Doscientos días de lucha desesperada por salvar una vida
«Muchos saben que el virus mata, pero no se habla tanto de las secuelas»
Una médico intensivista del hospital Puerta de Hierro narra la larga batalla por la vida de dos de sus pacientes de la UCI. Javier cumple hoy doscientos días ingresado y su salida aún está lejos. Enrique volvió a casa a los 169 días con una larga recuperación por delante
J. F. Alonso y Álvaro Ybarra
La doctora Inés Lipperheide (Bilbao, 1982), intensivista de la UCI del hospital Puerta de Hierro (Majadahonda, Madrid), vio por primera vez a Javier Vicente González a las nueve de la noche del 7 de abril. Javier llevaba siete días en la UCI ... del Hospital Fundación Alcorcón, pero no mejoraba. Al contrario. El doctor Algora, jefe del departamento, creyó que el ventilador que estaban utilizando no era suficiente y que el enfermo necesitaba un equipo ECMO (Centro de Oxigenación por Membrana Extracorpórea) que allí no tenían. Buscó una solución en el grupo de WhatsApp que había creado días atrás el doctor Miguel Sánchez , su colega del hospital Clínico, bautizado con el nombre de Tetris, para intercambiar información de plazas libres en cada UCI. Y hubo suerte. Había una cama disponible en el Puerta de Hierro. Y un ECMO. Este domingo se cumplen doscientos días desde que Javier Vicente vive en una UCI, siete en Alcorcón y 193 en el Puerta de Hierro, donde celebró su 50 cumpleaños. Es una de las estancias más largas de pacientes Covid-19 que se conocen en España.
Cuando llegó la hora de especializarse, Inés Lipperheide, que estudió en Madrid, optó por cuidados intensivos en el Puerta de Hierro. Allí estuvo en su etapa de formación, de 2008 a 2013, y allí se quedó con un contrato de guardias hasta que llegó el virus. En marzo le hicieron un contrato a tiempo completo y en junio se lo ampliaron al menos hasta el 31 de diciembre. «A la UCI siempre van los pacientes más graves –dice–, pero no tantos en tan poco tiempo, a eso no estaba acostumbrada». Como a casi nada de lo que vino después. «Si llegas a casa y tienes marido e hijos puede ser un poco más fácil, pero en mi caso no es así. Trabajas muchas horas y en casa estás sola. Ese tiempo era tremendo. Echas de menos el cariño, un abrazo, un beso, que te consuelen. Creo que las personas que vivimos solas lo hemos notado mucho. Para estar así en casa, lo que hacía era volver al hospital. Mi familia han sido mis compañeros de la UCI, en los que ves reflejado que sentimos lo mismo». Su primer fin de semana libre desde final de febrero fue el del 4 de julio. La primera vez que vio a sus padres fue el 10 de mayo, para celebrar su cumpleaños, en un jardín y en mesas separadas.
La noche que rondó la muerte
El viaje de Javier entre la vida y la muerte es el relato de una pesadilla. Al llegar al Puerta de Hierro tenía graves dificultades respiratorias y hemodinámicas, de arritmias y tensión. En la UCI le pusieron –además del ventilador– un dispositivo ECMO más de un mes, y así ganaron tiempo para que el pulmón curara. «En varias ocasiones pensé lo peor –continúa Lipperheide–. El 23 de abril la guardia fue muy complicada. Estuvimos toda la madrugada a pie de cama con él, con arritmias cardiacas, el ECMO que no cumplía, el oxígeno que no fluía bien, el corazón que fallaba. Aquella noche teníamos tres pacientes muy malos a la vez y nos rondaba una terrible sensación».
«Trabajas muchas horas y al volver a casa sola echas de menos el cariño, un abrazo, que te consuelen»
Y, sin embargo, amaneció un nuevo día. Y otro más. En junio le despertaron. Había perdido unos cuarenta kilos, muy visibles a pesar de que Javier –en su vida anterior– era un hombre grande y fuerte. Ahora sigue en la UCI, con la «libertad» aún muy lejana. «Hemos conseguido con los fisioterapeutas que llegue con los brazos a la cara y que mueva los pies. Sentado, mueve las rodillas hacia adentro, pero no se puede poner en pie. Necesita además una terapia de oxígeno extra. Estamos en la fase de cerrarle la traqueotomía para que pueda volver a respirar por la nariz, pero en ese proceso solo llevamos una semana», relata la doctora. El pasado martes comió por primera vez algo sólido, un yogur de limón. «El objetivo es llegar a la tortilla de patatas», bromea.
Los pacientes con largas estancias en la UCI, dormidos y completamente paralizados, pierden mucha masa muscular, dice Lipperheide. La falta de movilidad en las cuatro extremidades les exigirá meses de rehabilitación. Suelen tener secuelas respiratorias, con una capacidad pulmonar disminuida. «Muchos saben que el virus mata, pero no se habla tanto de las secuelas, una vida con oxígeno domiciliario, o con movilidad limitada. Vemos fibrosis pulmonares y bullas o espacios de pulmón roto. Y podemos ver complicaciones, como los trombos, porque esta enfermedad favorece la coagulación».
