Wuhan, normalidad contra el estigma del coronavirus
Ocho meses después del estallido, el epicentro de la pandemia recobra su vida cotidiana mientras lucha contra los prejuicios
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Iniciar sesiónTras los atardeceres de postal sobre el Yangtsé, en los que el sol se refleja incandescente sobre sus aguas y el cielo se tiñe de rojo, los rascacielos de Wuhan se encienden en una explosión de luces de colores. Como si estuvieran sacados de ... una película de ciencia-ficción, brillan de azul, amarillo y verde mientras parpadean frenéticamente y forman gigantescas figuras en sus fachadas a orillas del «Río Grande» de China. En una de ellas, junto a un edificio de cien plantas aún en obras coronado por dos grúas, el dibujo de una joven tocando con fuerza la batería precede al de una enfermera que saluda con la mano a los barcos de recreo que, también iluminados, surcan sus aguas para deleite de locales y turistas.
Para dar ánimos a los primeros y atraer a los segundos, este espectáculo visual se repite cada noche desde las siete y media hasta las once. Aunque cuesta creerlo, Wuhan brilla ocho meses después de haber sido el epicentro de la pandemia del coronavirus, que sigue azotando al mundo y nos ha cambiado la vida. Pero, como ya se ve aquí y en el resto de China, la vida sigue y se abre camino para recuperar la normalidad tras superar la epidemia.
Bajo los neones de los rascacielos, los mercadillos vuelven a estar abarrotados , las terrazas de los restaurantes se llenan, los novios se hacen fotos de bodas con los trajes más emperifollados y las mujeres toman otra vez las plazas para bailar al anochecer, una de las costumbres más extendidas en China. Aunque la mayoría lleva mascarillas, sobre todo en los transportes públicos y sitios cerrados, también se ve a muchos sin ellas.
«Wuhan ya ha vuelto a la normalidad. Aunque la economía se ha visto dañada y hay gente que sufre traumas, la mayoría ha recobrado su vida habitual », se congratula la señora Gao, funcionaria de 31 años, en la popular calle Han, que no desentonaría en el centro de una capital europea por sus tiendas de marca globalizadas. Además de por el confinamiento estricto en Wuhan, que duró del 23 de enero al 8 de abril, la señora Gao sufrió la angustia del coronavirus porque su marido, que es personal sanitario especializado en electrocardiogramas, estuvo ayudando a los médicos que venían de otras provincias en el hospital de Leishenshan, construido en diez días con 1.400 camas.
«Estaba muy preocupada por él porque algunos de sus compañeros se contagiaron, pero me adapté a la situación porque sabía que el coronavirus sería controlado y que la gente de Wuhan es lo suficientemente dura como para superar esta tragedia», explica de buen humor. Por el tono de voz, se le adivina una sonrisa tras la mascarilla. Debido precisamente a esta experiencia tan dolorosa, asegura que «si el coronavirus vuelve en invierno, no creo que nos afecte tanto y podremos superar la segunda ola porque nos hemos tomado la epidemia en serio». Optimista, confía también en que «la situación mejore en el resto de países para que todo el mundo recupere su vida de antes».
Las «armas» chinas
Para superar la enfermedad Covid-19 , en Wuhan y el resto de China han sido fundamentales estas armas: el cierre de la ciudad y el resto de la provincia de Hubei durante más de dos meses, la paralización del país en casi todo ese tiempo, el uso de mascarillas desde el principio, la fuerte concienciación social, el control de la población a través de las aplicaciones de los móviles y las pruebas masivas con las que han sido atajados los rebrotes posteriores en Pekín, la ciudad costera de Dalian y la remota región musulmana de Xinjiang.
En Wuhan, a finales de mayo, también se le hizo el test del coronavirus a nueve de sus once millones de habitantes, lo que dio mucha confianza y seguridad a la ciudad. Tanta que este verano se ha permitido el lujo de celebrar un festival de música electrónica en su parque acuático Maya Beach, cuyas imágenes de la multitud chapoteando en el agua sin mascarillas han asombrado al planeta e indignado a muchos. Y es que, ya sea nueva o vieja, la normalidad total es muy difícil de conseguir en una ciudad que, para todo el planeta, quedará marcada para siempre como el origen del coronavirus.
Lo sabe muy bien Hu Sinou, un estudiante de 23 años que este curso se marchará a Gales para hacer un Máster sobre cadenas de suministro. «Espero que no nos discriminen en otros lugares cuando vayamos al extranjero porque hemos hecho todo lo posible en esta batalla. Era la primera vez que nos enfrentábamos a esta situación y no sabíamos cómo detener la epidemia al principio. Es cierto que hubo algunos errores pero, en mi conciencia, hemos hecho todo lo que hemos podido. En estos momentos, Wuhan es un lugar muy seguro», explica bajo un sol abrasador en la ribera del Yangtsé.
Cuando haga nuevos amigos en Cardiff, Hu teme decir que es de Wuhan porque, además, sus abuelos se contagiaron del coronavirus cuando estalló la epidemia justo antes del Año Nuevo Lunar. «Los hospitales estaban saturados y mi padre tuvo que tirar de ˝guanxi˝ (˝contactos˝) para conseguirles cama. La familia estaba muy preocupada por ellos porque tienen más de 70 años y uno de los compañeros de habitación de mi abuelo se sentía bien un día y al siguiente murió», cuenta Hu. Mientras la abuela tardó una semana en curarse, al abuelo le llevó un mes y medio hasta que pudo volver a casa con su familia, donde todos ocupaban cuartos individuales y habían extremado las precauciones para evitar el contagio.
Peor le fue a una tía de Hu, la señora Wen, de 49 años, quien empezó a toser el 20 de enero, antes del estallido. Como esos primeros días no había pruebas del ácido nucleico para todos los enfermos, solo un escáner pulmonar descubrió la neumonía causada por el coronavirus. Aunque pudo superarla en la primera semana de febrero, estuvo ingresada dos meses en uno de los hospitales temporales («fangcang») porque siempre daba positivo en las pruebas.
Cuando, finalmente, fue dada de alta tras el levantamiento del confinamiento en Wuhan el 8 de abril, quiso reincorporarse al hotel donde llevaba trabajando dos décadas. Pero su jefe, temeroso de que pudiera seguir contagiando, la prejubiló con una pensión mensual de 2.000 yuanes (245 euros) hasta que cumpla 55 años, la edad oficial para su retiro. Además de un grave daño económico para su familia, pues su sueldo antes era de 10.000 yuanes (1.225 euros) al mes, su caso demuestra que los prejuicios contra los enfermos de Covid-19 se dan incluso en Wuhan.
Contra este estigma por el coronavirus, la ciudad luce su recobrada normalidad tras vencer a la epidemia. Desde finales de enero hasta marzo, las calles de Wuhan estuvieron desiertas, los hospitales desbordados y cada día morían decenas o cientos de personas. Oficialmente, China reconoce unos 80.000 contagiados y más de 4.600 fallecidos. De ellos, en Wuhan hubo 50.000 infectados y cerca de 3.900 víctimas mortales. Se puede dudar de estas cifras oficiales, que seguramente serán mayores porque durante las primeras semanas muchos enfermos murieron sin que se les hiciera la prueba del coronavirus. Pero lo que es indudable es la normalidad que ya impera en Wuhan y el resto de China, como se ve cada noche en los puentes iluminados sobre el Yangtsé.
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