I., un año cuatro hogares
La pandemia ha visibilizado una realidad oculta: más de mil familias sin techo sobreviven en pisos temporales en España
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Iniciar sesiónCon apenas 30 años, I. S. no recuerda haber pasado mucho tiempo bajo un mismo techo. Llegó de Rumanía con su padre cuando tenía apenas diez años. «Mi padre me ponía a pedir en la calle y a los 11 ya estaba en un centro ... de menores. Nunca he tenido una casa», asegura. Pese a las dificultades, esta joven consiguió salir adelante y formar junto a A., su actual pareja, una familia numerosa. Tienen cinco hijos y está a la espera del sexto, que nacerá el próximo mes de marzo. «Será el último», asegura I., mientras improvisa unos huevos fritos para que el mayor y el más pequeño puedan untar con unos trozos de pan Bimbo. El resto de los niños comen en el colegio público del barrio.
Esta joven familia siempre ha vivido con menos de lo justo. I. se molesta cuando le preguntan por qué ha tenido tantos hijos pese a su precaria situación económica. «Me he pasado de hijos, pero soy la mujer más feliz del mundo», señala. «Mis niños son maravillosos. Se conforman con poco, nunca me piden nada porque son conscientes de la situación en la que estamos. Solo quiero que estudien porque es lo más importante», añade.
A. trabaja en la construcción poniendo tabiques de pladur e I. llevaba nueve meses con un contrato a tiempo parcial en una empresa de limpieza hasta que la despidieron hace un mes. «Fue por una razón justificada. Yo también lo habría hecho. Empecé a faltar porque las crías se pusieron malas y no podían ir al colegio. Como yo tenía el sueldo más bajo que el de mi pareja, la que se quedó en casa con las niñas fui yo», señala.
En las mejores épocas, A. ha llegado a ganar 900 euros y ella 650 al mes. «Nunca hemos conseguido tener unos ingresos normales. ¿Quién consigue ahorrar con esos sueldos y siete miembros en la familia?», asegura. Esta situación laboral precaria les ha obligado a deambular de casa en casa prácticamente desde que nació su primer hijo hace 13 años. «Ya ni me acuerdo en cuántas casas hemos estado. Hemos vivido de okupa en viviendas sin ventanas, con humedades, sin agua caliente. En una época también estuvimos durmiendo en la casa de mi cuñado y hasta nos fuimos una temporada a Marruecos, a vivir en la casa de la familia de mi pareja. Estuvimos dos meses, pero no funcionó. Los niños están cansados de ir de arriba para abajo», afirma.
Desde el pasado mes de marzo, esta familia reside en un piso de acogida de Cáritas en el distrito madrileño de Retiro. Llegaron allí en pleno estado de alarma, después de que los desahuciaran de una vivienda en Entrevías, que en algún tiempo lograron alquilar. «En pleno confinamiento nos iban a echar a la calle. No hago más que preguntarme: ¿Qué estamos haciendo mal para no lograr tener lo básico?», afirma I..
El submundo del hacinamiento
Ahora son una de las mil familias que Cáritas tiene acogidas en todo el país, mientras consigue a través de un programa de acompañamiento y formación que mejore su situación laboral y de exclusión social. «La pandemia de Covid ha visibilizado una realidad que estaba oculta: el submundo del hacinamiento en el que viven muchas familias. Garages convertidos en alojamientos, familias enteras viviendo en una habitación o en infraviviendas. Hasta ahora sobrevivían con un trabajo precario pero con la pandemia han bajado un escalón más en la situación de vulnerabilidad y nos encontramos cada día con más familias en situación caótica», explica RosA.a Portela, directora de Vivienda de Cáritas Madrid.
Técnicamente se las podría considerar «familias sin techo» pese a que no viven en la calle al raso porque el Samur se encarga de buscarles albergues temporales «pero no es la respuesta que cualquier ser humano se merecería», apunta Portela, quien recuerda que el gran drama que hay con los pisos de acogida «no es sólo cómo llegan estas familias sino la imposibilidad de una salida». «Si no hay oferta de alquiler social, la situación se enquista porque no hay alternativas para estas personas», advierte.
Esta dura realidad no afecta solo a la población inmigrante. En el edificio de acogida de Cáritas en el distrito de Retiro, prácticamente la mitad de estos alojamientos transitorios están ocupados por familias españolas , precisa su responsable, Rita Zapata.
«Ahora tenemos ayuda de Cáritas pero no logramos salir de la miseria. Necesitamos un lugar para vivir»
Para la familia de I. su nueva casa les ha devuelto la vida y ha supuesto sobre todo un marco de estabilidad para los niños. «Ahora tenemos una cama y agua caliente para ducharnos. No estamos a la espera de que la policía nos toque la puerta para echarnos, pero no dejo de pensar en el mañana. ¿Qué va a pasar?».
Su preocupación surge porque esta solución habitacional es provisional. «A mis hijos ya les he aclarado que la casa en la que vivimos no es de ni de mamá ni de papá. Todos nos tenemos que hacer a la idea de que es una solución temporal y esto se va a acabar. A mí cuando me lo dijeron la felicidad se me esfumó», señala. I. y A. pagan una mensualidad de entre 150 y 200 euros por esta vivienda. Una suma asequible para su precaria situación económica. «No podemos pagar un alquiler con los precios que hay en Madrid pero no quiero volver a pasar por la situación de tener que ser okupa», señala. Por eso, I. solo tiene una fecha en su cabeza y no es la del parto de su sexto hijo, sino el día que tendrán que salir del piso que les ha proporcionado Cáritas.
«Llevo 20 años pidiendo un techo. Con mi trabajo no lo he conseguido pero quiero dar estabilidad a mis hijos», apunta. La pareja ha solicitado de forma infructuosa una vivienda social. «Ahora tenemos ayuda de Cáritas pero no conseguimos salir de la miseria. Necesitamos un lugar para vivir y poder pagarlo poco a poco. No lo quiero gratis, solo quiero que me ayuden. Estoy cansada de meter a mis hijos de casa en casa».
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