Muñecas, magia y triciclos: así llegaron los juguetes a las casas de los españoles
Con la apertura de florecientes fábricas en Ibi y Onil y la iniciativa de familias como los Borrás, los Palouzié o los Berbegal, la industria juguetera española se consolidó a lo largo del siglo XX
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Iniciar sesiónCon una pequeña carroza al estilo del XVIII, el futuro militar Pedro de Alcántara posa para Goya sentado sobre un cojín. Su rostro infantil refleja la luz blanca de una conciencia todavía sin mácula. Retratado en ‘ La familia de los duques de ... Osuna y sus hijos ’ (1787), el cuadro es uno de los más delicados del maestro aragonés , la prueba de que los juguetes siempre han sido el bien más preciado de los niños, aunque la mayoría no los disfrutaran hasta el comienzo del siglo XX. «Su fabricación en España se empezó a modernizar entonces, pero el ‘boom’ no llegó hasta la Primera Guerra Mundial, cuando las asociaciones nacionales vieron una oportunidad de mercado porque Francia, Alemania y el Reino Unido, los principales productores, estaban en conflicto», cuenta el investigador Juan Hermida , que acaba de publicar ‘P.B.P. Del Mecano y Monopoly a Star Wars (1891-1984)’. Más de cien años después, se trata de un sector que sigue muy vivo. «En España, hay 220 empresas jugueteras, con una facturación de 1.600 millones de euros, un empleo directo de 4.500 personas y uno indirecto de 20.000, sin contar el transporte y la comercialización», detalla José Antonio Pastor , presidente de la Asociación Española de Fabricantes de Juguetes (AEFJ), que incide en que los Reyes no van a extraviarse en 2022 pese a los malos augurios. «Con el 90 por ciento de la campaña lista en octubre, no se puede hablar de desabastecimiento», subraya.
Condicionado por el clima y el descenso de la natalidad, el mercado del juguete en España posee sus propias particularidades y una agenda de desafíos a los que enfrentarse. «La campaña de Navidad concentra el 70 por ciento de las ventas, porque pesa mucho la festividad de Reyes, en la que el juguete es el protagonista», comenta Pastor. «En los países del norte, solo es el 50 por ciento, porque las ventas son más estables donde hace más frío; por ejemplo, en el Reino Unido se compra una media de 44 juguetes por niño al año, mientras que en España solo son nueve o diez», explica. Se trata de una observación que comparte Enric Borrás , bisnieto de Agapito Borrás, el fundador de una empresa con una tradición que abarca desde el célebre higrómetro -un ingenio que predice el tiempo que va a hacer el día siguiente- hasta las famosas cajas de magia. «El gasto por hogar y niño es mucho menor que en Francia, que está al lado, y depende de dos semanas, pues la gente no empieza sus compras hasta el puente de la Constitución», resume. Son las mismas fechas en las que las cartas a Sus Majestades de Oriente desbordan los buzones.
Un milagro alicantino
Aunque la Epifanía es una de las celebraciones más importantes para los cristianos -la Adoración es un motivo pictórico de una gran belleza , recurrente desde el románico y tratado en 1619 por Velázquez -, las cabalgatas de Reyes Magos solo se empezaron a popularizar en España partir del siglo XIX. Gracias a la revolución industrial, el juguete saltó desde los hogares de las familias más pudientes -donde los niños frecuentaban la calle menos que sus contemporáneos de las clases populares- a los del conjunto de la sociedad. El ingenio de un hombre, que se retiró a su pueblo natal tras diez años de servicio en la Guardia Civil, contribuyó a que los regalos se volvieran más accesibles para todos.
Los niños juegan, pero de otra forma, y hay otros regalos que no son juguetes y antes no existían. La manera de jugar ahora es más tecnológica
Luis Berbegal
Director de Injusa
«En la década de 1870, Ramón Mira regresó a Onil , donde la gente se dedicaba a la alfarería porque había una arcilla de muy buena calidad», empieza Marcos Pardines , concejal de Turismo de la localidad alicantina y responsable del Museo de la Muñeca. «Se trataba de un artista que sabía dibujar, pintar y esculpir, y decidió dedicarse a fabricar unas pequeñas muñequitas de barro para luego comercializarlas por las ferias de los alrededores, cosechando mucho éxito y viendo un filón de mercado», añade. Para hacerlas más resistentes, desarrolló una masa a la que llamó gacha, menos frágil que el material que utilizaba hasta entonces. «Cuando murió, un matrimonio adinerado del pueblo, Eduardo Juan y Agustina Mora , le compró la fábrica a su mujer y creó la primera industria de muñecas, llamada Eduardo Juan y Cía», resume. Lo que vino luego fue el éxito: «Consiguieron vender un millón de muñecas en 1905 y se convirtieron en proveedores de la Casa Real, mejorando la pasta inventada por Mira y añadiéndole cartón».
Esa pujante industria, que sentó los antecedentes para que en 1957 naciera Famosa -el acrónimo de Fábricas Agrupadas de Muñecas de Onil Sociedad Anónima- y vieran la luz juguetes tan queridos como Nancy (1968), Barriguitas (1969) o Nenuco (1977), solo fue un atisbo de la cumbre. Sin perder de vista a lo que hacían sus vecinos, los habitantes de Ibi, un pueblo cercano donde se creaban utensilios para la venta de helados, se interesaron por ese próspero negocio. La curiosidad alcanzó a los Payá , primos del matrimonio de Onil y dispuestos a reproducir su triunfo. «Allí empezaron a trabajar la hojalata para hacer juguetes», resume Pardines.
