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Totalán lucha por volver a la normalidad: «Ojalá que la próxima vez que vengan las cámaras sea por el Gordo»

El pueblo donde estaba la finca en la que cayó Julen sigue consternado por la tragedia

Totalán intenta recuperar la calma tras trece días de rescate FRANCIS SILVA / Vídeo: El hallazgo de Julen, foco de la prensa internacional
Josefina G. Stegmann

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El mar golpeaba con fuerza al caer el sol en Málaga. Las olas se sucedían, bravas, una detrás de otra. Parecía ser el mar el único que le impregnaba ímpetu a un lugar que se quedó desolado, detenido en el tiempo y sin voz. Los malagueños están cansados, agotados y sobre todo, tristes .

Ayer, José Roselló y Victoria García , las caras visibles (y desencajadas de dolor) de la tragedia fueron acompañados por todo El Palo, el barrio que vio nacer a Julen, en su último adiós. El sol del mediodía brillaba ayer con fuerza, algo normal para los malagueños incluso en enero. Por eso, la gente, en lugar de disfrutarlo, lamentaba los tímidos embates del viento. Pero ni el sol ni el mar. Ya no le quedan a los malagueños motivos para disfrutar. En el cementerio de El Palo no se escuchaba a nadie hablar, pese a que eran cientos los congregados para despedir al pequeño que cayó el pasado 13 de enero en un pozo en Totalán, y cuyo cuerpo fue hallado el pasado sábado a la 1.25 de la madrugada.

«Hoy no somos vecinos, hoy somos todos familiares de Julen», decía un residente de El Palo pegado a una verja que la Policía había colocado en el cementerio para controlar la enorme concentración de gente y evitar el paso de los periodistas y las cámaras de televisión . Ayer tocaba uno de los momentos más duros: el entierro del pequeño. El féretro llegó al tanatorio de El Palo el sábado y ayer finalmente fue inhumado justo encima del nicho donde descansa su hermano Oliver, que murió hace solo dos años.

Tras un largo desfile de coronas de flores, entre ellas la de la Brigada de Salvamento Minero que rescató a Julen, la familia secundó sobre las 12:30 horas el traslado del féretro con el cuerpo del pequeño desde el tanatorio al cementerio. Allí tuvo lugar un acto religioso y, posteriormente, a las 13:30 se llevó a cabo la inhumación.

Los flashes de los fotógrafos intentaron captar el momento en que el padre y la madre de Julen entraban al cementerio. El silencio absoluto al producirse el traslado del féretro fue seguido, casi instantáneamente, de una lluvia de aplausos de los reunidos para despedir al niño. Después de unos veinte minutos, salió la familia, primero el padre que caminaba con la mirada clavada en el suelo y con un dolor que casi podía olerse , también envuelto en aplausos. A la inhumación también asistieron algunos políticos, aún sabiendo que hoy los focos los ignorarían, como los alcaldes de Málaga y Totalán, Francisco de la Torre y Miguel Ángel Escaño, respectivamente.

La gente se empezó a dispersar y los padres volvieron a casa. Los vecinos de El Palo no habían visto nunca tanta gente. Tampoco tantas cámaras. Durante los trece días que duró el rescate algunos se acercaron a hablar con los vecinos y más de uno se plantó en la casa del niño pero, sin embargo, el ojo y los titulares estaban puestos en Totalán, a unos 10 kilómetros de El Palo, donde cayó el niño.

«Seguimos consternados»

Este pueblo clavado en una montaña bañada de almendros y olivares vivió lo que jamás en su vida: la atención del mundo entero. Y los vecinos parecían estar bastantes contentos con la indiferencia. La gente ya no quiere hablar. «Soy vieja», usaba como justificación una mujer mientras metía un cubo de agua en su casa. «No quiero más cámaras, estos días me han vuelto loco; me llamaban de todos lados porque he trabajado con el tío del niño», contaba David, orujo en mano, mientras repasaba todo lo sucedido durante los trece días que duró el operativo.

Los vecinos de Totalán apenas quieren hablar. Pero no es solo el hartazgo por los periodistas lo que les pesa, es la tristeza que tienen dentro. Se ve en sus rostros, en la mirada que se queda mirando un punto fijo (la montaña donde ocurrió la tragedia) y en sus propias palabras: «Todavía está todo muy reciente», dice Pablo. «La gente está triste», dice Marta mientras sube una de las empinadas calle de Totalán con el ordenador en la mano. «Seguimos consternados», cuenta Toni. Fue este vecino uno de los primeros en llegar al pozo. « La gente chillaba y los que tenían móvil llamaban al 112 . Yo vi ese pozo y dije: "esto será difícil", aunque jamás pensé que tanto». Él se volcó y su familia también. Fue su tía Ángela la que cedió su casa para que durmieran los padres de Julen mientras buscaban al pequeño. Todos en el pueblo hicieron algo. Antonio cobijó a los periodistas durante días en su bar «Arriba y abajo» y que, de hecho, llegaron a hacer una especie de base de operaciones en la planta de arriba. «Estoy hecho polvo», confiesa.

Posa para la foto a regañadientes, como si le quedara un último aliento. Totalán no es el pueblo de Julen pero todos lo adoptaron desde el primer momento.

Y ahora luchan por volver a la normalidad. Recién ayer se empezó a notar la calma que siempre caracterizó al pueblo: poca gente paseando con los perros, alguno comentando las jugadas del Barcelona-Girona en el bar y, el resto, recogidos en casa. Alguno, incluso, ya se atreve con el humor. «Esperemos que la próxima vez que vengan todas las cámaras aquí sea cuando nos toque El Gordo», dice un joven sonriente.

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