Ser joven y alcohólico en el país de los bares

Empezaron a beber siendo muy jóvenes y ya no pudieron parar. Ahora tienen que enfrentarse a diario a reuniones de amigos o comidas familiares en las que el alcohol es un invitado más, excepto para ellos, pues les destroza la vida

Enrique (nombre ficticio) y Diego, frente a la barra de un bar ISABEL PERMUY Vídeo: Fernando Sánchez - Javier Nadales - David Conde

Enrique (nombre ficticio) y Diego recuerdan a la perfección la primera bebida alcohólica que tomaron, pese a que solo tenían 14 y 10 años respectivamente . El primero, una copa de vodka con limón durante las fiestas de un pueblo del norte, donde se ... juntaba con chavales algo más mayores para sentirse «guay». El segundo, un fuerte licor de hierbas de 35 grados y origen alemán que su padre tenía en casa. Lo ingirió acompañado por un buen amigo del colegio que esa noche se quedaba a dormir en su casa. Ahora, con 29, Enrique lleva tres años y diez meses sin beber. Diego, un año menos. Pero no beber no les salva de tener que enfrentarse a diario a situaciones en las que el alcohol es un compañero más. Al contrario, su vida, como la de tantos españoles, consiste en parte en salir a comer con amigos, juntarse en eventos familiares donde descorchar botellas de vino es una tradición o terminar la jornada laboral con los compañeros de trabajo en el bar de la esquina. Aunque sin alcohol, pues son conscientes de que una sola gota destruirá sus vidas.

Como ellos, hay tres millones de españoles que acuden a grupos de Alcohólicos Anónimos para superar sus problemas con la bebida. Con una media de 50 años, la mayoría son hombres, aunque en los últimos años ha aumentado el número de mujeres que también pide ayuda, explican desde la organización. Según el informe de 2021 sobre alcohol y drogas del Ministerio de Sanidad, durante 2019 y 2020 el 93% de los españoles de entre 15 y 64 años aseguraban haber consumido alcohol alguna vez en la vida . El 8,8% declaraba haber ingerido bebidas alcohólicas a diario. La edad media en la que los españoles beben por primera vez, según el citado documento, es a los 16,7 años .

Diego, en cambio, empezó mucho antes. El alcohol le encantó desde el primer día que lo probó . «Para mí fue un descubrimiento porque sentí que recuperaba fuerza, que nada de lo que tenía dentro me importaba. Me sentí muy bien», relata. Siendo todavía un niño se podía beber cuatro litros de cerveza al día después de las clases. Los fines de semana, además, sumaba los destilados. Un ritmo que sus compañeros y amigos no podían —ni querían— seguir, de manera que eran frecuentes las ocasiones en las que se juntaba con desconocidos. O incluso peor: muchas veces su única compañía era la botella .

Libertad de elección

Ahora, sin embargo, esa satisfacción que le aportaba el alcohol la encuentra en cada día que pasa sin probarlo, en esa libertad de elección que hace unos años le parecía imposible llegar a alcanzar . «Hubo un momento en el que llegué a una situación de salud límite y vi que si no paraba no lo iba a contar» y fue ahí cuando decidió dejarse ayudar por Alcohólicos Anónimos. Lo primero que le sorprendió fue que había gente dispuesta a escucharle y apoyarle sin pedirle nada a cambio . «Yo estaba acostumbrado al ‘te fío pero me das’ y en Alcohólicos Anónimos vi que lo único que querían era ayudarme, no querían nada a cambio. Que me dieran amor gratis me encantó y por eso me quedé», relata. Ahora estudia Psicología y trabaja en un centro de recuperación. «Quería devolver lo que me habían dado a mí y ofrecer a la gente la oportunidad de tener una segunda vida como la que yo tengo ».

Pero Diego no afronta su paso por la universidad como lo hacen el resto de sus compañeros. Para él, las fiestas nocturnas, tan habituales durante esta etapa de la vida, están vetadas. «Soy joven y en la vida universitaria el día a día es beber , hagas lo que hagas. Hasta el mejor de la clase, todo el mundo bebe», explica. Y aunque reconoce que su condición le excluye muchas veces de ciertos planes, no se siente mal por ello, pues en muchas ocasiones no se suma a esos eventos no solo porque no beba, sino porque tiene «muchísimas cosas mejores que hacer». «No vivo amargado en mi casa. Al revés, no paro ni un minuto. El hecho de no beber y no participar en ese tipo de planes me permite aprovechar el tiempo de una manera brutal», comenta con orgullo.

Un poleo menta

Para el resto de planes, dice, no tiene ningún problema. Puede ir a cenar con su novia y beber agua no le supone ningún esfuerzo. Tampoco quedar con amigos en bares, donde se pide cafés con leche o refrescos. De hecho, habla con ABC sobre su historia en la terraza de un bar de Madrid. También Enrique asiste a esta conversación y pide un café con leche, aunque no habría sido raro si hubiera pedido un poleo menta. «Parezco una abuela, pero a mí me encanta», ríe. «Si yo ahora mismo en lugar de café me pidiera cerveza, no podríamos estar manteniendo esta conversación porque no me entenderías», resume.