Son años de vértigo. Otras familias, como los Palouzié , Borrás y Poch , también se hicieron un nombre en la industria juguetera en el umbral del cambio de siglo. «Al principio, mi bisabuelo empezó vendiendo puzles y cubos rompecabezas», explica Borrás. «Hay juegos de la oca de 1912, donde algunas piezas son de yeso, llevan plumas y están pintadas», añade el descendiente, ahora al frente del Museo-Archivo Manuel Borrás , en el que se guarda una abundante colección de juguetes y otros documentos sobre su familia. Sus antepasados no se conformaron con esos logros. Mediante la compra de licencias, su abuelo introdujo en España el ‘Monopoly’, y su padre, el ‘Scrabble’ y el ‘Twister’. Todos se podían adquirir en los bazares, un tipo de comercio que ha desaparecido casi por completo en España.
Guerra y paz
Como ocurrió con la política, la economía o la cultura, el golpe de la Guerra Civil supuso un punto de inflexión para la industria española del juguete y las tradiciones que la rodeaban. En zona republicana, el Día de Reyes fue sustituido por la Semana del Niño , una festividad despojada de fondo religioso. Por necesidades de la contienda, las instalaciones de los Payá en Ibi se empezaron a utilizar para fabricar armamento, en un triste giro que resume bastante bien esos años de atraso y violencia. «Hasta entonces, el juguete más importante que había en España era el Meccano , que había nacido en 1907 y era visto con sumo agrado por los padres, porque estaba muy bien hecho: tenía las esquinas redondeadas y permitía que los niños tuvieran un primer contacto con la ingeniería y la arquitectura», cuenta Hermida. «Durante la posguerra, el juguete no desapareció, pero la situación de extrema pobreza hizo que fuera un producto de lujo», añade. Acorde a los tiempos, la llegada de refugiados también introdujo avances. « Enrique Keller , un fabricante alemán que había huido del Holocausto, empezó a construir juguetes de madera esmaltada, muy económicos, que generaban gran demanda», cuenta.
Los años que siguieron fueron los de la Mariquita Pérez (1938), la autarquía y la lenta reconstrucción del país. Antonio Berbegal , antiguo conductor de tranvías en Barcelona, había abandonado esa ciudad después del comienzo de la guerra, instalándose en Ibi y poniendo en marcha una empresa que en 1947 recibió el nombre de Injusa . «Empezamos fabricando juguetes de madera y cochecitos y luego productos de metal, como triciclos y bicicletas», cuenta Luis Berbegal , el nieto del fundador, durante una conversación en su despacho. «Con la irrupción del plástico en los 70, comenzamos a producir vehículos eléctricos con baterías y dimos un gran estirón», recuerda. Esa revolución en los materiales, como el surgimiento en la televisión de los anuncios de juguetes a partir de los años 60, sirvió de acicate para la industria. «Los niños ya no querían un rompecabezas cualquiera, sino el de Heidi», sintetiza Hermida. Las licencias se multiplicaron; sin ir más lejos, Injusa comercializaba coches y motos que eran reproducciones de grandes marcas.
Subiendo una escalera en espiral, las oficinas de la empresa en Ibi acogen una muestra de los juguetes que la compañía lleva fabricando desde hace décadas. Se puede contemplar cómo los primeros productos de Injusa han evolucionado hasta los actuales, mucho más sofisticados y con nuevas medidas de seguridad para sus pequeños conductores. La visita a la fábrica no resulta menos sorprendente. Desde un laberinto con grandes máquinas y moldes -la primera fase del proceso consiste en diseñar el producto-, se accede a las salas de montaje y empaquetado, para terminar en las de almacenaje. Son estantes repletos de cajas hasta el techo, listas para ser repartidas por toda España. «Los niños siguen jugando, pero lo hacen de otra manera», reflexiona Berbegal, optimista sobre el futuro del sector.
Al juguete no se le da el valor cultural, educativo y lúdico que tiene, sino que se piensa que es un entretenimiento barato para que los niños no molesten
Enric Borrás
Bisnieto de Agapito Borrás, fundador de Juguetes Borrás
Otros comentarios no son tan esperanzadores. «Las últimas décadas están siendo difíciles por la regresión de la población y una tendencia a hacer de los niños adultos de éxito, ocupándoles en lo que creemos ventajoso y restándoles horas de juego, cuando es necesario para el desarrollo y creatividad de las personas», lamenta Pastor. Se trata de una queja de la que también se hace eco Borrás, que señala que «los pequeños dejan de jugar antes para usar los móviles». «Por desgracia, al juguete no se le da el valor cultural, educativo y lúdico que tiene, sino que se piensa que es un entretenimiento barato para que los niños no molesten», indica. Pero no todo son malas noticias, sobre todo a partir de cierta edad. Ambos coinciden en el buen funcionamiento de los juegos de mesa, cada vez más de moda, especialmente entre los jóvenes. «Jugar es intrínseco al ser humano», expone Hermida. Un entretenimiento o el primer simulacro para las pruebas de la vida adulta. Pedro de Alcántara disfrutó de los juguetes durante su infancia, pero luego vivió en el París de la Revolución Francesa, se convirtió en un héroe en las guerras contra Napoleón y llegó a dirigir el Museo del Prado. Los visitantes todavía le pueden contemplar absorto con su carroza.
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