La nueva fiebre del cannabis: un cultivo que crece bajo sospecha
La moda del cannabidiol (CBD, una sustancia no psicoactiva) ha disparado la producción del cáñamo, que ha pasado en seis años de ocupar 61 a mil hectáreas del campo español. El sector, que se rige por una ley de 1967, pide una nueva regulación
Cualquier turista que se pierda entre los montes y pastos de la pequeña aldea asturiana de Meluerda (Asturias) se quedará boquiabierto al encontrar unas cinco hectáreas de cannabis . Puede respirar tranquilo, no ha dado con ningún cultivo clandestino. Habrá llegado a Cáñamo Valley, la aventura empresarial de tres amigos que, tras el confinamiento, decidieron dedicarse a plantar cáñamo industrial con fines alimentarios, para producir aceite virgen extra, semillas y harinas integrales, entre otros. Como su labor genera mucha curiosidad, han empezado además a hacer visitas guiadas por la finca en las que cuentan las propiedades de la planta, sus beneficios medioambientales y cómo la trabajan ellos. «Viene a vernos, sobre todo, mucha gente que quiere entrar en el negocio», cuenta a ABC uno de los fundadores, David Cárcaba, que creó la empresa junto a Fernando Vela y Juan Bode.
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El interés por este cultivo y por el famoso CBD –el cannabidiol, un componente no psicoactivo de la planta de cannabis– es, desde luego, creciente. El Ministerio de Agricultura sacó en primavera una nota informativa en la que reconocía que la superficie dedicada al cultivo del cáñamo industrial se ha multiplicado por ocho en los últimos cinco años, pasando de 61 hectáreas en 2016 a 510 hectáreas en 2020, de acuerdo con los datos del Fondo Español de Garantía Agraria (FEGA). Organizaciones agrarias como Asaja estiman que, aunque la extensión es todavía pequeña, este año el crecimiento se ha acelerado hasta alcanzar las 800 o 1.000 hectáreas cultivadas. Como es un cultivo que agradece el clima cálido, gran parte de la producción se centra en Andalucía y el Levante, apunta Luis Miguel Santos, consultor del sector.
Un marco legal «complejo»
Sin embargo, el cultivo de este ‘nuevo oro verde’, recuerdan las autoridades, está sujeto a unas restricciones normativas que deben cumplir los agricultores para no acabar produciendo, en lugar de cáñamo con fines industriales, estupefacientes: es necesario, entre otros requisitos, utilizar semillas certificadas de especies inscritas en el Catálogo común de variedades de especies de plantas agrícolas de la Unión Europea, que tienen un contenido en el principio estupefaciente tetrahidrocannabinol (THC) no superior a 0,2 por ciento y destinar el cultivo solo a la obtención de fibra, grano o semillas. Recuerdan también, que las sumidades («cogollos») son siempre considerados estupefacientes y que, además, en el caso de los productos destinados a uso cosmético hay que cumplir una regulación específica.
El ‘boom’ de este cultivo ha obligado a la Guardia Civil a intensificar las inspecciones para evitar que, entre el cáñamo industrial, se cuelen estupefacientes. Antes, como este cultivo era marginal, prácticamente todo lo que encontraban era droga. «Además de las licencias con fines médicos que otorga la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios, la propia ley española de 1967 recoge como excepción el cultivo con fines industriales, que se entiende como el uso de tallos y semillas para crear harinas, aceites, piensos animales...», explica ABC el teniente Raúl Cabello, del Grupo de Drogas de la Unidad Técnica de Policía Judicial de la Guardia Civil. «Pero de repente surge el CBD, una sustancia no estupefaciente a la que se le atribuyen una serie de propiedades beneficiosas, como ocurrió con la fiebre del aloe vera. Y aparece un mercado y una demanda creciente. Esta sustancia se encuentra en toda la planta, aunque en mayor concentración en los cogollos. Si los uso para extraer CBD, aunque la plantación sea legal, estoy haciendo la trampa al final. Con la ley en la mano toda la planta se considera estupefaciente. ¿Tiene propiedades psicoactivas? En algunos casos no, de ahí las discusiones que corresponden a los tribunales».
Además de esta irregularidad, subraya Cabello, encuentran también casos de supuestas plantaciones de cáñamo industrial en las que luego hay plantas destinadas a otros usos o semillas que, cuando las analizan, contienen el adictivo THC. «En los últimos años, también han crecido las incautaciones de marihuana. Está de moda en España y en Europa».
José Luis Martín, abogado especializado en la regulación del cannabis y sus derivados, considera que la regulación en España «está desfasada». «Históricamente, el cannabis se consideraba materia de Derecho Penal. La Convención Internacional de Estupefacientes de 1961, trasladada al ordenamiento español por la ley de 1967, se enmarcaba en un contexto de lucha contra las drogas de abuso. Entonces, nadie pensaba que iba a haber este auge de los productos derivados de cannabinoides no estupefacientes como el CBD».
