ABC Las mil caras de la mentira
Suscríbete
Enfoque

Las mil caras de la mentira

Los expertos aseguran que la mentira siempre ha existido y que es una conducta aprendida. Para que los mentirosos triunfen se necesita gente dispuesta a creerles. Los embustes son, además, un arma política. Lo que está claro es que no es un acto sin propósito. Y también existe el ‘efecto Pinocho’

Silvia Nieto
La mentira es un fenómeno universal ABC

Como a ser simpático, mostrarse formal o preferir el silencio de los reservados, a mentir también se aprende en la infancia. «Cualquier comportamiento se desarrolla porque es útil. Esto incluye pensamientos, emociones y conductas. Si mintiendo se obtiene algo, la mentira se repite en el futuro», explica Iván Chamizo, del Centro de Psicología Aplicada de la Universidad Autónoma de Madrid. «En un momento puntual, todos podemos mentir, y eso no es algo necesariamente malo, porque puede ayudarnos en algunas situaciones. Sin embargo, si es algo repetitivo y se mantiene a largo plazo, puede llegar a perjudicar a la persona y su ambiente próximo», añade Andrea Collado Díaz, psicóloga de la misma institución.

«El cien por cien de los mortales miente –resume la especialista Míriam González, vocal del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid–. Es un fenómeno universal».

La mentira pertenece al debate público. Es frecuente que los políticos se acusen entre sí de cometer esa falta, o que los ciudadanos califiquen de mentirosos a los responsables de gestionar el país. Como si fuera otra pandemia, se acepta la idea de que para frenarla hay que establecer restricciones y medir su impacto. En una iniciativa inaudita, ‘The Washington Post’ decidió contar las mentiras que había dicho el expresidente de Estados Unidos Donald Trump. El periódico calculó que había articulado alrededor de 30.000. La palabra ‘fact checking’ (comprobación de hechos) también está de moda en los debates sobre periodismo. Por ejemplo, la agencia AFP ha puesto en marcha AFP Factual, una página dedicada a denunciar «informaciones potencialmente dudosas». El fenómeno vive su auge en la edad de las ‘fake news’ (las noticias falsas), la amenaza que ha llevado al Gobierno de España a abrir su cuestionada Comisión Permanente contra la Desinformación. El llamado ‘Ministerio de la Verdad’.

Arma política

«En política, la mentira existe desde que hay datos, en la Edad Antigua, y también en el presente. No solo por motivos filosóficos, sino además estratégicos y tácticos», señala Francisco Collado, politólogo y profesor de la Universidad de Málaga. «Cuando se piensa en los gobernantes antiguos, por ejemplo, en los de la Edad Media, muchas personas creen que los reyes de entonces eran más ecuánimes, justos y sinceros, pero eso es un autoengaño. Es muy difícil imaginar un escenario histórico en el que la mentira no exista en la vida pública», asevera.

Los resultados de las investigaciones son paradójicos. El politólogo canadiense André Blais concluyó en 1999 que la mayoría de la gente creía que la honestidad era el valor político más importante –por encima de la libertad, la igualdad o la compasión–, pero la mitad también creía que era apropiado no decir toda la verdad para librarse de un apuro. El 45 por ciento de los encuestados se mostraba dispuesto a mentir para proteger a un amigo. Lo cierto es que el progreso no ha logrado que la sinceridad disfrute de mejor salud. La psicóloga estadounidense Bella DePaulo recuerda que los pensadores y moralistas han denunciado desde tiempos remotos la corrupción de sus sociedades, reproduciendo un lamento que cruza los siglos sin encontrar consuelo. «La gente nunca dejará de mentir –resume en su libro, ‘The Psychology of Lying and Detecting Lies’–. Algunas personas mienten menos que otras, y es posible que las tasas totales de mentira cambien con el tiempo. Pero los engaños no acabarán nunca».

«Vivimos en una democracia representativa, y la mentira también se puede entender como una definición variable de la realidad según la postura ideológica. Cada partido ofrece su perspectiva y su propia justificación de sus actuaciones», añade Collado. «En política, otros motivos para mentir son los tácticos y electoralistas. Un politólogo ya fallecido, Giovanni Sartori, diferenciaba entre el diagnóstico de un médico y un político. Si el médico te miente, está actuando inmoralmente. En cambio, si un político pretende decirte al cien por cien los resultados de una acción pública de cara al futuro, esa mentira es moralmente peor, porque predecir ese desenlace es imposible», explica. «En definitiva, lo mejor para el político es no dar nada por sentado. Que siempre tenga la posibilidad de que sus decisiones puedan cambiar, porque la realidad, el contexto y las circunstancias son siempre cambiantes».

