La pandemia revoluciona el culto en las iglesias
UCI, aulas, centros de vacunación... los templos se adaptan a la emergencia sanitaria
Una mujer mayor recibe la vacuna en la parroquia Santa Marína de Cañaveral (Cáceres)
Pese a que el barómetro del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) revelaba el pasado mes de enero que la pandemia no nos ha hecho ni más religiosos ni más espirituales, sí ha conseguido hacernos más solidarios.
Durante el año pasado, Cáritas Española logró movilizar ... alrededor de 65 millones de euros para atender las necesidades básicas de más de 1,4 millones de personas. Medio millar de estos ciudadanos pedían ayuda a esta institución de la Iglesia por primera vez. Las ONG vivieron además un tsunami de nuevos voluntarios que golpearon a sus puertas para tender una mano ante la peor crisis sanitaria y social de la historia reciente de España.
Un año después, la Iglesia sigue arrimando el hombro. La enorme recesión provocada por el parón económico ha obligado a todos los templos a adaptar sus actividades para poder seguir dando respuestas a las nuevas necesidades que van surgiendo.
Muchos sacerdotes han visto estos últimos doce meses cómo sus parroquias se han transformado en verdaderos centros socioasistenciales. Es el caso de la parroquia Nuestra Señora de la Peña y San Felipe Neri, en el madrileño barrio de Vallecas. Sus salones llevan meses convertidos en almacenes repletos de alimentos. «Nuestra labor social ha crecido exponencialmente por el aumento de la precariedad en un barrio fundamentalmente obrero. La vida parroquial se ha ampliado mucho, aporta más y está más presente en el barrio porque los vecinos tienen muchas más necesidades por la falta de empleo», comenta su párroco, el padre Jesús Pinto.
En otros puntos de España, los templos se han convertido en aulas e incluso hasta en una UCI para poder acoger a los enfermos graves de Covid-19. «En esta lucha estamos todos y hay que poner todos los recursos humanos y materiales que la Iglesia tiene a su disposición para poder ayudar», comenta el padre Roberto Rubio. Su parroquia Santa Marina en la localidad de Cañaveral (a 40 km de Cáceres) se ha transformado en el nuevo centro de vacunación del pueblo, todo un símbolo de esperanza para sus ciudadanos.
Mientras la pandemia sigue campando a sus anchas, la asistencia a misa sigue muy limitada. El CIS estima que cerca del 16 por ciento de la población –algo más de 8,4 millones de ciudadanos–, dedicaban la mañana del domingo para ir a misa antes de la irrupción del coronavirus. Un año después, la realidad es muy distinta. Los aforos en las iglesias siguen muy restringidos en todos los rincones de España.
«Están emocionados de recibir la vacuna en la parroquia»
Centro de vacunación en la parroquia Santa Marina de Cañaveral
Los bastones y las escaleras son una mala combinación para las personas mayores. El padre Roberto Rubio lo sabe muy bien porque cada domingo observa cómo sus fieles prefieren la rampa para acceder a su parroquia de Santa Marina de Cañaveral (Cáceres). La facilidad de los accesos y la amplitud del templo, le llevó a proponerlo como centro de vacunación a las autoridades sanitarias de este pueblo de apenas 1.1000 habitantes. «Ha sido una experiencia fantástica porque las personas mayores han visto cómo la Iglesia ha estado y sigue estando al lado de los que más lo necesitan», asegura el padre Roberto.
Cerca de un centenar de personas de la localidad fueron vacunadas en la parroquia la semana pasada con la ayuda de un médico, una enfermera y un grupo de voluntarios de Protección Civil. El amplio espacio del templo permitió organizar a los ancianos respetando la distancia de seguridad. «Conforme llegaban, los situábamos en una parte de los bancos de la Iglesia, donde esperaban relajados. Quien iba recibiendo la dosis pasaba a otra parte del templo para esperar 15 minutos por si les daba cualquier tipo de reacción», explica el sacerdote.
Muchas de estas personas llevan más de un año sin pisar la Iglesia debido a las restricciones sanitarias impuestas por el Covid-19. «Para muchos de ellos fue muy emocionante poder volver después de tanto tiempo y para recibir nada menos que la vacuna».