Un despertar complicado
Y, como otro capítulo de esa pesadilla, al despertar también son frecuentes componentes de delirio. No fue el caso de Javier, pero sí el de Enrique López, de 48 años, con 169 días en la UCI.
«Su despertar fue muy complicado. El delirio ha sido un componente difícil de manejar porque no podía ayudarnos con la recuperación. Pensaba que le atacábamos, que queríamos hacerle daño. Quería morirse. En esas situaciones hay que explicarles una y otra vez dónde se encuentran, qué ha pasado. Se suelen ver aprisionados. Se arrancan las vías. Al cabo de un tiempo, su recuperación motora ha sido mejor. Comenzó a colaborar con los fisioterapeutas, y llegó a ponerse de pie en la UCI».
Enrique, profesor de Filosofía, ingresó en el hospital Puerta de Hierro el 2 de abril. Ha estado grave mucho tiempo. Parecía que avanzaba, pero volvía atrás. Y luego el despertar, el delirio. Y, mucho después, la mejoría. Le quitaron definitivamente la traqueotomía el día de su cumpleaños, el 15 de septiembre. En ese momento supo que iba a salir de la UCI unos días después. Empezó a ir al gimnasio. Aún no puede caminar, solo mantenerse en pie con ayuda. Le dieron el alta el 17 de septiembre. Está en casa con oxígeno, en silla de ruedas, y va a rehabilitación todas las tardes.
La caverna de Platón en la UCI
Enrique sabe que ha aguantado, pero que habrá un antes y un después en su vida. «Creías que ibas a fallecer, y luego te decías que eso no podía pasar. Llegabas a casa y pensabas: ¿y si lo que he hecho no ha sido suficiente?», se preguntaba Inés Lipperheide. Podría ser una duda filosófica para el profesor Enrique López, que, cuando llegaron las noches de calma, daba alguna clase a los residentes. En la UCI del Puerta de Hierro se ha hablado del mito de la caverna de Platón, de las ataduras de la realidad.
Y la realidad era (y aún es) terrible. En el peor momento de la primavera funcionaban 64 camas UCI en un hospital cuya capacidad normal es de 17, según explica Juan José Rubio, jefe de servicio de la UCI Médica. «Habilitamos camas en cardiología, en anestesia, en los quirófanos; incluso hicimos un mini-Ifema. Ahora tenemos 27 camas UCI, trece de ellas de enfermos Covid, y solo una plaza libre. En este momento estamos en una situación aceptable, pero tememos que el invierno y la gripe mezclados con el repunte del Covid pueda ser complicado».
En aquella primera ola llegó Salvador Espinosa, de 58 años, médico del Summa y profesor en la Universidad Francisco de Vitoria, con insuficiencia respiratoria grave, intubado el 24 de marzo, según recuerda l a anestesista Paula Rey Jiménez. Se había contagiado durante una guardia en la calle y le trasladaron del hospital de Arganda, donde no había camas, al Puerta de Hierro. Salvador estuvo algo más de 24 horas boca abajo, una estrategia útil para mejorar la respiración; en la UCI hasta el 6 de abril, y en total 46 días hospitalizado. Aún no se ha recuperado de los problemas de respiración, no es el que era.
Paula y muchos otros médicos y enfermeras tampoco son los que eran. Su madre, de 67 años, se fue a Mérida, donde ha vivido estos meses sin pasar por Madrid ni ver a su hija. Dice la doctora Rey que una conocida ha perdido a sus dos padres por el Covid, y que quizá fue la hija la que les transmitió el virus. «Si me pasa a mí, no hubiera sido persona nunca más». Ahora queda a veces con amigos, pero solo en espacios abiertos. Lo mismo que la doctora Lipperheide. «Todos los pacientes que hemos visto en la planta tenían miedo, sensación de muerte inminente. Esas personas, sus familias y el personal sanitario tenemos una visión que no tiene el resto de la gente. Yo sigo teniendo mucha precaución, no voy a restaurantes, y con mis padres he estado tres días desde agosto».
La lucha continúa para Salvador, Enrique y Javier, que sueña con la tortilla de patatas y con ir a su tierra, Zamora. Ya bromea mientras trata de ganar un centímetro a la inmovilidad. Los médicos suelen decir que si un paciente se doblega ante la enfermedad o se rinde, todo es más difícil. No es el caso. Uno de estos días, Javier Vicente, que estudió Derecho aunque no ejerce, le dijo a la doctora Inés Lipperheide: «Para demostrar que eres familia tienes que convivir con una persona seis meses; por lo tanto, tú y yo somos familia».
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