Beneficio y supervivencia

Para el ser humano, huir de la verdad parece un impulso casi irreprimible. Un estudio del Instituto Josephson determinó en 2012 que los alumnos estadounidenses eran cada vez más honestos, aunque la mejora se producía en un escenario muy alejado de la perfección moral. Según los datos, el 51 por ciento admitía que había copiado en un examen, frente al 59 por ciento de 2010. Las cifras eran altas, pero no animaban a la autocrítica. De hecho, el 81 por ciento pensaba que su capacidad para hacer lo correcto era superior a la de sus personas más cercanas. Por si fuera poco, dos investigadores de la Universidad de Colonia concluyeron en 2019 que basta con que haya un mentiroso para que los embustes comiencen a expandirse en un grupo. Datos que suele dar a conocer el psiquiatra Pablo Malo en su perfil de Twitter.

«Un estudio afirma que mentimos casi diez veces la primera vez que conocemos a alguien, para conseguir que la persona que tenemos enfrente quiera relacionarse con nosotros», detalla González. A cada sexo le mueven propósitos distintos: «Los hombres intentan parecer más ricos, poderosos e inteligentes, y las mujeres procuran demostrar que los demás les importan más de lo que realmente lo hacen, por esa cuestión biológica y cultural de que es la responsable del cuidado», describe. No todos son iguales: «Están los mentirosos profesionales, que persiguen un objetivo específico; los naturales, que no diferencian si lo que han dicho es verdad o mentira, y los ocasionales, que buscan protegerse a sí mismos o a los demás». Aunque apenas perceptibles, hay pequeñas señales de que alguien oculta algo: «Por ejemplo, existe el ‘efecto Pinocho’: cuando mentimos, aumentan el riego sanguíneo y la temperatura de la nariz».

«Los hombres intentan parecer más ricos e inteligentes, y las mujeres demostrar que los demás les importan más de lo que lo hacen»

Desde luego, mentir no es un acto ingenuo. «Cuando se miente, se persiguen varios objetivos: por un lado, uno agradable, como conseguir la atención de una persona; por otro, justificar una conducta, como si llegas tarde y dices que es porque has perdido el tren y no porque te has quedado dormido. También se puede mentir para hacer feliz al otro», indica Chamizo. La función crea el órgano. Para que existan mentirosos, tiene que haber sujetos –autoritarios, evasivos o deseosos de recibir halagos– con ganas de escuchar embustes. «Si diciendo la verdad obtengo un castigo –señala Collado Díaz–, provoco que una persona me trate mal o incluso que me agreda, utilizaré la mentira para evitar el rechazo social».

Al igual que la paranoia, la mentira florece en los países donde la libertad es una hoja marchita. Con el título ‘Mentir o morir’, la Unión Europea lanzó en 2017 una campaña para alertar sobre la persecución de los homosexuales en Chechenia. «Uno de los objetivos de la mentira es preservar la intimidad –puntualiza Chamizo–. El tema de la homosexualidad es muy interesante. Nuestra sociedad sigue castigando muchas ideas, conductas o incluso nuestra orientación sexual. Si yo mismo recibo un castigo cuando la expreso o veo que lo recibe alguien que puede relacionarse conmigo o identificarse con mis valores, tenderé a mentir para evitarlo y preservar mi intimidad». Para la comunidad gay, los corsés se desataron en los 90, cuando el ‘outing’ (salir del armario, declarase homosexual) se convirtió en un acto cada vez más frecuente. No ocultar las afecciones psíquicas, a menudo disimuladas por quienes las sufren, parece su equivalente de hoy en día. «Si validamos el malestar que experimentan las personas, facilitaremos hablar sobre salud mental y reduciremos el estigma de estos problemas», indica Collado Díaz.

Dante recluye a los fraudulentos en el octavo círculo del infiernoWILLIAM BLAKE

Aunque extendida, la mentira no goza de popularidad. Dos grandes religiones, el judaísmo y el cristianismo, la condenan en el Decálogo. El Evangelio de San Juan denuncia que el diablo es su padre. En la ‘Divina Comedia’ (s. XIV), Dante recluye a los fraudulentos en el octavo círculo del infierno. Los escritores se han interesado por el horror de su uso más patológico. Lo hizo Emmanuel Carrère en ‘El adversario’ (2000), donde narra la vida de Jean-Claude Romand, un hombre que mató a su familia para no ser sorprendido en su laberinto de embustes. Parece que lo mejor es evitarlos: «Se pueden entrenar habilidades sociales que permitan enfrentarse a las situaciones sin decir mentiras. A no poner excusas, sino tener una respuesta asertiva», recomienda Chamizo. Se aprende a mentir de niños, pero decir la verdad es cosa de adultos.