Jóvenes, turistas y vida nocturna alimentan la segunda oleada del virus

La edad media de los nuevos infectados por coronavirus cae en picado mientras los brotes se disparan en toda España sin control

Una pareja de jóvenes pasea por las calles de Barcelona Adrián Quiroga / Vídeo: Contagios y brotes siguen aumentando en España - Atlas

«Muchos lo hacemos mal, sí, pero también veo a muchos adultos y hasta a ancianos con la mascarilla en el cuello por la calle y a ellos no se les mira tanto como a nosotros», explica Paula López, una adolescente de Cornellà que ... lleva semanas participando en fiestas y reuniones con gente de su edad. Cae la noche en Barcelona, el calor aprieta en lo que se prevé el nuevo pico de una ola de calor y las plazas de la ciudad se convierten en un nuevo ir y venir de jóvenes y adolescentes que alternan las terrazas con botellones semiclandestinos.

El éxodo veraniego y el anuncio de multas de hasta 15.000 euros han moderado la afluencia, pero no han acabado de todo con los encuentros alcohólicos. Sólo en la última semana la Guardia Urbana ha interpuesto 190 denuncias por botellón en las playas de Barcelona y ha decomisado 29.000 latas. Latas como la que viajan de mano en mano en la plaza dels Àngels , a los pies del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, o las que un grupo de turistas ingleses, piel quemada y mascarilla bajo la barbilla, pasean por las callejuelas del barrio Gótico de la capital catalana. «Quedamos en zonas apartadas, con grupos pequeños, máximo diez, y cuando estamos solo nosotros nos quitamos las mascarillas, sí, pero como hace todo el mundo cuando queda en su casa », añade Paula, quien, como tantos otros jóvenes se siente señalada y criminalizada.

«Evidentemente, cuando estás en casa de alguien no usas la mascarilla, pero eso lo hacen igual los adultos. También es obvio que mucha gente joven se ha infectado desde que abrieron los clubs , que los llenaban hasta apretarte como sardinas en lata», afirma por su parte Emma Dahlmann, una danesa de 21 años que vive en España desde hace dos. Según relata a este diario, a su parecer no es «justo» culpar a los jóvenes por hacer cosas permitidas. Para Dahlmann, que se confinó voluntariamente 15 días al sentir algunos síntomas, la vida nocturna ha quedado reducida este verano a quedadas en casa y cervezas con amigos. Paula también niega que quienes llenen los clubs sean los más jóvenes y señala a los turistas. «¿Y ellos?».

Aragón, Castilla y León, Cataluña y la Comunidad Valenciana son algunas de las regiones en las que los nuevos focos de infecciones se relacionan, de forma más o menos directa, con la relajación de las normas para evitar contagios. No es solo una percepción de lo que se ve en la calle y en los locales de ocio. De los 580 brotes activos con 6.900 personas afectadas que hay ahora en España , la mayoría están relacionadas con reuniones familiares y ocio nocturno. Pero es este último el que tiene una ola expansiva mayor y es más difícil de rastrear. En el entorno del ocio nocturno se han contabilizado 46 brotes con 1.500 positivos. Relacionados con encuntros familiares, hay 106 con 900 casos, lo que supone un promedio de ocho infectados por brote.

La edad media infectados cae en picado

Lo cierto es que las últimas cifras disponibles avalan esta idea. En julio la edad media de los contagiados era de 45 años en las mujeres y de 43 en los hombres. En los meses de marzo y abril eran de 62 y 63 años. Si se analizan solo las últimas tres semanas del mes, la edad media había bajado más aún, hasta los 36 y los 38 años. Hay una tendencia clara, aunque esta evolución también está relacionada con la realización de pruebas masivas con PCR en población aparentemente sana.

En cualquier caso es evidente que muchos jóvenes parecen sentirse bendecidos por un manto de «impunidad virológica» que se vive con especial fervor en la vida nocturna de pueblos y ciudades. El verano y el turismo son los dos ingredientes más de este cóctel que más preocupa a epidemiólogos y autoridades.

Botellón en el parque del Oeste de Madrid, este fin de semana Maya Balanya

En Barcelona la Cruz Roja ha empezado a recorrer las calles para sensibilizar a la población más joven, mascarilla en mano. La Guardia Urbana, como otras policías locales de otras comunidades, también se ha desplegado para frenar los botellones masivos que se repiten, noche tras noche, en muchas calles y parques . El objetivo es evitar las fiestas improvisadas que se convirtieron en rutina durante la desescalada y que en zonas como Montjuic derivaron en auténticos macrobotellones de adolescentes compartiendo copas entre matojos. Con todo, en el Macba, en el corazón del Raval, se siguen produciendo cada noche escenas de jóvenes bebiendo y bailando hasta altas horas de la madrugada. Como ellos, miles en toda España.

