Las víctimas colaterales del Covid: diagnósticos fallidos y abandono
La falta de atención presencial por la pandemia deja a la deriva la detección de otro tipo de enfermedades graves, como el cáncer
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Iniciar sesiónLos dolores de Lidia Bayona comenzaron en marzo, coincidiendo con la llegada de la pandemia. Esta burgalesa de 53 años trabajaba en una residencia de ancianos, por lo que al empezar a tener tos se hizo una PCR que dio negativo. Los síntomas, sin embargo, ... fueron a más: vómitos, diarrea, cansancio... una serie de dolencias intermitentes que su médico de cabecera achacó primero a una infección de orina y luego al estrés por su trabajo. Así lo relata su hermana Fátima, pues la voz de Lidia se apagó a finales de julio , días después de ser operada de dos tipos de cáncer: uno de ovario y otro de las vías biliares.
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La enfermedad de Lidia empezó a asomarse en los momentos más duros de la primera ola del Covid-19, por lo que la falta de citas médicas presenciales y el retraso en las pruebas hizo que no se detectara lo que tenía hasta junio. «Decía continuamente que no se encontraba bien, pero su médico le decía que eran nervios. En ningún momento se le ocurrió darle cita para verla en persona», denuncia Fátima Bayona, que recuerda cómo, durante esos meses, el rostro de su hermana cambió por completo. «Llegó un día en el que le vi algo malo en la mirada. Tenía mirada de enferma », relata.
«Llegó desnutrida»
Durante ese tiempo en el que todas sus dolencias se achacaban al estrés, cuenta Fátima, Lidia sufrió una gran pérdida de peso , de manera que cuando por fin fue ingresada para someterse a la intervención, llegó prácticamente desnutrida. «Si al menos su doctora hubiera accedido a verla antes, podríamos haber avanzado en que no llegara tan desnutrida», lamenta.
La operación, aunque muy complicada, «peor que un trasplante» , dijeron los médicos a la familia, salió bien. Fue el 15 de julio. Días después, tras varias jornadas en la UCI y en planta recuperándose de la intervención, murió por una complicación. «Ha habido fallos por todos los sitios. Mi hermana no tendría que estar muerta . No sé la calidad de vida que hubiera tenido ni lo que hubiera vivido, pero que algo ha fallado está claro», afirma, dispuesta a llegar hasta el final, mientras todavía espera a que la Fiscalía de Burgos se ponga en contacto con ella.
En la misma situación se encuentra Lydia Sainz-Maza, hermana de Sonia, que también murió por un cáncer cuyo diagnóstico se demoró por la pandemia . Sonia, residente en Espinosa de los Monteros (Burgos), pidió cita con su médico de cabecera el 13 de abril, tras llevar un tiempo con dolores en la pierna izquierda. «A partir de ahí empiezan tres meses de citas telefónicas en las que mi hermana cuenta al médico que le duele mucho la pierna, que está muy cansada y que ha perdido mucho peso, pero ni la explora ni le hace una analítica», denuncia Lydia.
El primer diagnóstico para Sonia, de 48 años, fue una lumbalgia. En otra de las visitas a urgencias cambió y ya no era lumbalgia, sino tendinitis, hasta que meses después, en julio, tras otra de sus visitas a Urgencias, le detectaron lo que realmente tenía: cáncer de colon con metástasis . Un mes después, el 13 de agosto, falleció. «Con mi hermana se han equivocado todos. Ha fallado estrepitosamente el sistema público de salud. A mi hermana la abandonaron. Los pacientes no Covid son pacientes de segunda », critica.
El caso de Sonia, denuncia Lydia, no es único, pues tras hacerlo público ha recibido multitud de llamadas de familiares de otras víctimas que han vivido situaciones similares. Nueve meses después de que estallara la pandemia, denuncia, ya no hay excusa para que se sigan dando este tipo de casos . «Ha habido tiempo más que de sobra para que las autoridades sanitarias tomen medidas para encauzar y solucionar esto. La atención telefónica tiene que volver a ser residual, y no general como ahora. Por teléfono no se ve, no se cura », lamenta, y reflexiona sobre cómo puede llegar un profesional a detectar un cáncer como el de su hermana sin verla presencialmente ni una sola vez.
Pero la realidad es que por muchos meses que hayan pasado, el coronavirus sigue apropiándose de muchos de los recursos sanitarios y deja relegados el resto de problemas. Luis Miguel Huertas, de 64 años, lo sabe de primera mano. Tras sufrir un infarto hace algo más de un año y llevar dos estents, tenía cita con el cardiólogo el pasado 25 de noviembre para que revisara su resonancia magnética y le indicara cuál es actualmente su estado de salud. Sin embargo, un día antes, se la cancelaron, ofreciéndole como alternativa el 21 de abril de 2021 . «Estamos totalmente desamparados y no sabemos qué hacer. Mi marido es de alto riesgo y necesita que le vea un cardiólogo», cuenta Francisca Valcárcel, su mujer, que incide en que, además de una revisión, también está pendiente de que le confirmen si debe seguir tomando los mismos medicamentos o no.
«No solo se muere de Covid»
«Muchas veces le digo al médico que estamos bien de milagro, porque como están todos con el Covid...», bromea Luis Miguel que, cansado de no ser atendido en la sanidad pública y preocupado por su salud -pues en ocasiones nota cómo le cuesta respirar -, acudirá finalmente estos días a un cardiólogo privado, aunque incide en que no debería ser lo habitual, sino que reclama que se dote a los centros sanitarios del personal y recursos necesarios para atender a todo el mundo, también en pandemia. «La gente no solo muere por Covid. No pedimos más que ser atendidos», clama.
«Impresentable» es la palabra que usa Francisca para definir la situación. «Vivimos de una pensión. No puede ser que lleve 40 años trabajando y pagando la Seguridad Social para estar así de desamparados», concluye.
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