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Interviú, entre el desnudo y la denuncia

La revista fue un show, y un escándalo, y no siempre por este orden

Vídeo: El Grupo Zeta anuncia el cierre de Interviú y Tiempo EFE

Ángel Antonio Herrera

En la luciente hemeroteca de Interviú , tiene copa primera y última la portada de Marisol , criatura prodigio del franquismo, lolita de tentación y violín femenino de los aires de la música de la libertad descerrajada que ya venía. Concretamente, Marisol se hizo celeste carne de mujer desnuda en septiembre del 76, el mismo año en que nació la revista, fundada por Antonio Asensio.

La revista fue un show, y un escándalo , y no siempre por este orden. Se vendía, entonces, como un pan urgente, a cuarenta pesetas del momento, y se asomaba a todo con un afán «en punta», según lema promocional de la publicación, a rachas, que es en rigor el ánimo arterial del oficio del periodismo, con todo de arpón a contracorriente y nada de complacencia de compadres. La revista siempre buscó una equidad de belleza y denuncia, un equilibrio de mujer y escándalo.

Las mujeres famosas más bien se acabaron, los escándalos son el rayo que no cesa, pero la revista ha caído entre la extremaunción digital y el grito exhausto de una prensa de artesanías. En los ochenta triunfó con pliegos del destape y un periodismo de investigación que traía cada semana un susto a la portada. O varios. Eso, y que reunió un orfeón de colaboradores que practicaban la prosa faltona y muy escrita, desde Cela a Vilallonga.

Uno diría que Interviú queda, en general, como biblia al detalle y con foto de la España que fuimos, para bien o para mal. De Luis Roldán a Lady Di. De Adolfo Suárez a Bibi Andersen. De Lola Flores al Dioni, todo bajo las firmas de los maestros sucesivos del género del articulismo o el reporterismo, desde Francisco Umbral, Vázquez Montalbán o Manu Leguineche, citando deprisa. No existe lo que no se cuenta, y en la historia más o menos reciente de España Interviú ha jugado su papel del pregonero incómodo asomándose por igual y por sorpresa a los sótanos y a los palacios, avalándose así en aquello, siempre vigente, siempre sagrado, de que la prensa es vértebra de la democracia.

Interviú jugó su papel, que es como decir que Interviú se la jugó. Sostuvo un tiempo de columpiar la guapa desnuda y el reportaje atronador y canallita, y así aguantó muchos años de quiosco, donde llegó a vender casi un millón de ejemplares en diversas semanas gloriosas. La portada de Marisol es una postal de oro de la Santa Transición, y ahí arranca y prospera el albedrío de contarlo y cantarlo todo desde el descaro, empezando por una ninfa de izquierdas y acabando por un trinque de despacho, un apaño de forajidos de corbata o una orgía de comisiones de ilustres, según otro lema de la revista, «nos atrevemos con todo».

La revista dio pronto con la fórmula mágica, que incluía una denuncia, una mujer, y un opinador. Fue un cóctel de éxito, como el «Un, dos, tres», pero de otra manera, naturalmente. Después de Marisol, vendrían Marta Sánchez, Lola Flores, Ana Obregón, o Mar Flores. Yo creo que han salido todas, porque la portada de Interviú, durante dos décadas, fue un escaparate, y un premio. Hasta colocó vestido sólo de la grapa de portada a Jesús Vázquez, el apolo de aquel momento. Tiene una mitad de discoteca, donde se cruzan las musas del destape con las de Gran Hermano, y otra mitad de comisaría, porque siempre procuró mirar a la primicia sin mirar demasiado la ley. No sólo fue un semanario de Misses sino un álbum que traía además su escándalo, su ministro, y su chorizo.

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