«No hemos puesto un gimnasio en la parroquia»
Un grupo de pacientes hacen ejercicio en la parroquia Espíritu Santo (Badajoz)
El padre Valeriano Domínguez Toro tuvo que avisar a sus feligreses que la parroquia del Espíritu Santo en Bajadoz «no se había convertido en un gimnasio». Fue lo primero que pensaron los vecinos cuando empezaron a ver en el patio de la iglesia, junto al santuario de la Virgen de Fátima, a varios grupos de personas que realizaban ejercicios físicos durante varios días a la semana. En realidad, el padre Valeriano no dudó en ceder este espacio al fisioterapeuta del centro de salud que funciona contiguo a la parroquia. Las restricciones sanitarias impuestas por el Covid obligaron al terapeuta a buscar un lugar más amplio para poder reunir a sus pacientes.
«Si la parroquia podía colaborar, no íbamos a cerrar las puertas. ¿De qué nos vale tener una parroquia maravillosa con un patio fantástico si no se utilizan?», comenta el sacerdote de 61 años, al tiempo que asegura que «no se puede mirar a otro lado cuando las cosas se ponen difíciles». Pese a que nadie presenta «el carnet de cristiano» para entrar en la parroquia, el padre Valeriano está convencido de que la Virgen de Fátima «les echa una mano a todos los pacientes».
«La capilla del hospital ahora es una UCI»
La capilla del Hospital Virgen de las Nieves en Granada tuvo que convertirse en una UCI
Al padre Diego Molina le pareció una noticia «muy triste» pero no dudó ni un minuto cuando la gerencia del hospital Virgen de las Nieves en Granada le comunicó en noviembre del año pasado que había que convertir la capilla del centro en una UCI ante el creciente número de personas hospitalizadas que comenzó a registrarse durante la segunda ola del virus.
«Me produjo mucha esperanza porque la capilla al final es cada una de las habitaciones en las que están los pacientes y lo más importante es la salud de los enfermos», asegura a este periódico el capellán de este centro hospitalario y párroco de la iglesia San Juan de Ávila, contigua al hospital.
Hasta la irrupción del virus, la sala donde funcionaba la parroquia había sido siempre uno de los lugares más concurridos del hospital, pero con la pandemia el trasiego de gente se redujo totalmente al quedar prohibidas las visitas a los enfermos.
Desde noviembre, en la antigua capilla se han podido salvar muchas vidas gracias a la instalación de catorce puestos para enfermos críticos. «La simple imagen de la iglesia llena de enfermos con sus respiradores, sedados y atendidos con todo el cariño y profesionalidad de los sanitarios me hacía imaginar que estábamos en un hospital de campaña , que la situación era mucho más grave de lo que podíamos pensar y por supuesto que todos debemos de unirnos para intentar frenar los contagios», afirma.
En sus seis años como capellán hospitalario, el padre Molina reconoce que nunca había vivido situaciones como las que le tocó pasar con el Covid-19. «He acompañado a muchos enfermos en la unidad de cuidados paliativos pero nunca había visto tantas personas fallecidas como en estos meses», comenta este sacerdote de 53 años. Durante el año de la pandemia, el padre Molina reconoce que los servicios sanitarios han aprendido mucho y muy rápido sobre cómo funciona este virus, lo que ha permitido humanizar la atención hospitalaria.
«Al principio la soledad de los enfermos era absoluta. Eso destruía a la familia y al enfermo. Ahora cuando una persona va a ser intubada puede entrar su familia para acompañarle y despedirse», explica el párroco, quien espera poder pasar página pronto para volver a rezar misa a los enfermos en su capilla .
«Los alumnos le han dado mucha vida a la parroquia»
Alumnos de 1º de la ESO van a clase a la parroquia Nuestra Señora de la Peña y San Felipe Neri
En la parroquia del padre Jesús Pinto nunca había habido tanto jaleo por las mañanas como en este curso escolar. Más de una treintena de alumnos de 1º de la ESO del colegio Ave María de Puente de Vallecas (Madrid) han tomado los salones parroquiales para poder recibir las clases de acuerdo a las nuevas medidas sanitarias impuestas por el Covid-19.
El colegio de las hermanas operarias del Divino Maestro es muy pequeño y al tener que dividir los grupos no tenían suficientes aulas. Ante esa falta de espacio, el padre Jesús no dudó en ofrecer a sus vecinas religiosas los salones de la parroquia Nuestra Señora de la Peña y San Felipe Neri para dar clases.
«Los alumnos han dado mucha vida a la parroquia porque se les escucha hablar y reír. Ver por las mañanas cómo aprenden es una verdadera bendición», asegura este joven sacerdote de 42 años, que ya se ha olvidado cómo era el silencio del claustro parroquial convertido ahora en el patio del recreo. «Tienen hasta jardín y fuente», comenta el padre Jesús, encantado con sus nuevos huéspedes.