Mallorca vuelve a ser alemana: envidia por dentro, hospitalidad por fuera

La isla se abre al turismo con la llegada de más de 40.000 turistas germanos en Semana Santa entre la necesidad económica y el malestar por las restricciones a los residentes

El operario de mantenimiento del hotel RIU Concordia prepara la piscina ante la llegada de los turistas alemanes REPORTAJE GRÁFICO: ALBERTO VERA

Al turista alemán se le localiza fácilmente en Mallorca tras la nube de fotógrafos y cámaras. Se ha convertido estos días en una rara avis, una especie humana que ha despertado el interés de la prensa por el sentimiento de envidia y gratitud a partes ... iguales. Desde que Alemania sacó a las Islas Baleares de la zona de riesgo, no han parado de aterrizar vuelos de Fráncfort, Dusseldorf, Múnich... Vienen a darse un respiro. Mientras tanto, los residentes se conforman con comer los ‘robiols’ y ‘panades’ –especialidades típicas de Pascua– sin poder salir de su región y con la prohibición de juntarse con amigos y familiares en casa. La envidia va por dentro. Y la hospitalidad, por fuera. Porque la llegada de estos 40.000 en turistas esta Semana Santa supone una inyección económica a Baleares, la comunidad autónoma que más se ha empobrecido desde que estalló la crisis del coronavirus y que ha sufrido un descalabro del 23% del PIB.

A Son Sant Joan llegan 266 vuelos en los días previos a la Semana Santa. El aeropuerto registra puntuales colas y concentraciones de pasajeros, que deben mostrar su prueba negativa de coronavirus. Los autobuses públicos han multiplicado las frecuencias a la Playa de Palma y ahora pasan cada 20 minutos destino a la Playa de Palma. En apenas 15 minutos llegan al paraíso: sol, playa, terrazas, vacaciones.

Son las diez de la mañana en el Arenal, ese apéndice territorio germano. En el paseo marítimo pasean bicicletas y las terrazas sirven las primeras cervezas. Una estampa tranquila, lejos de aquellos tiempos de fervor. Una pareja joven arrastra la maleta rumbo al hotel huyendo de los periodistas: «No hacemos nada malo. Llevamos un año trabajando y nos apetecía venir a Mallorca para desconectar unos días», se excusan incómodos por saberse en el punto de mira.

Equilibrio entre economía y salud

Es difícil el equilibrio entre economía y salud. El conseller de Turismo, Iago Negueruela , ya ha advertido de que tienen que cumplir las mismas restricciones que los residentes. No pueden compartir habitación núcleos familiares distintos. No pueden sentarse en el vestíbulo, ni usar la piscina a partir de las cinco, ni el gimnasio, ni el jacuzzi, ni el bar interior. Hay toque de queda a las diez de la noche. «Pero a nosotros nos da igual. Venimos a disfrutar del sol y la playa. A tomarnos un helado, pasear y sentarnos a leer en una terraza», responden mentalizados de todas las normas.

Las reservas se dispararon un 500% en Baleares desde que Alemania abrió la mano a viajar a Baleares pero apenas el 11% de los hoteles han reabierto, sólo 21 en la Playa de Palma. Muchos otros llevan clausurados desde octubre de 2019 cuando acabó la temporada de verano sin visos de la hecatombe que vendría meses después.

Rocío, empleada del hotel RIU:«Estoy contenta de que se reactive el turismo, muchas familias dependemos de él»

El RIU Concordia subió la persiana este jueves después de siete meses cerrado. El aumento exponencial en las reservas les ha permitido abrir también el Playa Park en la misma zona de El Arenal. Las agendas están al 40%, mientras el RIU Festival, abierto desde junio de 2020, ha pasado del 37% al 68% en sólo cuatro días.

Vivir del turismo

La hotelera ha recuperado del ERTE a más de 200 trabajadores, aunque las plantillas aún no están completas. Rocío es una de ellos. «Estoy contenta de que se reactive el turismo, esperemos que este empiece a levantar porque muchas familias dependemos de esta industria», sostiene detrás de un metacrilato en la recepción del Concordia.

Ella y su compañera limpian la barra cada hora y controlan la temperatura de cualquiera que entra al hotel. «¿Ves? Tienes 36,5», muestra indicando una cámara térmica que vigila también si llevamos mascarilla. Los protocolos son estrictos y están interiorizados . El suelo está lleno de flechas que indican el sentido y las distancias de seguridad; hay gel hidroalcohólico en cada puerta, en cada ascensor; en las habitaciones ya no hay folletos y no sólo se limpian, se desinfectan con un virucida. «Usamos tres trapos de diferentes colores para la terraza, dormitorio y baño. Cada vez que sale un cliente, se ponen en cuarentena tres días, y si no es posible, viene un experto vestido como un ‘cazafantasmas’ y se nebuliza», explica una de las limpiadoras mientras pasa la fregona a destajo.

Hoy para cenar hay pollo jamaicano, quesadillas, fajitas y otros platos internacionales. José Jiménez es el jefe de cocina del hotel y prepara con ilusión su primer servicio. Son siete en cocina, antes de la pandemia eran 15. Si sigue bien la cosa, irán incorporándose tres o cuatro más.

Uno de los privilegios para los turistas es que pueden cenar en el restaurante . La hostelería en Baleares sólo abre las terrazas y está cerrada a partir de las cinco de la tarde, así que el único plan para los residentes es la comida para llevar o cocinar en casa. «¡Pero en algún sitio tienen que alimentarse los turistas!», exclama José.

Las reservas se dispararon un 500% en Baleares desde que Alemania permitió los viajes

La terraza está casi a punto. Un jardinero poda las plantas, el operario de mantenimiento limpia la piscina y coloca milimétricamente las hamacas de dos en dos y separadas del siguiente par. Cada vez que se levante un cliente, se desinfectará la tumbona. «Nos adaptamos a las circunstancias; a pesar de las restricciones, el servicio no se resiente. Estamos contentos de poder abrir», reconoce Sergio Navarro, director del RIU Concordia , que tiene buenas expectativas.

La incertidumbre choca con la euforia de los turistas. La Mallorca estricta es mucho mejor que su Alemania blindada. «Lo mejor es que a la vuelta no tenemos que hacer cuarentena», reconoce Maya, que está dispuesta a pagar una PCR o un test de antígenos a cambio de disfrutar de un tiempo de relax. ¿Y si das positivo? «Bueno, pues nos quedamos aquí y alargamos las vacaciones».

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