Pedro Casaldáliga: «A pesar de los frenazos, el Vaticano II fue una revolución histórica para la Iglesia»
«La Teología de la Liberación sigue teniendo validez», señala a ABC Pedro Casaldáliga, quien critica la estructura del Papado y pide un mayor compromiso con los pobres
MADRID. Desde su «retiro activo» en la selva del Amazonas, Pedro Casaldáliga, el obispo catalán nacionalizado brasileño «para estar más cerca de los míos», reflexiona sobre el presente y el futuro de la Iglesia mientras espera que se le nombre sucesor. El religioso claretiano sigue ... siendo un hombre rebelde y a la vez enamorado de su fe y la opción preferencial por los pobres.
-Presentó su renuncia a Su Santidad el pasado mes de febrero. ¿Por qué no se le ha aceptado todavía?
-Presenté la renuncia el mismo día en que completé los 75 años: 16 de febrero de este año. Me fue aceptada el mes de abril. No se ha nombrado sucesor porque están haciendo consultas, y las cosas de palacio van despacio. Puede ser también que ya no me vean tan peligroso comandando una diócesis.
-¿Ha cambiado mucho la Iglesia desde que se ordenara sacerdote, hace ahora 51 años?
-Me ordené en 1952, durante el Congreso Eucarístico Intenacional de Barcelona, con otros 800 compañeros. Desde entonces, la Iglesia ha cambiado mucho. Principalmente, destaco el Concilio Vaticano II que, a pesar de todos los frenazos que se han venido dando oficialmente, significó una revolución histórica para la Iglesia. Ahora hay mucho más laicado, mucha más libertad (concedida o conquistada, bien vista o mal mirada), más ecumenismo, incluso hay diálogo interreligioso, incipiente por lo menos. Han surgido nuevas teologías, se tiene conciencia clara de la necesidad de renovar profundamente el ministerio de Pedro, la vivencia de la colegialidad y de la corresponsabilidad, y se pide cada vez más incontestablemente el diálogo entre la Iglesia y el mundo.
-¿Se han cumplido las expectativas suscitadas tras el Concilio?
-Yo viví los años inmediatamente posteriores al Concilio, como millones de católicos y católicas, entusiasmadamente. Después he vivido, entre indignado, rebelde y esperanzado, la involución eclesiástica, la neurótica pretensión de desacreditar el Vaticano II, bendito Pentecostés para la Iglesia y para el mundo.
-Son muchas las voces que hoy solicitan un nuevo Concilio...
-Soy plenamente partidario de un proceso conciliar, que significa precisamente mantener vivo y actualizado el propio Vaticano II. El proceso que muchos pedimos tiene la voluntad de responder a los grandes desafíos que se le plantean a la Iglesia y que la obligan a evangelizar, junto con las otras Iglesias y con todas las religiones, las grandes causas de una humanidad cada vez más globalizada. El Vaticano II se preguntaba: «Iglesia de Dios, ¿qué dices de ti misma?». Ahora se trata de preguntar: «Iglesia de Dios, ¿qué le dices a este mundo?» sobre el capital y el trabajo, el hambre y el armamentismo, el consumismo y el tercer mundo, la familia y la juventud, y sobre ese contingente enorme de humanidad marginada.
-¿Cuál es su balance del Pontificado de Juan Pablo II?
-Cuando se trata de calificar la misión del Papa al frente de la Iglesia católica, es necesario hablar de la institución del papado. Con cariño y libertad, hay que condenar tres lacras que afectan gravemente a nuestra Iglesia y al ministerio de Pedro: en primer lugar, que el Vaticano sea Estado y que el Papa sea jefe de Estado; en segundo término, que el ejercicio real del papado sea «administrativamente» una monarquía absoluta; finalmente, ese «papismo» infantil y hasta adulador con que muchas veces se encaja el ministerio de Pedro. En la Iglesia de Jesús han de convivir la obediencia fraterna con la libertad, la unidad con el pluralismo, la fidelidad con la inculturación.
-Pero hay que reconocer a este Papa logros históricos...
-Dicho lo anterior, reconozco sinceramente la dedicación heroica de Juan Pablo II, su capacidad de comunicación, su fidelidad a rajatabla. Lamento la involución que ha propiciado, creando mucha decepción y repliegue, sobre todo entre los teólogos, en el mundo de la mujer y entre el laicado católico más militante. Como obispo, puedo dar constancia de esa involución en lo que se refiere a la verdadera colegialidad.
-¿Debería renunciar el Papa?
-Sí, lo he dicho repetidamente. Creo que el obispo de Roma debería renunciar a tiempo, como los demás obispos. No me parece oportuno un cargo vitalicio. Los obispos somos humanos. El de Roma, también.
-Usted optó desde el principio por los pobres. La Iglesia de hoy, ¿continúa al lado de los perseguidos?
-Siempre hubo Iglesia al lado de los pobres. La mayor parte de las congregaciones religiosas se han fundado para atender a estos pobres. Lo que pasa es que no siempre, ni mucho menos, hemos ido como Iglesia a las causas de la pobreza y la marginación; nos ha faltado caridad política, opción estructural. Hemos facilitado la «convivencia tranquila» de la riqueza con la pobreza. Hemos canonizado la propiedad privada, olvidando la hipoteca social que pesa sobre toda propiedad. El contacto con los más pobres desinstala, compromete, libera. No es posible desentenderse de los pobres y de sus causas si se va a ellos con el Evangelio en el corazón. Los pobres son los jueces de la Iglesia y del mundo, y cada una de nuestras vidas será juzgada por nuestra opción por los pobres.
-Pedro Casaldáliga es recordado como uno de los «padres» de la Teología de la Liberación. ¿Tiene futuro este modo de ver la teología en la Iglesia y en el mundo de hoy?
-La Teología de la Liberación sigue teniendo validez, tanto en el tercer mundo como en el primero. Esta teología ha puesto en primer plano la opción por los pobres, la relación dialéctica fe-vida, la conciencia de una única historia humana que es la gran historia de la Salvación, la fe practicada como autenticidad de la fe creída, la misma teología como fruto de una espiritualidad, de un compromiso vital.
-¿Qué hará cuando se haga oficial el nombramiento de su sucesor?
-Espero mejorar mi condición de cristiano. Francamente, no sé a dónde iré, depende del obispo que me suceda. En todo caso, continuaré en América latina y muy probablemente en Brasil.
-¿Cuál quiere que sea su legado?
-«Dejar legado» es mucha pretensión. Sueño con que las causas que han motivado mi vida sean asumidas cada vez más: una Iglesia ecuménica, servidora, liberadora; el fin de los varios mundos para que exista un solo mundo humano; la socialización de los bienes mayores de la existencia (tierra, comida, salud, educación, comunicación, libertad...); el diálogo interreligioso y la gran intersolidaridad humana...; el Reino de Dios, en fin, ya aquí en la Tierra, preparándonos esperanzadamente para la plenitud en el cielo.
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