Enrique se dio cuenta de que tenía un problema cuando llegó a hacer daño físico a una de las personas que más quiere . Hasta ese momento, no hacía caso a nadie. «Muchas veces les decía a mis amigos que los que tenían un problema eran ellos. No toleraba que me dijeran nada, me ponía muy agresivo», recuerda con tristeza. Su familia, explica, estaba «desesperada» al ver cómo rechazaba cualquier tipo de ayuda . Hasta que se quedó solo. «Empieza siendo un juego súper divertido. Pero mi fondo es acabar solo tirado en la calle», lamenta. Ese «juego», además, le llevó hasta un intento de suicidio «que afortunadamente no salió bien». La ayuda definitiva, como a Diego, le llegó de la mano de Alcohólicos Anónimos, donde pudo compartir su historia y conocer las de otras personas que pasaban por lo mismo que él. «El único requisito para ir es tener el deseo de no beber . Ni siquiera tienes que no beber, solo tener el deseo de no hacerlo», apunta.

Su consumo, cuenta este joven de 29 años, empezó siendo «manejable», hasta que llegó un momento en el que se convirtió en «un desastre»: «Bebía todos los días todo lo que podía. No sabría decir la cantidad exacta de alcohol que entraba en mi cuerpo, pero era mucha». Ahora, en cambio, no prueba ni una gota y no por eso renuncia a quedadas con amigos, pues las cenas y fiestas están presentes en su día a día. Eso sí, con alguna condición: «Cuando voy a una cena pido a los camareros que me quiten las copas de vino y que en mi vaso siempre haya o agua o refresco».

Ni Enrique ni Diego se plantean si van a estar el resto de su vida sin beber. Prefieren pensar en el final del día, en meterse en la cama sabiendo que han ganado una vez más y que han estado 24 horas sin que una sola gota de alcohol entre en sus cuerpos. «Mi triunfo es irme a dormir sin haber bebido», cuenta Diego, que reconoce que prefiere no pensar en otras situaciones para no hundirse. «Cuando empiezo a pensar en el futuro me amargo. En el día de mi boda, en la final de la Champions... son situaciones que suelen estar relacionadas con el alcohol. ¿Todo el mundo bebiendo y yo no? Si pienso en eso me amargo y me vengo abajo, pero si me quedo en el día de hoy, en el momento presente, soy capaz de no beber y de cualquier cosa», apunta. «Se trata de 24 horas. Yo puedo estar 24 horas sin beber y estoy seguro de que cualquiera puede. Y cuando lo haces varias veces se va acumulando tiempo y tu cerebro cambia, ya no está emborrachado, y empiezas a ver que hay otra perspectiva», completa Enrique.

En sus pensamientos

Aun así, cuando tienen un mal día, no pueden evitar que el alcohol se cuele en ocasiones entre sus pensamientos, aunque no a los niveles que lo hacía antes de que empezaran con su proceso de desintoxicación . «A mí me encanta beber. Es probablemente la pasión de mi vida. Lo que más he disfrutado. No he conocido nada como beber. Y aunque desde hace unos meses ya no tengo esas ganas, cuando me enfrento a una situación estresante mi cerebro conoce ese recurso como situación inmediata», cuenta Diego. «Es una enfermedad incurable . Si te digo que no tengo ganas de beber te miento», continúa Enrique, aunque es consciente de que si se toma una cerveza, vino o copa, «no será una»: «No voy a poder parar y perderé el control de mí mismo y volveré al sitio en el que estaba antes».

Ambos tienen técnicas para superar esos momentos en los que se ven a punto de coger un vaso y tirar a la basura todos los logros que han conseguido. La de Enrique es tan fácil como sacar su teléfono móvil y buscar el número de alguno de sus compañeros de Alcohólicos Anónimos para contarle lo que está viviendo. «Al final mi problema es encerrarme en mí mismo. Si soy capaz de coger el teléfono, llamar a alguien y decirle que estoy desesperado por beber me salva la vida », expone. Diego, en cambio, se imagina qué pasará si finalmente se toma la bebida que le está poniendo en un aprieto: «Me imagino esa situación y ya no veo una cerveza, sino mi perdición absoluta, cómo acabo hecho polvo, haciendo daño a los demás y a mí mismo».

Sus vidas, coinciden, han cambiado por completo desde que las bebidas espirituosas no forman parte de ellas. Ambos se dedican a lo que les gusta y están rodeados de gente que les quiere. Haber recuperado la relación con sus familiares y amigos que el alcohol les robó en un momento de sus vidas es uno de los aspectos que más tienen en cuenta a la hora de seguir por el buen camino. «Desde que dejé el alcohol y las drogas, la vida maravillosa que siempre había imaginado se ha multiplicado por diez», define Diego. «Yo estaba muerto y esto simplemente es vivir, vivir de verdad , y es acojonantemente bonito», sentencia Enrique.

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