentarios esencialmente antisemitas, como el fantasma del globalismo con George Soros controlando los hilos del mundo. Y determinadas izquierdas acusan de fascistas a sus adversarios mientras reproducen lemas que propugnan la destrucción del Estado de Israel, como «del río al mar», o ataques a instituciones «sionistas» bajo el lema de la «globalización de la Intifada».

—¿Qué pasa con los jóvenes y la cuestión judía? ¿Y en la universidad?

—En ciertos entornos académicos y activistas la palabra antisemitismo se ha vaciado de contenido. Es un término sospechoso y remite a fantasías conspirativas. Estudiantes, intelectuales y profesores judíos, también en España, vienen denunciando que son la única minoría que, al expresar sentimiento de exclusión y estigmatización, es acusada de explotar su sufrimiento. Y lo que es más grave, estos silencios o sospechas vienen de quienes hacen suya la causa de la defensa de los excluidos. En definitiva, el antisemitismo se reproduce en su propia negación.

—En su libro habla del filosefardismo romantizado, de un embellecimiento del pasado medieval.

—Yo diría que en la España actual conviven la fascinación y una idea romantizada del pasado judío medieval y los estereotipos eternos del antisemitismo. Los judíos del pasado son sabios y tolerantes. Los del presente, generalmente encarnados en los judíos estadounidenses e israelíes, son poderosos, manipuladores, vengativos y crueles.

—Dice que esta sociedad sólo condena el antisemitismo si aparece vinculado a la División Azul o a las esvásticas nazis de forma global.

—Sí, el antisemitismo se asocia a los neonazis o a la falangista Isabel Peralta con el brazo en alto. Se piensa que es algo marginal, una caricatura. El nazismo y el Holocausto le dieron mal nombre al antisemitismo, pero eso no significa que haya desaparecido. De hecho, funciona gracias a sobreentendidos culturales que nunca han sido revisados.

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