El ocio nocturno está en el punto de mira de la nueva normalidad. Los casos, y las anécdotas, se cuentan por decenas. En Córdoba se registraron 133 contagios ligados a una fiesta en la discoteca Babylonia. En Torremolinos (Málaga) la Junta de Andalucía cerró un club en el que un DJ escupió alcohol a su público . A pesar de todo, este sector pide no ser tratado como «cabeza de turco» por las actitudes incívicas de parte de la población y ha recurrido repetidamente las normas que limitan su actividad. Asimismo, advierten de que cerrar indefinidamente clubs y discotecas podría provocar la quiebra de un sector que genera, según sus responsables, unos 300.000 empleos en toda España.

« Por culpa de algunos sinvergüenzas estamos perdiendo lo poco que teníamos », lamenta Diego García, presidente de la Asociación Provincial de Empresarios de Hostelería de Almería, que añade que son muchos los que cumplen las normas y han invertido en adoptar todas las medidas, pero si otros empresarios no lo hacen, y permiten que los clientes no cumplan con las medidas, «habrá que cerrar».

Es la misma sensación que hay entre los empresarios de playas de Málaga, que se alejan de las polémicas suscitadas en la Costa del Sol. «El 99 por ciento de los chiringuitos tiene su actividad tradicional y cumplen con todas las medidas , pero hay siete que se dedican a organizar fiestas y son los que generan polémica», señala Manuel Villafaina, presidente de esta patronal, quien lamenta la imagen de descontrol que están dando los llamados «beach club». «El que no cumpla que lo cierren» , sentencia Villafaina, conocedor de que las redes sociales se llenan por las tardes de imágenes, cada vez más furtivas, de fiestas en torno a las piscinas de estos establecimientos en la Costa del Sol. No hay mascarillas, ni distancia, se consume alcohol y se baila al son que marca un pincha discos contratado para la ocasión .

Las camas balinesas y las cachimbas se están convirtiendo en un riesgo de contagio grave, que ha llevado a las autoridades a cerrar ya uno de estos «chiringuitos» por una fiesta descontrolada. Ocurrió en Torremolinos la semana pasada. La Junta de Andalucía investiga los hechos para imponer una sanción, que según la nueva normativa, podría llegar a los 600.000 euros por facilitar un contagio masivo. Hasta el momento, el establecimiento está clausurado por el Consistorio de forma cautelar, hasta que se resuelva este expediente. Es la misma determinación que se tomó en la discoteca Olivia Valère , después de que una decena de empleados dieran positivo en los testeos que llevaron a cabo los rastreadores en el hospital Costa del Sol.

Tarifa, en Cádiz, es sinónimo de verano, diversión, deporte y relax en un entorno único y con unas playas paradisíacas. Este municipio gaditano, de algo más de 18.000 habitantes, llega a cuatriplicar su población en temporada estival. Este año no es una excepción y, pese al Covid, la ocupación hotelera vuelve a estar al cien por cien.

David Álvarez es el propietario del chiringuito El Tumbao en Tarifa (Cádiz), reconoce que el de 2020 está siendo un verano «muy extraño»: «Somos muy estrictos con las medidas. Todo el personal lleva mascarilla, tenemos el aforo muy controlado y los espacios para mantener la distancia . Advertimos todo el tiempo por el micro sobre lo que hay que hacer, pero está resultando realmente complicado. Vendemos diversión, hay alcohol… Ahora, además, la gente no puede estar en la barra, hay que atender en mesa, y controlar eso también requiere una atención constante. Cada día te vas a casa con una ansiedad enorme. Al final, el poco dinero que gane me lo voy a tener que gastar en psicólogos. Es una tensión diaria. No podemos más», indica.

Este empresario se lamenta además del contrasentido de que en su establecimiento se sigan las normas a rajatabla y que enfrente, en la playa, haya demasiados bañistas y botellones, reuniones en la que no hay mascarillas ni distancia social. «Se supone que las normas son las mismas para todos pero no hay suficiente gente para controlar las playas, las autoridades tampoco dan abasto», se queja.

Por ello, critica que se haya puesto en la diana a los locales de ocio y que sobre estos establecimientos penda constantemente la amenaza de sanciones y cierre «cuando, en nuestro caso estamos siendo muy estrictos. Es muy fácil cerrar un local cuando hace algo mal y un contrasentido que la playa esté atestada de gente sin cumplir las normas. Unos sí y otros no. Esto nos está matando».

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