Al abrigo de este éxito, han surgido empresas como Profesor CBD, que comercializa derivados del cannabis en internet. «El proyecto nació en 2018 a raíz de un problema personal. Mi madre superó un cáncer, no podía tomar antiinflamatorios y yo, que estaba viviendo en Australia, empecé a investigar qué podía ayudarla. Comenzamos con productos europeos pero ya trabajamos con marcas propias. El año pasado crecimos un 117 por ciento y superamos el medio millón de euros en facturación. Para el sector del CBD en España también se prevé un incremento brutal, del 300 por ciento en los próximos doce meses», cuenta Borja Iribarne, fundador de la marca.
Lo que más venden, reconoce, son aceites y cosmética. «Hay mucha gente que ingería aceite de CBD y que ahora se extraña al ver que se lo vendemos como cosmético, porque desde que cambió la legislación no podemos ofrecerlos como productos de consumo humano. Y eso sí, cumplimos la ley a rajatabla», insiste, pese a que considera que, en muchos sentidos, hay un vacío legal «brutal». «Por eso, tampoco podemos vender derivados del CBD asegurando que van a quitar el dolor a la gente. No somos personal sanitario, por eso nos limitamos a recoger en nuestra web estudios o experiencias de gente a la que sí le ha venido bien el CBD». Además, presume, realizan analíticas periódicas a sus productos que están a disposición de sus clientes. Profesor CBD cuenta con productores propios que cultivan en nuestro país: «Y eso que nuestros cultivos son vulnerables por dos motivos: primero, porque la gente no entiende la diferencia entre el cáñamo y la marihuana y sufren robos. Además, el cáñamo no está bien visto por la administración y tienen una presión potente. Algunos han cerrado sus cultivos por miedo».
Además de estas nuevas empresas, marcas conocidas del mundo de la cosmética como The Body Shop, Sephora o La Chinata se han sumado a esta moda con productos específicos. «Hay un ‘boom’ del CBD, así que nos pusimos a investigar las propiedades de esta sustancia, que a nosotros nos encaja con nuestra filosofía empresarial de trabajar con productos de origen natural. Decidimos no arriesgar demasiado y sacar, en primer lugar, un aceite de cáñamo», plantea Fernando Oliva, director general de La Chinata. «Aunque en España el aceite solo está aprobado para uso tópico, mucha gente lo ingiere, así que cambiamos la formulación para que fuera más agradable. Tuvo una gran aceptación y hemos lanzado también una crema y un sérum con CBD», destaca este ejecutivo, que afirma que la moda se nota también en el precio de las materias primas.
«Cuando hablamos de derivados del cannabis, no podemos olvidar que hay además una doble barrera de entrada, la regulación del producto y la normativa sectorial. Y ahí ya entramos en otra esfera distinta. A veces, hay productos que se venden como CBD pero en realidad, al ver su formulación, ves que hay más marketing que otra cosa», sostiene el letrado José Luis Martín, convencido de que hace falta una legislación «integral» de la sustancia, que debe ir acompañada de una apuesta por la pedagogía social que no confunda la regulación con el fomento del consumo.
Un mercado aún virgen
Por ahora, la normativa más clara en relación al cannabis es la de los cultivos para fines medicinales o de investigación, apunta este experto. La Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios es la encargada de otorgar estas licencias. Actualmente, hay ocho empresas autorizadas para producir cannabis con fines médicos o científicos –Bhalutek Sens, Cannabassa Agro and Pharma, Cafina, Linneo Health, Medalchemy, Medical Plants, Naturhemp y Olis4Cure– y catorce más que pueden trabajar en el ámbito de la investigación. «Ha habido un salto cualitativo. En julio del año pasado apenas había ocho licencias y ahora superan las veinte. Cada vez hay más proyectos con mejores perfiles. Linneo Health, que es la pionera, ya está importando productos, el resto estamos produciendo lotes de validación, que es el proceso que hay que seguir antes de que te den autorización para exportar a otros países», cuenta Íker Val, director de operaciones de Bhalutek. El negocio ya ha despertado también el interés de empresas extranjeras. Hace apenas unas semanas, Curaleaf, multinacional estadounidense líder de productos de cannabis, compró EMMAC, propietaria de Medalchemy.
«El mercado europeo del cannabis medicinal aún es pequeño; el consumo ronda las treinta toneladas. La aplicación médica o terapéutica depende mucho de la regulación de cada país, por eso al menos hará falta una década para que se convierta en un producto generalizado y accesible», concluye Val. «La falta de regulación hace que perdamos también otras oportunidades de negocio con el cáñamo. En Extremadura, por ejemplo, una veintena de organizaciones hemos creado el polo tecnológico del cáñamo. La región produce el 98 por ciento del tabaco, y busca cultivos complementarios que los sustituyan. El problema de estos usos industriales es que hacen falta plantas transformadoras que requieren una inversión fuerte».