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La Selectividad de EE.UU. puntúa lo mal que lo ha pasado el alumno en su vida

Las universidades de EE.UU. empiezan a usar una polémica «nota de adversidad» para seleccionar a sus alumnos que, ante todo, subraya la desigualdad educativa

Manifestación contra los altos costos de las matrículas universitarias ABC
Javier Ansorena

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Miles de jóvenes españoles se enfrentan estos días al ogro de la era estudiantil, el examen de selectividad , que decidirá el 40% de su nota para el ingreso en universidades públicas. En China, la palabra más temida por un estudiante es el « gaokao », el examen de acceso a la universidad, considerado el más duro del mundo. En Japón, buena parte de la vida profesional -y, en parte, personal- se decide en una prueba similar, que marca la adolescencia de los nipones y les hunde entre libros durante años.

EE.UU. es un mundo aparte, también en el acceso a la universidad. En un país donde muchas de las mejores universidades son privadas -y donde la financiación de las públicas también está soportada en parte por donaciones-, la admisión a las universidades lleva décadas tratando de conjugar la meritocracia, la igualdad de oportunidades y la diversificación del alumnado en una sociedad rajada por la desigualdad y con la losa de décadas de discriminación racial.

Lo más parecido a la selectividad en EE.UU. son exámenes estandarizados como el SAT, que los alumnos toman a nivel estatal y que sirve a las universidades para tener una información objetiva y comparable sobre el conocimiento y las capacidades del solicitante. Los centros no están obligados -tampoco los públicos - a basar su admisión por la nota del SAT y utilizan ensayos enviados por los alumnos, entrevistas y otras experiencias académicas o extracurriculares para tomar su decisión.

Con todo, el SAT constituye uno de los factores decisivos para la admisión en las mejores universidades y, por lo tanto, responsable de perpetuar las desigualdades estructurales en EE.UU.: los resultados muestran que los estudiantes blancos sacan mejores notas que los negros y los hispanos (y peores que los asiáticos) y que, sobre todo, demuestra que beneficia a estudiantes que provienen de entornos privilegiados. El resultado es que los 200 institutos de elite del país nutren un tercio de las admisiones a las universidades de la Ivy League -como Harvard o Yale-, Stanford o MIT. El reciente escándalo de la red de sobornos y trampas -muchas veces tenía que ver con ayudas para sacar mejor nota en el SAT- para meter en esas universidades a hijos de familias adineradas ha vuelto a mostrar lo que todo el mundo sabe: el sistema juega a favor de los más privilegiados.

El College Board, la organización que prepara y administra el SAT, ha encontrado una fórmula para corregir esas desigualdades: a cada estudiante que tome el examen se le asignará además un baremo que explique el entorno socioeconómico del que proviene. En EE.UU. lo han bautizado como « nota de adversidad », es decir, una medida de las dificultades que has tenido en la vida que compensen una nota más baja en el SAT, y que empieza a ser utilizado en las universidades.

El nuevo factor de corrección ha sido aplaudido por quienes buscan fomentar la entrada de un alumnado más diverso en las universidades y con furia para los defensores de la meritocracia pura. La «nota de adversidad» busca un baño de objetividad -utiliza datos como nivel de ingresos en el barrio de origen, criminalidad o financiación del centro escolar- a los intentos de las universidades de ir más allá de la pura nota de un examen que deja fuera a buena parte de los jóvenes menos privilegiados , sobre todo de minorías raciales.

La novedad está llena de contradicciones: si unos padres con pocos recursos se parten el lomo por llevar a sus hijos a un colegio mejor de otro barrio, el sistema les perjudica; si una familia bien establecida se traslada a un barrio en plena gentrificación, el sistema todavía les beneficia más. Además, la «nota de adversidad» no será pública, solo la conocerá el College Board y el personal de admisiones de las universidades , con lo que el sistema es todavía menos transparente.

Algunos críticos lo ven como un arma que el College Board entrega a las universidades para hacer una discriminación positiva a placer y como una forma de protegerse ante posibles batallas judiciales al respecto por tratarse de baremos objetivos.

Otros lo consideran una huida hacia adelante que apenas trastoca la brecha de desigualdad educativa en EE.UU., donde la mayor parte de la financiación de los colegios públicos es a través de los impuestos locales, como el de la propiedad: si vives en un barrio rico, tu colegio es bueno. Si la zona es pobre, también lo es el colegio. Eso no lo maquilla la «nota de adversidad».

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